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EL ESTILO PRESIDENCIAL EN DEBATE, LOS ESCENARIOS ELECTORALES
La centralidad de la política
La oposición consiguió instalar un debate sobre la idoneidad del Presidente, despolitizando su vocación de conflicto. La clase media, su relación con el Gobierno. Los escenarios electorales en Capital y provincia: paradojas. El PJ bonaerense, las abejas y la adecuación a las contingencias. Un plan de viviendas con objetivos surtidos.
Por Mario Wainfeld
Una convicción anima a Néstor Kirchner desde que llegó a la presidencia. Por decirlo con palabras que no le son propias, es que debe revalidar día a día su legitimidad. Escarmentado por la experiencia de Fernando de la Rúa, sabe que la legitimidad de origen, haber sido elegido por el voto popular, no garantiza obediencia social. Adoctrinado por el que “se vayan todos”, sabe que la investidura presidencial, como la de cualquier cargo público, no genera respeto ni menos aquiescencia sino desconfianza. Desde el vamos el Presidente intuye que todos los días debe reconstruir su reputación con decisiones, con obras, con palabras. “Condenado” por la naturaleza de las cosas a una permanente revalidación, la hiperquinesis y la búsqueda de conflicto permanente son (a su ver) una necesidad. No son (a su ver) un exceso sino su modo de gobernar, esto es, de buscar consensos sociales.
Otra convicción del patagónico fue la de repolitizar la disputa de poder. Definir un cierto plexo ideológico, designar aliados y adversarios, posicionar a la figura presidencial, al gobierno y al Estado como actores principales y no como partiquinos del mercado o de una viscosa opinión pública.
La generación permanente de enfrentamientos engarza, pues, con una decisión política. Opinable, controversial, novedosa en los últimos 15 años. Pero política sin duda.
Una novedad de los últimos meses es que desde la oposición se viene postulando que esa belicosidad presidencial no es una decisión política sino un (indeseable) emergente del temperamento de Kir-
chner. No un modo de gobernar, sino un impedimento para hacerlo. La falta de gobernabilidad, la carencia de orden pasan a ser lugares comunes de los discursos propalados por una oposición bien diversa. A su modo, la predican tanto Mauricio Macri como Elisa Carrió. Previsiblemente, Lilita la fundamenta con un discurso más redondo, que pone al carácter de Kirchner como issue central y a su ira como un problema de Estado. Aconsejarle calma o templanza al Presidente pasa a ser (bastante) más habitual que proponerle alternativas a sus medidas de gestión. El debate así planteado incursiona más en la idoneidad de Kirchner que en su propuesta política.
Para un oficialismo obsesionado por fijar cotidianamente la agenda pública se trata de una desafiante novedad. Máxime si se advierte que, al menos en términos mediáticos y de “sensación térmica”, el tópico ha pasado a integrar el menú de discusión cotidiana. Se habla (en los medios, claro está, pero también en mesas de café) de desmesuras, de arrebatos temperamentales o autoritarios, se los identifica con la peor tradición peronista. Desde cualquiera de esos ángulos, es un punto de vista sensible a las clases medias urbanas, que hasta ahora han sido muy permeables a la acción política oficial. Ponderar el cabal impacto de este debate esprematuro y complejo. Pero sería necio negar que algo le ha pegado a un gobierno demasiado acostumbrado a dominar el ágora, casi de taquito.
