Domingo, 19 de julio de 2015 | Hoy
EL PAíS › SECUESTRADA EN LA NOCHE DEL APAGON EN JUJUY, PERDIO A SUS DOS HIJOS DETENIDOS-DESAPARECIDOS
Eublogia “Rita” Cordero de Garnica fue una de las testigos históricas en el Juicio a las Juntas y una voz central en el caso contra los Blaquier. Ahora vino a la Capital a pedir a la Corte Suprema que los dueños del ingenio no sigan libres e impunes.
Por Alejandra Dandan
En Libertador General San Martín todos le dicen doña Rita. A los 53 años, Eublogia Cordero de Garnica declaró en el Juicio a las Juntas. Cuando le preguntaron por las generales de la ley ella dijo sin dudar “enemigos”. Doña Rita, de quien todavía se ríen por su respuesta, aclaró: “¿Pero cómo iba a decir que eran amigos? ¡No! Más que yo no los conocía, porque había estado atada. Salió una revista con toda mi declaración. A mi nieta le dije: ‘¡El día que yo me muera no estés quemando esto!’. Esto es sagrado. Todo lo tengo yo bien encarpetado”. Exactamente treinta años después, con 83 años, doña Rita volvió a Buenos Aires. Ahora lleva un bastón, casi no puede moverse, usa el pelo sin canas, toma una pastilla para cada parte del cuerpo y casi no ve. Cada tanto, puebla su historia de enérgicos comentarios sobre los “sinvergüenzas” y “desgraciados”. Con fuerza, intenta que los integrantes de la Corte Suprema le den una entrevista.
–¿Que va a pedirles, doña Rita?
–Yo lo que quiero es Justicia. Quiero que lo traigan también a Blaquier porque él ha sido el promotor de tantas cosas que pasaron en Calilegua. Hoy ya no puedo verlo, pero tengo mis hijos para que me digan: “Mamá ahí está, ahí está el criminal ese”.
–Hace unos años usted parecía esperanzada con el proceso de Justicia, ¿qué pasó?
–Pensaba, por ahí se podía hacer Justicia pero por otro lugar. Porque decía: éste tiene plata y va a hacer lo que quiere, en cambio el pobre, no. ¡Ya ha pasado tanto tiempo...! Mire, desde el ’76 hasta la fecha. Y lo único que quisiera, antes de morirme, es que me devuelvan los restos de mis hijos y que me digan por qué, por qué se los llevaron, ¡por qué los mataron! Si uno tenía 20 años y el otro 23. Los dos tenían sus hijos. ¿Cómo no vieron eso, ellos? Por eso voy a seguir buscándolos. Voy a quedarme tranquila el día que sepa que ese sinvergüenza está preso.
Primera planta de un hotelito viejo de Avenida de Mayo. Rita anda acompañada de dos mujeres de su pueblo. Lleva un sacón pesado de color azul con las fotos de sus hijos Miguel Angel Garnica y Domingo Horacio. La mano siempre adelante cuando camina, tanteando con el bastón. Doña Rita aparece en el Nunca Mas como secuestrada el 20 de julio de 1976, hace exactamente 39 años. Ese día, se llevaron a las tres de la tarde a Miguel Angel del club de Ledesma donde trabajaba; un poco más tarde se la llevaron a ella y a Domingo Horacio. Su esposo, Donato, estaba en la cárcel desde 1974 y en las noches siguientes, mientras el pueblo desaparecería transportado en vehículos del Ingenio Ledesma, como dio por confirmado después de años la Justicia, también se llevaron a un yerno. Rita pasó por los centros clandestinos y salió del penal de Villa Devoto un año después.
