EL PAíS › EL ESCENARIO QUE DA CONTEXTO AL LANZAMIENTO DE BIELSA
Combatiendo en Kapital
El canciller y dos presidenciables en una elección a tercios. La política porteña y su condicionante, la tragedia de Cromañón. Qué pueden suscitar la causa judicial y la investigación parlamentaria. Las movidas del macrismo. Algunos enigmas sobre lo que hará Bielsa. Y una duda fundante del kirchnerismo respecto de Ibarra.
Por Mario Wainfeld
Será una elección a tercios, coinciden los intérpretes. Rafael Bielsa, Elisa Carrió y Mauricio Macri disputarán el podio en una compulsa que pinta pareja, lo que puede elevarlos al oro o despeñarlos al bronce, modos olímpicos de designar a lo que en lunfardo se motejaba “la gloria o Devoto”. La diferencia pueden ser dos o tres puntos porcentuales en un distrito que suele ser díscolo y difícil de predecir en sus conductas. Por añadidura, la Capital de los argentinos es propicia a los microemprendimientos partidarios. Un territorio en el que se puede hacer campaña viajando en subte, en el que candidatos con poca logística y aun huérfanos de micros pueden lograr magna visibilidad a través de los medios masivos de difusión, posibilita la emergencia de candidaturas exitosas “sin aparato”. Carlos “Chacho” Alvarez, en sus albores, Luis Zamora en este siglo supieron construir batacazos de surtido nivel viajando en colectivo. Un albur que siempre está abierto a la repetición, sobre todo si los que dominan la escena juegan a la polarización.
Los dueños de los tercios, todo induce a creerlo, no llegarán a sumar el 90 por ciento de los sufragios. Un treinta por ciento puede ser un trampolín a la fama para dos presidenciables de la oposición o para el canciller que llevará los colores K. Pero un guarismo ligeramente menor (que bien puede superar lo que logró Néstor Kirchner en 2003) sería un tropiezo severo para quien quede viendo la espalda de sus contendores.
La campaña habrá de realizarse transitando sobre el quebradizo hielo de la coyuntura política local, signada (acaso sobredeterminada) por la tragedia de Cromañón. Tras un período de relativa distracción, la excarcelación de Omar Chabán cambió el clima local. Para la escudería de Bielsa será todo un tema definir cómo posicionarse respecto del jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra. Uno de los estrategas K en la Capital, por añadidura uno de los más transigentes con Ibarra, reconoce una íntima contradicción a sobrellevar: “Nuestro objetivo es preservar la estabilidad de Aníbal y despegarnos de él en la campaña”. Una charada que oscilará entre lo muy difícil y lo imposible, según la muñeca de los protagonistas y el devenir de los acontecimientos.
Dos factores de riesgo asedian la estabilidad del gobierno local. Son la causa judicial y la investigación parlamentaria de la Legislatura. Empecemos por la primera, quizá la más potente dada su capacidad de incidir en la otra.
Duros días, Su Señoría:
Una parte del escenario político de los próximos meses depende de lo que decida (o deje de decidir) el juez Julio Lucini respecto de Ibarra. Lucini quedó a cargo del expediente que investiga la tragedia de Cromañón cuando la magistrada María Angélica Crotto debió dejarlo por razones de salud. En el Gobierno de la Ciudad (y en su pie a tierra en la Rosada, la Jefatura de Gabinete) se propagan sospechas acerca de supuestas relaciones entre Lucini y el macrismo. El abogado de la querella Fabián Bergenfeld era sindicado como un ariete de esa ligazón. Bergenfeld renunció a representar a deudos de las víctimas mortales tras una denuncia periodística en ese sentido. Las sospechas oficiales contra el juez, consiguientemente, redoblaron.
El punto viene a cuento porque un escenario posible es que Su Señoría cite a Ibarra a indagatoria y, eventualmente, lo procese. En altas oficinas de Ciudad y Nación, se desdeña esa hipótesis con parecida bronca y fruición. Eppur existe, para nada como certeza, pero sí como chance.
Un integrante del gobierno nacional, que conoce como pocos los pasillos de la política y de los Tribunales, arrima su lectura, no suspicaz pero igualmente preocupante. “La causa carece de precedentes por su magnitud y sus implicancias en la opinión pública. Lucini es, como la mayoría de los jueces argentinos, un hombre poco estudioso, poco adentrado en las discusiones doctrinarias. Una parte importante de la ‘familia judicial’ se ne frega de los debates académicos, de las universidades y de la academia en general. Ellos creen que el derecho es lo que dicen los jueces, que lo demás es diletantismo y se despreocupan de actualizarse. Claro, cuando les toca un tema grosso salen corriendo a leer en dos días los que debieron desmenuzar en años. Se indigestan, entienden mal, citan peor...”, lapida. Y añade un dato sugestivo: “Débiles en sus convicciones, son muy susceptibles a los embates de la opinión pública. No me extrañaría nada que Lucini resolviera acerca de Ibarra presionado por la tribuna”. Es una opinión, claro, pero tiene su miga.
