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Historia de dos puebladas
Por Eduardo Pavlovsky
Existe una fatiga histórica. Los acontecimientos de la ciudad de El Alto en Bolivia produjeron más de 80 muertos y 200 heridos.
Los acontecimientos de nuestra pueblada jujeña también aportaron su cuota de muertos y heridos.
En Bolivia el rechazo a la venta del gas a Estados Unidos y México fue el factor desencadenante. Una chispa coyuntural hizo surgir una ebullición social donde las organizaciones indígenas y campesinas representan el 80 por ciento de la población (mayoría indígena).
La desigualdad social de los hermanos bolivianos cada vez aumenta más. Una minoría enriquecida y una mayoría aplastantemente pobre –seis de cada diez bolivianos tienen un ingreso menor a 2 dólares diarios–. Esa es su fatiga histórica: la rebelión y el acontecimiento que forzó la dimisión del primer mandatario boliviano.
Hay sectores en Latinoamérica que comienzan a sentir su fatiga histórica de explotaciones subhumanas.
Esa fatiga histórica que surgió por las dudas sobre un “suicidio” en una comisaría se convirtió después en la pueblada jujeña en una protesta generalizada. Es la rebelión histórica contra los Arrieta, los Blaquier. El Ingenio Ledesma.
Son el cansancio moral y la fatiga de las desesperanzas los que hacen salir a los jujeños a las calles. Es la historia de los pueblos latinoamericanos que no quieren seguir viviendo al margen de la historia. Quieren dejar de ser mera estadística y convertirse en humanos.
Los hermanos bolivianos –indígenas, campesinos del Altiplano, liderados por el diputado Quispe y los campesinos cocaleros liderados por Morales– se han puesto de pie. Nuestra pueblada jujeña tiene el mismo sentido: intentar ponerse de pie en un continente donde la mayoría vive en la marginación, en la exclusión y en la miseria.
Este dato y la relación de las dos rebeliones, boliviana y argentina, merecen una mirada más atenta en nuestro país político que la destitución de Moliné O’Connor o las transgresiones de Gaviola en el PAMI.