Cuando regresó a su casa, que era del Ingenio, un juez la desalojó con la Gendarmería porque ya no eran trabajadores conchabados por los Blaquier. A Donato lo soltaron en 1982, pero a sus hijos no los volvieron. Sus hijas mujeres solían salir a esperarlos a la plaza del pueblo como se espera la vuelta de los combatientes en los relatos de las guerras. Doña Rita en cambio una vez agarró un remise para buscarlos en los 113 kilómetros de monte entre Libertador y San Salvador de Jujuy. “Porque yo decía por ahí los han tirado semimuertos, sabía que los torturaban y los tiraban –explica–. Después de años, lo soñé a Miguelito que me decía: ‘No te aflijas que nosotros estábamos allá, era un hotel que queda cerca del Talar, de Valle Grande. No te aflijas que dentro de 15 días vamos a volver’. Yo le dije a mi marido, ‘Si vos conocés ese lugar, andá, andá en un colectivo, andá ver. Vos que sos mas amiguero, preguntá por ahí’”.
Pero no, no fue así. En otro lugar, le dijeron a Rita que había una familia con el apellido Garnica. “Yo me enteré un día en el banco, le digo al que me lo contó que le daba una foto. Hágame un gran favor: ¿me averigua usted quién es y quiénes son los padres de este hombre? Pero tampoco.”
–¿Cómo recuerda la noche de los operativos?
–Fue el 20 de julio del ’76. Golpearon la puerta. Entonces yo salgo a ver quién es y no me dejaron ni hablar ni nada. Me metieron adentro de un empujón. “¿Acá vive Donato Garnica?”, dijeron. Como yo estaba contra la pared, les digo: “¿Ustedes dicen que son de la Policía? ¿Porque si ustedes son de la Policía, entonces deben de saber que mi marido lleva cuántos años preso? Porque él está preso desde el ’74 por ser sindicalista”.
–¿Su marido era del Sindicato de Calilegua?
–Fundador del Sindicato Azucarero de Calilegua, Fundador de la Caja de Obreros y empleados de Calilegua, la Caja mutual. ¡Y fue comisionado municipal de jovencito! A él le gustaba eso. Se metió en el Sindicato, le gustaba defender a los obreros como él que andaba pelando caña.
–¿Ledesma tenía caña en Calilegua?
–Ledesma tiene cañas en todos lados. ¡Si no pone abajo de la cama, no sé por qué! Tiene cañas por todos lados. Y yo no sé cómo cedió lugar para que hagan casas.
–¿Entonces, cómo siguió la cosa en el operativo?
–Yo les dije: “Ustedes saben muy bien que mi marido está preso. ¿Por qué vienen a buscarlo a la casa?”. A mí me han pegado un empujón, me han pegado una trompada en la cara. Y justo mi otro chico, de 12 años, sale. Y justo sale el otro hijo, este –dice y señala una de las fotos, la de Domingo–. Durante la charla volverá hacerlo seguido. En general no menciona los nombres. Los señala en la foto. Y entonces ellos aparecen así, de golpe, con sus caras y todo, metidos en la conversación. Domingo ese día andaba de pantalón pijama porque salía de bañarse–. Le dije, papito, ponele algo en la espalda a tu hermano. Pero no, así nomás, lo han sacado a los empujones, a las trompadas y las patadas nos han sacado. Ahí afuera, en la calle estaban los vehículos. Me han dicho que eran vehículos de Ledesma. Estaba la Policía, Gendarmería y no sé que más.
–¿A dónde los llevaron?
–Me dijeron que eran celulares de la policía. Estaba lleno de gente. Todos iban bien atados y a no hablar. Nos llevaron hasta la Policía de Calilegua y ahí nos pusieron los números. A mí me pusieron el número en la frente, pero no me acuerdo cuál. De ahí otra vez al vehículo. Y después nos llevaron hasta el Ingenio donde estaba la otra gente metida, que nos estaban sacando. Y después cuando ya nos sacaron del celular y nos metieron a otro, no se fijaron, pero yo tenía una ventanita, apenitas alcanzo a distinguir los trailer de Ledesma con gente adentro. Muy poca cosa, ¡pero vi! Yo no sabía qué nos iba a suceder. Cuando nos llevan a ese lugar (Guerrero), yo lo escuché al Bebe Córdoba (uno de los desaparecidos al que secuestran en Tucumán). “Mamita –me decía– dame agüita que me muero.” Gritaban. Uy, Dios, dónde estamos, por Dios. Y ya estábamos en Guerrero.