Ocurre que “la tribuna”, a quien usted puede apodar “opinión pública” o “la gente”, a su guisa, se hace oír muy sonoramente cuando se producen novedades en el expediente. Uno de los errores germinales de Ibarra y de su consistente aliado en la Rosada, Alberto Fernández, fue minimizar cuánto pesaría la voz de la calle en el decurso de la causa Cromañón y por ende de la política porteña.
Para coquetear con esa vindicta el fiscal Garré y el juez Lucini promovieron acusaciones de máximo (y dudoso) rigor contra Chabán.
Para no quedar en off side con la tribuna, el gobierno nacional (con el Presidente a la cabeza) fustigó con imprudente dureza a los camaristas Gustavo Bruzzone y María Laura Garrigós de Rébori cuando éstos ordenaron excarcelar a Chabán. Dicha resolución es opinable, pero era del todo indeseable que se usara “la sensibilidad de la gente” como parámetro para descalificar una decisión. Máxime cuando cundía un clima de excitación pública y mediática lindante con el linchamiento a dos jueces honestos y de superior nivel a la media de sus colegas.
La vida te da sorpresas e induce a contradicciones. Ahora, en Avenida de Mayo 525 y Balcarce 50 se previene respecto de la perspectiva que Lucini resuelva pensando en “la gente” antes que en la letra de los códigos. Y a fe que sería indeseable que así fuera. Pero es posible que suceda.
Paradoja de paradojas. Es bien presumible que un procesamiento mal fundado de Lucini sería preludio de una presta revocación de los denostados Bruzzone y Garrigós. Pero el intervalo entre las dos resoluciones podría resultar muy tormentoso. Y el eventual momento de la revocación (así fueraadecuada a derecho) podría ser percibido por “la gente” como prueba de impunidad.
Un caso de tremenda resonancia, comandado por un juez no formateado para resolver causas de tamaña entidad, puede disparar escenarios complicantes de cara a elecciones cercanas. Un procesamiento endeble en su fundamentación o una falta de mérito proclive a ser leída con suspicacias pueden ser similarmente corrosivas.
En Nación y Ciudad se rechaza esta perspectiva con argumentos propios del deber ser. Muchas discotecas, en muchos países, han sufrido incendios parangonables al de Cromañón y jamás se incriminó penalmente a las autoridades de las respectivas ciudades, argumentan. El jefe de Gabinete porteño, Raúl Fernández, expresó públicamente ese razonamiento. Muchos funcionarios, nacionales y porteños, cuentan con cierto detalle casos similares y pretenden extraer de ellos una consecuencia universal. En algún supuesto, las versiones oficiales no se apegan a los hechos. Así ocurre con un incendio ocurrido en una pequeña ciudad de Estados Unidos, Rhode Island (tan pequeña que no tiene autoridades electivas), cuya simetría con la metrópolis porteña es imposible. Pero, en cualquier supuesto, lo que sucede en otras geografías no es ley para ésta, tierra de novedades, con un contexto político muy particular que cualquiera puede cuestionar, pero que nadie (mucho menos protagonistas de alto nivel) puede permitirse desconocer. En una sociedad donde resuena todavía el eco de las cacerolas, adolorida por años de irrepresentatividad e impunidad, que vive aún en emergencia, las cosas son (como poco, pueden ser) distintas. Cabría añadir un fenómeno que excede las fronteras argentinas y se propaga en casi todo el mundo. La decadencia de la política lleva a los ciudadanos a buscar en los tribunales la justicia que les mezquinan las autoridades surgidas de las urnas.
En el mundo real, pues, existe la posibilidad de que Tribunales incida en la política de campaña y excite a “la gente”, sea dándole lo que se interpreta que pide, sea propinándole “bofetadas”. El peso eventual de esas virtualidades es grande porque repercutirán en otro tablero, el de la...
Patética Legislatura:
La precariedad institucional argentina no es algo que necesite probarse pero, si así fuera, la Legislatura porteña sería un formidable argumento para cualquier fiscalía. Huera de representatividad y prestigio, fragmentada en una miríada de bloques intraducibles en términos políticos lógicos, muchos de ellos unipersonales, deprime de sólo verla. Las sesiones ulteriores a Cromañón fueron una postal de lo peor de la política. La media (que admitió pocas excepciones) fueron discursos huecos, sobreactuados, en muchos casos pronunciados por quienes tenían muchas dificultades para enlazar virtuosamente sujeto, verbo y predicado.
El gobierno local no tiene casi representantes en su propia Legislatura. Penoso record pampeano digno del Libro Guinness que retrata un liderazgo de pura opinión sin raigambre partidaria ni parlamentaria, un magro aporte a la institucionalidad.
La principal oposición, el macrismo, se movió como un cardumen de pirañas excitadas por la sangre. Su indisimulada avidez le jugó en contra a Mauricio Macri, cuya imagen bajó, durante el verano porteño, aún más que la de Ibarra. Así las cosas, tascó el freno.