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“La psicología del Presidente y sus malos humores son un tema determinante. Necesito, por lo tanto, una partida adicional de euros para hacerme asesorar por un psicólogo. Incluso no estaría mal contratar a un médico clínico para analizar las consecuencias psíquicas del estrés, la mala digestión o los cambios de horarios a que está sujeto Kirchner.” El politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre Argentina le escribe a su padrino de tesis, el decano de Sociales de Estocolmo. Como revela el correo electrónico que transcribimos en forma exclusiva, el politólogo está zarpado. Se pasó todo junio dedicado al fútbol espectáculo con resultados deprimentes: la selección nacional de su país y su querido Boca fueron eliminados de la Eurocopa y de la Libertadores. En ambos casos por penales. Nuestro científico largó los libros y desamparó las investigaciones de campo, prendido a la tele primero, viajando a Colombia con la barra brava xeneize luego. Ahora trata de recuperar el tiempo perdido y de conseguir algunas divisas porque ha perdido una fortuna en apuestas. Se jugó lo que no tenía a favor de los pupilos de Carlos Bianchi. Y para colmo, ebrio de pasión futbolera, descuidó atender a su (un par de veces) más-que-amiga, la pelirroja progre que se había vuelto kirchnerista y ahora ha devenido algo crítica. Para remontar tantas desdichas, para recuperar tiempo y amores perdidos, nuestro sueco necesita plata, mucha plata.
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“Todos hablan mal de Kirchner, todo el tiempo. Es un modo de reconocer que es el centro de la política argentina. Surgen muchos problemas cuando él se aleja del país. Y todos aprovechan para atacarlo. Es consecuencia de su centralidad.” Uno de los pingüinos más cercanos al Presidente transforma en virtud lo que Página/12 traducía como jaques al Gobierno.
En Balcarce 50 se niega que la imagen presidencial se haya erosionado. “Hay que ver lo que son los viajes al interior –comenta alguien que suele acompañar a Kirchner a cuanto paraje recorra–, la gente se le tira encima. Lo abrazan, le piden que no afloje, corean ‘y pegue, Néstor, pegue’. El peligro de la confrontación es un invento de ustedes, los periodistas. A la gente no le preocupa que Kirchner se pelee con medio mundo. Al contrario, la conmueve.” Para el pingüino, en ese sentido nada ha cambiado desde diciembre del año pasado.
–Tal vez –propone Página/12– quienes se acercan al Presidente pertenecen a las clases populares. Y el discurso sobre el autoritarismo y la ineficacia penetre mejor en los sectores medios.
–Algo de eso puede haber. Por lo pronto, existe una ofensiva opositora para recuperar audiencia en la clase media. ¿Vio que Lilita cambió el crucifijo por el collar de perlas? Ese nuevo look apunta a un nuevo perfil de votante, más parecido al radical tradicional –reflexiona el morador de la Rosada revelando que ha elaborado bastante un tema que, supuestamente, no le preocupa.
El escenario electoral de 2005, todavía remoto, no es exactamente el que cabría inferir de una lectura acelerada de los medios. La provincia de Buenos Aires, madre de todas las batallas, pinta (hasta ahora) menos peliaguda que la misteriosa Ciudad de Buenos Aires. En la provincia el oficialismo tiene una candidata muy expectable y su principal contendiente, el duhaldismo, está muy herido medido en términos electorales. En Capital, en cambio, ya hay dos presidenciables (Carrió y Mauricio Macri) postulados e instalados. A ambos les fue bien el año pasado, en los comicios presidenciales y para jefe de Gobierno. Y Macri es el rostro más potable de una derecha frustrada que, mitigado el fenómeno Blumberg, busca un mascarón de proa, así sea de madera. A su vez, el kirchnerismo no tiene definido un candidato de peso equivalente a los contendores. Por añadidura, el electorado de la Capital es tradicionalmente díscolo y mutante. Y está por verse si las variadas críticas al estilo presidencial mezcladas con el fastidio por la presencia piquetera no han debilitado el crédito del Gobierno.
La foto de hoy es obviamente engañosa, porque la campaña no empezó. Pero con esa reserva vale computar que, hoy por hoy, medido a ojímetro, el kirchnerismo va primereando en la provincia y tercero en la Capital. Y la Capital, ciudad progre comparada no solo con el resto de la Argentina sino aun con las primeras metrópolis del mundo, es un bastión muy deseable para el Gobierno. “Yo soy la izquierda en la Argentina”, se autorretrata (y se embronca) Kirchner con sus seguidores. Mucho le dolería perder en un bastión progre y por demás simbólico. Para evitarlo, le queda mucho por hacer. Empezando por registrar que, si las críticas de los adversarios a su estilo “prenden”, algún motivo habrá.