Calilegua y Libertador general San Martín son dos localidades separadas por cinco kilómetros de ruta, ubicadas en la zona del ramal. Sus poblaciones son parte de un territorio conformado bajo el dominio de Ledesma, como lo planten las ciencias sociales que lo piensan como “sistema de fábrica con villa obrera”. Fabrica, escuela, hospital, las viviendas, un sistema que controla y alimenta la reproducción de la mano de obra permanente y temporaria en la esfera doméstica y en el espacio de la fábrica. Libertador es el corazón del ramal, puerta de entrada del corredor de Las Yungas, centro político de Ledesma, con la planta central, el barrio de los obreros y separado, las casas de los gerentes y la Rosadita, la mansión que replica la Casa de Gobierno de Plaza de Mayo construida por los Blaquier, amurallada en los últimos años. Los trabajadores secuestrados antes y durante la dictadura pertenecen a estos territorios. En las escuelas todavía dicen que se los llevó El Familiar, esa especie de demonio de las leyendas populares que se come a tres obreros en el comienzo de la cosecha y al final. “¡¡Que me lo venga a decir a mí que ha sido El Familiar!!” suelta doña Rita en la mesa. Eso le contestó a su nieto uno de esos días cuando volvió de la escuela con esa historia. “Que acá el Familiar es Pedro Blaquier”.
En la semana del 20 de julio de 1976 se produjeron una serie de secuestros sin número claros, con apagones en las calles. Los detenidos desaparecidos eran delegados o trabajadores del sindicato o movilizados por él, estudiantes y hasta una maestra de las escuelas de un pueblo donde todo es Ledesma. Ese día, Rita perdió el contacto con su hijo Domingo inmediatamente. Hasta días antes, el centro clandestino de Guerrero adonde los trasladaron había sido parte de las propiedades del obispado. “Tuvimos diez días ahí. Nos separaron a las mujeres de un lado y los varones a del otro. Las mujeres fuimos a parar a la cárcel de Gorriti en Jujuy. Estuve dos meses. El 8 de octubre a las siete de la mañana dicen: ‘preparen sus cosas, hay traslado’. Ni sabíamos qué traslado era. Nos preguntábamos una a otra. Vino el celador y dijo: ‘Se las llevan a la cárcel en Buenos Aires, ahí van a estar bien’.”
“De ahí nos transportaron a Devoto y los hombres a otro lugar. De mi marido ya no sabía nada. Por boca de otros, me decían: está bien, porque era un hombre grande. Yo la pasé un año en Devoto. ¿Por qué? No sé hasta la fecha –dice–. Pero lo que más siento son los hijos. Eso es lo que siento yo. Ellos estudiaban. ¿Y estudiaban dónde? En la Escuela Técnica de Ledesma. Ahí estudiaban. Y yo me acuerdo bien clarito, que un día, a la hora del almuerzo, mi marido me dijo: Rita, porque a me dicen Rita nomás, me llamó el (Alberto) Lemos (antiguo administrador del Ingenio) para la beca de los chicos. Entonces, él (y señala la foto de Domingo) que era orgulloso, dijo: ‘No papá. Usted y la mamá trabajan para que nosotros estudiemos muy bien. Esclavos de Ledesma, no. No papá. Nosotros vamos trabajar por cuenta nuestra’.”
Domingo tenía una hija de ocho meses cuando lo secuestraron. Su esposa se había muerto cinco meses antes. Esa niña que se crió con Rita, hoy tiene 36 y es a la que Rita le implora por sus papeles sagrados. Domingo había estudiado mecánica automotor y electricista en la escuela de Ledesma. Para 1976 estudiaba por otro lado para dibujante de planos, pagado por su familia. Miguel Angel estudiaba “tractores, esos grandes, pero no para Ledesma. Nosotros le pagábamos para que aprenda. Y sí, cuando lo necesitaban lo llamaban para portero del Club de Ledesma. Había una pileta en el verano. Lo llamaban porque decían que era el único que iba bien presentable, porque tenía que ir bien presentable”.
