EL PAíS › OPINION

El arbolito

 Por Eduardo Aliverti

En el caso del aumento salarial decretado por el Gobierno es muy difícil no coincidir con la advertencia lanzada por algunos voceros del establishment, aun cuando produzca cierto pudor criticar la medida, en tanto puede parecer una reacción típica de esa gata que se llama Flora. Pero es cierto que entre 20 y 50 pesos de aumento son virtualmente una miseria si se los toma de modo individual, mientras que se transforman en una masa considerable al multiplicárselos por las decenas o centenares de empleados de una pyme. Se aduce la pretensión de incrementar el consumo. Sin siquiera tomar en cuenta que apenas el 30 por ciento de los trabajadores se halla registrado en la economía formal, ¿el Gobierno cree que un jubilado o trabajador aumentará su/la capacidad de consumir por disponer del agregado de esas cifras? No jodan, diría cualquiera que lo piensa pero no lo dice porque, bueno, al fin y al cabo es un gesto que va acompañado de otros, como el cobro del aguinaldo antes de las fiestas, y porque, bueno, después de todo es un gobierno que viene mostrando un discurso progre y algunas acciones que efectivamente lo son.
El argumento liberal de que las subas de salarios sólo pueden otorgarse cuando crece la economía es una falacia, demostrada con creces y como nunca durante la década de la rata, cuando los llamados indicadores “macroeconómicos” exhibieron el mejor de los mundos y jamás hubo una distribución más injusta de la riqueza: el punto no era ni es cuánto se crece, sino cómo se reparte. Pero ahora sí es cierto que se viene de más de cuatro años de recesión, y que la economía apenas si muestra los pelos de la cabeza emergiendo del quinto subsuelo. La “reactivación” tiene que ver, en esencia, con fondos allegados por el sector exportador gracias a una devaluación que también fue la más grande de la historia. No hay crédito y mucho menos ocupación de mano de obra intensiva. En esas condiciones tampoco hace falta saber de economía para entender que un aumento de salarios, en un mapa laboral como el argentino y con un origen que no consiste en la afectación de los consorcios del privilegio, es un acto demagógico o, por lo menos, se le parece demasiado. Quizá no sea malo en lo estructural y de hecho no podría serlo individualmente. Pero, seguro, es inocuo. De allí que la visión política de la medida, incluso si se otorga al Gobierno el beneficio de inventario de haberla tomado con buenas intenciones, sugiere que hay una ratificación de la verba progre y de la médula inconsistente.
Hay cuestiones muy atendibles que invitan a ser cautos en la crítica. No se puede no tomar nota del estallido del que se viene ni de la crisis en que se sigue, o de la debilidad de un gobierno armado a las apuradas, con escasez de cuadros y apretado por el aparato duhaldista. Cualquiera en esas circunstancias se tomaría su tiempo para marcar un rumbo definitivo. Y en ese “mientras tanto” pueden comprenderse las palabras por encima de los hechos y hasta algunas dosis de demagogia, o de sobreactuación de liderazgo, que en muchas oportunidades sirven para acumular favor popular y armar tropa propia que haga más pareja la correlación de fuerzas.
La gran pregunta sigue sin variar: si en verdad se transita solamente el “durante” (y si es de cara a un enfrentamiento real con los dueños de la economía); o si por el contrario hay esa mera “plancha” que mira las cosas como inevitablemente mejores por la sola causa de que más abajo ya no se puede caer. Uno supone –le puede gustar o no– que Kirchner tiene en la cabeza la idea de comandar un proyecto de recomposición de la hegemonía burguesa. Al margen de ortodoxias ideológicas que ubicarían al análisis en un lugar muy distinto, lo puede hacer con sentido popular, procurando una adjudicación más equitativa de la torta, estimulando el mercado interno, mejorando la calidad institucional, sin represión. O lo puede encarar con dirección reaccionaria. Esto último no suena. Y lo primero está por verse, que es la enorme diferencia con quienes dicen que ya se ve. En cualquier caso, lo incomprensible sería que no haga ni lo uno ni lo otro y que laapuesta sea pensar al “mientras tanto” no como una táctica de supervivencia sino como una estrategia de gobierno.

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