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“Estamos frente a una paradoja digna de estudio. El kirchnerismo –disruptivo, crítico del peronismo, progresista– está mejor posicionado en la provincia de Perón que en la Capital. Le pido me autorice una partida para contratar una auxiliar nativa, con conocimiento de la realidad local, de perfil progresista. Tengo una postulante en mente.” Con un argumento sensato, el sueco procura un subsidio para conseguirle un laburo a la pelirroja, un modo de tenerla cerca todo el día y recuperar el tiempo perdido.
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En la provincia de Perón, el anuncio de la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner tuvo el efecto de un shot furibundo a un panal de abejas. O a varios. Los peronistas tienen una pituitaria calificada para olfatear éxito o fracaso y un radar incorporado que los orienta en consecuencia. Reuniones, plenarios de la militancia, cónclaves secretos, cenas, cantidades industriales de empanadas y choripanes, anticipan la campaña que vendrá. El mapa del PJ parece un plano inclinado hacia las posiciones de la primera ciudadana. El libro de pases se ha abierto y el entusiasmo es sideral. El que pierde es un traidor reza la verdad peronista número 21 y nadie quiere entrar en esa categoría.
Kirchner aborrece con inusual énfasis y sinceridad al PJ pero no está claro que su primera movida electoral con miras a 2005 pueda saltearlo. Cierto es que entre las abejas entusiasmadas hay “transversales” y “peronistas no pejotistas”, pero ambos sectores parecen tener muy poco peso político y territorial relativo. Si bien el Presidente –que aborrecerá al PJ pero es peronista– permite y hasta incentiva que germinen cien flores, sus principales operadores en Buenos Aires se mueven en la galaxia PJ. Es el caso del corrosivo Carlos Kunkel, cuyas declaraciones producen remezones variados en el Gobierno pero suelen emparentarse mucho con los pareceres del Presidente. Las jugadas del subsecretario general en territorio bonaerense se asemejan mucho más a una interna del peronismo propuesta por su izquierda que a la constitución de un nuevo frente político.
“Siempre dijimos que se construye ‘desde abajo’, pero la verdad es que las elecciones se ganan ‘desde arriba’”, explica un peronista bonaerense, kirchnerista de la primera hora, quien propugna sumar fuerzas tras Cristina y, como siempre, “dar la batalla desde adentro”. Si un convencido piensa así, qué no dirán los oportunistas. “Desde adentro” y con una referente prestigiosa a la cabeza, todos unidos triunfaremos.
La avanzada en la provincia, acelerada por Kirchner, desnuda la fragilidad actual de los “transversales” y los “peronistas no pejotistas”, cuyos límites en presencia y convocatoria son patentes. Uno de los dilemas ya instalados por el propio Kirchner es qué hacer con ese partido que un día lo apoya a Menem y otro a él. Tamaño oportunismo enfurece al Presidente, pero está por verse si puede plasmar su rechazo en decisiones drásticas antes de las elecciones. Con la foto de hoy, cuesta creer que cambiar de monta ahora sea algo más que el camino a una derrota. Con la foto de hoy, el duhaldismo debería preocuparse observando las bajas en sus huestes. Y el kirchnerismo fruncir el entrecejo mirando algunas de las incorporaciones que se le vienen, como abejas munidas de radar incorporado.
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Sin esperar respuesta de su comitente, el politólogo llama a la pelirroja progre. “Te hablo para proponerte un trabajo”, susurra, temiendo que la colorada le corte el rostro.
La respuesta supera sus expectativas. “¿Nada más que un trabajo?”, replica la pelirroja, con tono jovial.