El 20 de julio a las tres de la tarde su hijo estaba trabajando en el club. A las siete de la tarde un vecino la empezó a buscar. El hombre vivía a dos cuadras de su casa y al encontrarla le dijo “del Ingenio han llamado a la Policía y su hijo Miguel Angel está detenido”.
Rita le pidió a su hija mayor que averigüe y con la esposa de Miguel fueron al Ingenio a ver qué pasaba. Vieron “cómo venían los vehículos. Nos dijeron: ‘nosotros los cruzamos en el puente. Lleno de milicos está’. Eso me dijeron cuando yo ya salí. Mientras estuve detenida, yo preguntaba por mis hijos. A uno, a otro. A la policía. Me decían: ‘Ya van a salir, ya van a salir’. Pero seguro que ya los habían hecho boleta. ¿Por qué? No sé. ¿Porque el padre era sindicalista? ¿Porque defendía a los obreros? No, por eso lo que yo digo, sea como sea voy a seguir saliendo a buscarlos. Me voy a quedar conforme el día que yo sepa que ese sinvergüenza esté preso. A mí me han quemado con cigarrillo y me han hecho lo que se les dio la gana. Me han pegado en la cara, me han hecho saltar la dentadura. ¿Por qué? Porque me preguntaban por personas que yo ni conocía”.
Al salir de Devoto y sin casa propia, doña Rita volvió a su provincia dispuesta a vivir “bajo un puente, si hace falta”. Su padre, que vivía en Yute, le dijo: “Hija venite, te hago una hermosa casita con baño y todo para que estés con tus hijos. Le dije que no, porque acá yo me voy a descolgar. Yo quiero estar cerca de dónde puedo buscar a mis hijos”. “Entonces volví a Calilegua porque enojada y todo, les dije que iba a desocupar cuando encuentre dónde ir. Mi hija, la mayor, que era casada, me dice: ‘Viejita, vení a vivir con nosotros hasta cuando venga el papá’. ¡Porque nadie me quería alquilar una pieza! ¡Nadie! Nadie, fíjese como he andado yo mendigando una pieza. Yo trabajaba, mi profesión es modista. Trababa con el costura en la casa y después trabajaba en el hotel Artaza, de Libertador, que es el más grande que hay y me la pasé trabajando para poder criar a los tres que me quedaban.”
–¿Cómo siguió la búsqueda?
–Con las otras madres, nos reuníamos. Caminamos a las cárcel de Salta, de Jujuy, Tucumán y a pie con semejante tierra, con semejante sol. A buscar. Pero no había nada. “No hay subversivos”, decían ellos. Yo decía, que la recontra, pero no importa: hay un Dios. Hemos andado... mire, por ahí nos pillaba el agua y seguíamos. Creo yo que soy la única madre que queda.
–¿Consiguió trabajo su marido?
–Ni de sereno le querían dar trabajo en Libertador. Ni la indemnización le pagaron. Cuando salió para reclamarla le dijeron que tenía un plan de espera y después que no correspondía porque se había pasado el tiempo.
“Donde había una comisión, ahí estábamos todas a declarar y decir lo que habíamos pasado.” Fueron a ver a los integrantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1979 cuando pasaron por Tucumán. Estuvo con la delegación de la Conadep que viajó a San Salvador. Y más tarde declaró en el Juicio las Juntas. “Me llamaron a declarar a Buenos Aires cuando estaba Alfonsín de presidente. El doctor (Julio Cesar) Strassera ha sido mi abogado. Primero mandó dos secretarios a Jujuy y me citaron por la Policía de Calilegua que vaya al Juzgado Federal N°1. Le dije a mi marido que me iba sola, porque estaba cerca. Fui y estaban los secretarios del doctor Strassera. Se presentan. Y me dijeron que tenía presentarme a declarar allá y que voy a tener mi abogado y todo. Yo no quería venir, por mis hijos y porque no conocía a nadie, pero ellos me ayudaron.”
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