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De cuando Scilingo todavía no se había arrepentido de arrepentirse

Ayer se escuchó en la Audiencia Nacional de Madrid la grabación de la declaración de Scilingo en 1997. El plan para apropiarse de los bebés, los vuelos de la muerte y sus compañeros represores.

En la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) había “un registro” de bebés nacidos en cautiverio y “las familias de marinos que quisieran adoptarlos debían conectarse con el grupo de tareas”. La explicación del ex marino Adolfo Scilingo se escuchó en la Audiencia Nacional de Madrid. Pero no la hizo ayer, sino en 1997, cuando todavía no se había arrepentido de haber confesado sus crímenes y los de sus compañeros del grupo de tareas. La grabación en la que el represor admite que “estaba enterado de todo” lo que ocurría en el mayor centro clandestino de la Marina se presentó ante los jueces que lo juzgan por genocidio, terrorismo y torturas.
Scilingo se confrontó ayer con él mismo. Sentado frente a los magistrados de la Audiencia Nacional, bebiendo cada tanto agua con azúcar debido a la huelga de hambre que dice cumplir desde el 8 de diciembre o consultando papeles, escuchó parte de la confesión que el 8 y el 9 de octubre de 1997 hizo ante el juez Baltasar Garzón.
“Yo almorzaba y cenaba con todos en la cámara de oficiales, estuve un año comiendo con ellos”, dijo para demostrar cómo sabía los detalles sobre los crímenes del grupo de tareas de la ESMA. Esta semana intentó hacer todo lo contrario: asegurar que no se había enterado de nada –aunque no pudo negar su convivencia con los represores– y mucho menos participado. Pero esta última declaración es mucho más confusa y contradictoria que la anterior, en la que admitió haber participado de dos “vuelos de la muerte”.
Según narró en 1997, Scilingo supo de tres partos clandestinos, que serían “el de María Marta Vázquez de Ocampo, el de Cecilia Viñas y el de una chica de apellido Fontana”. En la ESMA –explicó– existía “un plan preconcebido” para que los bebés fueran entregados a familias de la Marina con el fin de que “no se contaminaran”. Y señaló como los responsables de las apropiaciones de los hijos de desaparecidos al capitán de fragata Jorge “Tigre” Acosta (que era quien llevaba “la voz cantante” en ese asunto), al almirante Rubén Chamorro, jefe de la ESMA; al capitán de navío Jorge Vildoza –quien se quedó con el hijo de Viñas– y al dictador Emilio Massera.
La confesión de Scilingo no se agotó en el robo de niños. También aportó detalles sobre el funcionamiento de los grupos de tareas, del organigrama de la ESMA, del robo de automóviles de los detenidos y la apropiación de sus bienes. El ex marino señaló que, siendo la ESMA “una organización militar, de cada persona se hacía una ficha con el número de la persona, desde que ingresaba hasta que se iba”. Estas tarjetas, que estimó en 5500 y que fueron “microfilmadas en tres rollos”, eran manejadas por los oficiales de inteligencia del centro clandestino.
Tampoco faltó la descripción sobre su participación en los vuelos: “Cuando ordenó el comandante hubo que arrojarlas al mar... por la popa”, dijo antes de afirmar que “aquello fue un pacto de vergüenza”. “Esto no fue un grupo de delincuentes. Fue la Armada Argentina”. Ahora, parece, piensa diferente.

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El ex marino Adolfo Scilingo escuchó su propio testimonio. Cada tanto bebía agua azucarada.
 
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