“Bueno, puede haber algo de acoso sexual”, se lanza el sueco y escucha una carcajada. Esta tierra bendita premia la audacia, se dice el hombre y, para empezar el laburo, le propone a la pelirroja ir a auditar un encuentro kirchnerista, esa misma noche, en el Conurbano. Cosa de empaparse de los atávicos hábitos de las abejas.
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En el Gobierno se tabula que la relación entre Kirchner y los argentinos más pobres es cada vez más estrecha. Y existe la decisión de apuntalarla con medidas políticas direccionadas claramente a ese sector. El plan de viviendas económicas que se anunciará en la semana que empieza mañana o (como mucho) en la siguiente es la primera. Esa obra pública busca ser una carambola a dos bandas. Se acometerá el problema habitacional, desatendido por más de una década. Y se generará empleo, uno de los obsesivos objetivos de Kirchner. Será trabajo transitorio, de baja paga, algo que al Gobierno no le preocupa tanto, por ahora. Pero serán miles y miles de puestos, se entusiasman en la Rosada. “Si hay trabajo y hay más viviendas en un plazo cercano y visible, crecerá el romance de Néstor con el pueblo peronista”, se entusiasma uno de sus fieles más cercanos.
La obra pública es uno de los puntos nodales de la acción oficial y por ahora no ha tenido logros tangibles. Es más, casi no se ha puesto en acción. En la Rosada explican que la tarea es difícil, que falta financiamiento, que armar las licitaciones toma su tiempo. Todos argumentos razonables, pero que omiten mirar cómo andamos por casa. Entre bambalinas, más de cuatro decisores del Gobierno asumen que Julio De Vido, demasiado obsesionado con precarios armados territoriales, no viene haciendo una buena gestión. No es muy claro que compartan sus reservas con el Presidente, muy reacio a escuchar críticas a los integrantes de su círculo más íntimo.
La falta de correspondencia entre los anuncios y la gestión, la carencia de debates internos, la morosidad derivada de la omnipresencia presidencial, son vigas en el ojo propio que el Gobierno tendría que sopesar más. El oficialismo es, en buena hora, diferente a los que asolaron estas pampas en los últimos años, pero a veces se emparenta con ellos en la falta de autocrítica y en proponer como virtudes inmodificables a todas sus características, sus tendencias, hasta sus tics.
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Convencido de la erosión de las instituciones y de las costumbres, Kirchner gobierna como si estuviera sometido a un plebiscito diario sobre su condición de presidente. Aunque sus modos no lo sugieran, se asume y se propone como un líder carismático cuya legitimidad pende de un hilo, sujeta a constante veredicto popular. El Presidente registra bien la crisis de representación, se amolda a ella. Y, quiera o no, la reproduce con su modo de obrar.
La crisis de representación es un contexto peliagudo, de difícil resolución. Buena parte de la política cotidiana remite a ella, si se la mira bien. El endiosamiento que hace la derecha de la Iglesia de Roma –que reaccionó anacrónica y discriminadora frente a la positiva designación de Carmen Argibay– revela su necesidad de encontrar portavoces más creíbles que sus emergentes políticos. Si no es Blumberg, que sea el obispo Aguer y siga el baile.
La disputa por la Secretaría General de la CGT, resuelta entre cuatro paredes por dirigentes desacreditados durante añares, sin participación de las menguadas bases de trabajadores, es otro síntoma palpable.
Esa falta de referencias institucionales tan perdurables como carcomidas por el uso compromete a los protagonistas, aun a quienes se proponen modificarla. Continentes densos, la CGT y el PJ no son lo que fueron, acaso son algo bien distinto, acaso tienden a ser lo contrario.
Pero subsisten en medio del vendaval pues, revisitando a Antonio Gramsci, hay tiempos en que lo nuevo no termina de aparecer y lo viejo no termina de morir.