EL PAíS › OPINION

El supermercado del mundo

 Por Raúl Dellatorre

Dos discursos y una misma idea de país. El presidente de la Sociedad Rural y el titular del Poder Ejecutivo delinearon los ejes del proyecto en marcha, el rumbo con el que avanza y el motor que lo impulsará. Tiene grandes semejanzas con los que, en otros momentos de la historia, tomaron a la pampa húmeda como sinónimo de “la Patria”. Pero el mundo es otro, el país es otro. Y, sin embargo, apenas con parches, el modelo propuesto, el agroexportador, es básicamente el mismo.

Mauricio Macri, a su estilo, simplifica la readecuación señalando que el salto entre el modelo de principios del siglo pasado y el actual se resume en pasar de “ser el granero del mundo, a ser el supermercado del mundo”, el proveedor alimentos con valor agregado. Lo que elude explicar es que, en menos de ocho meses de gestión, este gobierno logró convertir las góndolas argentinas en el supermercado del mundo, en el sentido de poner a la venta fideos importados, productos en conserva importados, electrodomésticos importados, utensilios de cocina y artículos de limpieza importados y hasta frutas y verduras frescas de origen importado, que no llegan para atender un auge de consumo sino para, dramáticamente, sustituir productos nacionales.

El fenómeno de las góndolas ya se traduce en las cifras de actividad industrial, según las cuales un amplio abanico de sectores reflejó entre febrero y junio de este año una recesión creciente, con bajas del 5 al 20 por ciento respecto a un período no tan floreciente, como fue la primera mitad del año pasado. Pero Etchevehere ve otra realidad, aunque más probablemente se esfuerce por mostrar otra realidad. En su discurso, ayer expuso un panorama de crecimiento de exportaciones agroindustriales, aumento del área sembrada, inversiones multimillonarias en el campo, crecimiento explosivo en las ventas de fertilizantes, de maquinaria agrícola y vehículos, todo lo cual puso en marcha el crecimiento del empleo en la industria automotriz y metalmecánica, según dijo. Algo sugiere –el Indec de Todesca, por ejemplo– que gran parte de todo eso, no es cierto.

Pero así enunciado, sirve para justificar el sostenimiento de un modelo que prometió la felicidad plena a partir de una brutal devaluación. Una felicidad que sigue estando, dicen, pero al final del túnel, por el cual hay que pasar de la mano de los capitales concentrados de la agroexportación, que son “el motor” del tren para atravesar el oscuro orificio. Aunque esos capitales no vuelquen sus recursos en inversiones, salvo en los discursos, sino que siguen peleando por recibir más precio (exportando más carne y bajando la oferta al mercado interno, por ejemplo), por pagar menos impuesto y por subir el precio del dólar. A millones de asalariados, productores regionales, pequeños empresarios industriales, sólo les toca esperar “el derrame”.

No es una historia nueva, aunque se vuelva a contar como si, esta vez, fuera diferente.

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