Lunes, 1 de junio de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
Dos hechos casi simultáneos provocaron poco menos que un impacto conmovedor, de alerta más roja que anaranjada, entre las filas de la oposición mediática. Es decir: en la voz más cantante del arco enfrentado al Gobierno. Y fue igual de notable el silencio de los dirigentes políticos representados por ella. Terminó salvándolos, diríase, el estallido de los Fifados, como asunto que ubicó la atención en otra parte.
El resultado de las primarias chaqueñas fue sencillamente aplastante a favor de los candidatos del Frente para la Victoria. La fuerza liderada por el gobernador de la provincia se alzó con más del 60 por ciento de los votos, y Jorge Capitanich obtuvo un porcentual superior al 50 en su candidatura a la intendencia capitalina. Enfrente hubo la coalición que apoyaron Mauricio Macri, Sergio Massa y Ernesto Sanz, que además llevó como figura saliente a la “taquillera” alcaldesa de Resistencia, Aída Ayala, quien gobierna la ciudad hace tres períodos. La conmoción por semejantes guarismos, como ya había ocurrido en Salta, desde ya que no se relaciona con la incidencia de Chaco en el padrón del país, ni con el semblante de paraje alejado y misérrimo, condenado a cien años de soledad, que ofrece la visión porteñocéntrica. El tema fue la exposición nacional y permanente que tuvo Capitanich como jefe de Gabinete, al sufrir un ataque periodístico de intensidad gigantesca. En algún momento se acabaron los adjetivos para denostarlo cuando, paradójicamente, fue el funcionario que todos los días puso la cara en esas conferencias de prensa tan reclamadas por los deseosos de preguntar, quienes no asistieron nunca. Tampoco importó jamás lo que decía. Sólo interesó su tono monocorde, su propensión a brindar números agotadores, sus gestos imperturbables con excepción de la mañana en que cometió el error de romper ante cámaras un ejemplar de Clarín. Esa imagen de Capitanich redundó en la frívola certeza de que era un muerto político, según las interpretaciones infantiles de los medios nacionales, para resultar que vuelve a su provincia y la gana de manera arrasadora. ¿No habrá sido que todo se complicó cuando se vino a Buenos Aires, que dentro de su pobreza estructural el Chaco está largamente mejor desde una gestión favorecida por la economía nacional, que su población tiene la memoria del desastre que fueron las administraciones de los radicales? Un columnista de nota escribió que a los chaqueños parece no importarles el carácter “esperpéntico” de su gobernador. Un cronista del mismo grupo, al que ya se refirió Mempo Giardinelli en columna de este diario, el lunes, tuvo en su cobertura del domingo a la noche la ocurrencia de sugerir que en las boletas era más grande la foto de Capitanich para engañar al electorado. “Como si el chaqueño fuera un electorado idiota”, consignó Mempo, aunque en verdad es más patético que eso: si Capitanich es el salame que fue jefe de Gabinete, ¿pone su foto en las boletas para perjudicarse? Bien podría establecerse una relación análoga con la sorpresa que les suscita la caída en picada de Sergio Massa. Se interrogan por qué descendió tanto, como si la pregunta no fuese por qué debería haber subido un construido mediático de frases escolares con nula capacidad de liderazgo, ausencia de aparato y falta de proyección territorial.
Llovido sobre mojado, los festejos del 25 de Mayo dejaron mudos a los analistas del diluvio universal salvo por un aspecto: que el discurso de la Presidenta no aludió a la fecha propiamente dicha, al protagonizar un acto partidario. Puede concederse que Cristina dejó abierto un flanco grande por su falta de mención al origen formal de la Independencia. Era obvio que le entrarían por ahí, como lo es que la hubieran cuestionado dijera lo que dijera. ¿Qué tendría que haber sucedido para que consideraran la fiesta como “de todos”? ¿Acaso que concurriera la oposición? ¿Que al menos resaltase especialmente las figuras de Moreno, Castelli, Belgrano, para que también le imputasen tener su clásica mirada sesgada? ¿Cuál es ese mundo noruego, impoluto, ajeno a cualquier escenario conflictivo, con que dicen soñar los retóricos de Billiken y Anteojito? ¿Qué tal si se habla de las estafas de la historia mitrista, del ocultamiento oligárquico de la Campaña del Desierto, de la entronización del Ejército como fundador de la Patria, de los manuales con el tirano prófugo? ¿Qué historia ninguneó Cristina en su discurso? Más allá de las omisiones que pudo haber evitado, lo que hizo fue darle su contexto, su razonamiento, su simbolismo, a aquello que interpreta como la recuperación del capital patriótico. Como lo hace todo jefe de Estado de todo lugar en todo tiempo. Como lo apuntó Horacio González (martes pasado, Página/12): “¿Qué ocurriría si se revisaran todos los nombres que enmarcan nuestro lenguaje citadino, cada uno de los cuales, eclectismo mediante, proviene de triunfantes conmociones políticas o culturales”? (...) No consiguen discutir con mayor sensibilidad algo que, lejos de significar el encierro del país en una reducida lonja de tiempo kirchnerista, nos lleva como digno convite a devolver la historia argentina a los tonos inquietos que fueron sus moldes fundadores. (...) Es comprensible que (el kirchnerismo) acudiera a subrayar su propio nombre, pero en otras tantas ocasiones, como éstas, dejó los puntos suspensivos necesarios para que sea la sociedad misma, con sus fuerzas intelectuales y anímicas, la que diera con la palabra más adecuada. También cabría detenerse en que debe hablarse en plural. No hubo apenas un acto, sino un encadenamiento festejante que se dio a lo largo de toda la semana de Mayo y que, si de simbolismos se trata, incluyó el traslado del sable de San Martín. Ese episodio fue ignorado olímpicamente por los tribuneros doctrinarios, que sólo repararon en el espíritu “faccioso” del discurso de Cristina. Aun así, les quedó sitio para admitir que, entre las pinturas electorales y el fervor de la cantidad de manifestantes, lo ocurrido es temible como eventual anticipo de triunfo oficialista.
Habrá de ser por esa impotencia que volvió a primera plana el salto que pegó el déficit fiscal, bajo el eterno sambenito de la emisión monetaria que genera inflación y la bomba que explotará en el próximo gobierno. Al margen de que la relación estricta entre la moneda que se imprime y el aumento inflacionario ya fue demolida hace rato por los economistas que no militan entre los liberales ultraortodoxos, el pronóstico viene siendo fracasadamente el mismo y les sería mejor inventar otra cosa como amenaza. Pero la pregunta es cuál cosa, que no resulte agotadora e ineficaz. Ya probaron con el ataque a la Justicia, con el denuncismo de las corruptelas oficiales, con las cuentas en el exterior inexistentes, con Nisman, con los falsos honorarios estratosféricos de Kicillof, con la soberbia presidencial, con el avance del narcotráfico, con la suba de precios generada por la Virgen María, con el sinsentido del Fútbol para Todos, con el dólar blue a punto de estallar, con el machaque de la inseguridad, con Boudou, con la venezolanización, con el Indek, con el aislamiento del mundo, con el avasallamiento del periodismo independiente, con Milani, con la devaluación, con los micros y los choripanes, con Lázaro Báez, con la orgía de subsidios estatales, con que nuestros impuestos financian 6, 7, 8, con que las negras se embarazan para cobrar la AUH, con el pasado del matrimonio, con el patrimonio de los ministros, con el cuco de La Cámpora, con que sólo se trató de que los chinos necesitan soja, con la bipolaridad de Cristina, con la hipocresía del relato, con la vuelta a los caciques del PJ, con la gente de campo saqueada por las retenciones, con que se viaja mucho porque no se puede ahorrar en dólares, con Máximo tonto y Máximo maquiavelesco, con que sólo nos prestan a tasas astronómicas, con el uso pornográfico de la cadena nacional, con la intromisión en las paritarias libres, con los garantistas que dan rienda suelta a los delincuentes, con la cooptación de Madres y Abuelas, con las pruebas PISA, con el síndrome de Hubris, con el uso de la plata de los jubilados, con que el cepo se termina el 11 de diciembre, con los potenciales, con los buitres, con las fronteras que son un colador, con el festival de planes para no trabajar, con las escalas sospechosas en Seychelles y Granada, con los acuerdos con un mafioso ruso, con el ejemplo institucional que dan los chilenos, con la armonía ejemplar de los uruguayos, con el pragmatismo de los brasileños, con el peligro de los iraníes, con el déficit energético, con los artistas comprados, con la demagogia de Tecnópolis, con la elefantiasis del Centro Cultural Kirchner, con que Kirchner no estaba en el cajón, con los documentos del establishment, con lo linda que está Buenos Aires, con que el Papa se dio vuelta, con Massa, con que Verbitsky fue cómplice de la dictadura, con los muertos que figuran en los padrones, con las mansiones de los nac&pop, con Unen, con las crisis de las economías regionales, con Lorenzetti, con los encuestadores, con Fariña, con el mínimo no imponible, con Moyano y Barrionuevo, con los pronunciamientos del Episcopado. Con tanto sobre Grondona y tanto menos acerca de Burzaco, el socio de Clarín.
¿Después de probar todo eso les queda únicamente reconocer que el Gobierno está recuperado y exigir a voz en cuello que la oposición se unifique como sea, porque de lo contrario el kirchnerismo podría ganar hasta en primera vuelta? Quizá deberían intentar con el sinceramiento de que la propuesta es volver a los republicanos ’90.
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