Pero ahora, tras el excitado viernes que sucedió a la orden de excarcelación de Chabán y con las elecciones por venir, resurge la hipótesis del juicio político. Una comisión investigadora parlamentaria debe expedir su dictamen en un mes. El resultado está cantado por la preeminencia que tienen en su integración el macrismo y la izquierda porteña, potenciado por la ausencia de la magra representación delibarrismo. La duda es si el dictamen, que ha de ser lapidario, incluye la recomendación del juicio político. Una decisión drástica del juez Lucini puede influir mucho en la decisión parlamentaria.
Por ahora, los movimientos macristas de los últimos días revelan que la fuerza de derecha pisa huevos al respecto. Las gentes de Compromiso para el Cambio se han movido con mayor sutileza que la habitual en Macri, esto es, con alguna. Han evitado abalanzarse sobre Ibarra y se han esmerado en no mostrarse ávidas de desplazarlo. Propios y extraños atribuyen ese inopinado tino en los modos a Horacio Rodríguez Larreta, quien manejó la fuerza en estos días. Comparado con Macri (un novato en la política, bien guionado por sus asesores, pero carente de reflejos y de background), Rodríguez Larreta parece Henry Kissinger.
Las encuestas que prendieron luz roja a Macri durante el verano seguramente influirán para decidir qué harán sus huestes en el invierno. En el ínterin, la geografía de la Legislatura da para todo, en una comisión investigadora que sólo nuclea acusadores. Hay quienes consiguen el peliagudo portento de estar a la derecha del macrismo, como la legisladora Fernanda Ferrero. Hay, cuentan irónicos legisladores K, “dobles agentes”, como Diego Santilli, quien lleva la camiseta macrista, pero que pugna por cambiar de bando. Uno de los neófitos integrantes del ala macrista apodada Festilindo, Martín Borelli, es el puntal de la fiscalía.
El macrismo, sobre todo si priman los que tienen cierta muñeca, vacilará entre tener un contendiente débil en el Gobierno de la Ciudad (tal la táctica de Rodríguez Larreta en esta semana) o atacar no más la fortaleza. Los legisladores kirchneristas, cuyo número oscila entre 9 y 10 entre 60 (los cartógrafos se las ven canutas en una geografía tan cambiante), tienen directivas firmes de su referente, el jefe de Gabinete. Son las de oponerse al juicio político. En un cuerpo hiperdividido su cohesión puede ser crucial.
Con menos legisladores, el ARI deberá sopesar si reitera su serena conducta de enero. En aquel entonces, Elisa Carrió no sólo calló, también mandó callar a sus seguidores y fungió en pro de la gobernabilidad a través de un (insólito para ella) perfil bajo.
La campaña por venir, dicho sea de rondón, la forzará a elegir un perfil nacional o uno local. Macri tiene jugada única; lo suyo será batallar contra Ibarra antes que contra Kirchner. Es bien verosímil que Carrió procure nacionalizar la elección.
Bielsa deberá contender con los mandobles de ambos, un desafío bien complejo. Por ahora es un enigma cuál será el criterio del candidato en relación con Ibarra, que se ha convertido en un aliado piantavotos, tópico sobre el que se volverá líneas abajo. También es un arcano saber si Bielsa será sólo cabeza de una lista que armarán otros (“frutilla” en jerga política) o si querrá meter baza en un armado que tendrá al jefe de Gabinete como figura central. En esa duda se inscribe el...
Caso Milcíades:
La candidatura de Bielsa impone un giro de tuerca respecto del diputado porteño Milcíades Peña, que milita en Gesta, el partido que nimba al canciller. Peña, padrino de una víctima mortal de Cromañón, ha sido un adalid de los cuestionamientos a Ibarra, de quien fue aliado político. Su peculiar posición amplió su conocimiento público y le permitió construir una potencial candidatura para octubre. Su doble condición, bielsista y crítico del jefe de Gobierno, ya ha disparado hipótesis de labor. Su inclusión en las boletas del Frente para la Victoria (que tendrían un justificante “ecológico” en su pertenencia a Gesta) sería una señal de “despegue” del ibarrismo y un correlativo aventón al jefe de Gobierno. La teoría, que corrió como un reguero en quinchos políticos, tiene por ahorados cuestionadores de fuste. El primero es el propio Peña, mejor predispuesto a armar una lista propia “colgándose” de la de Bielsa, como hiciera Miguel Bonasso con Kirchner en 2003, pero no a acompañar a todo el Frente para la Victoria. El otro contrera es Alberto Fernández, enfurecido desde enero con Peña por sus declaraciones públicas contra Ibarra.
El tema puede ser un leading case de un problema más vasto para el oficialismo que será cómo manejarse con Ibarra.
No sos vos, soy yo:
En la Rosada trinan contra las versiones acerca de desestabilizaciones a Ibarra. Allegados irrefutables del Presidente y del jefe de Ministros niegan supuestos pedidos de renuncia o borradores de decreto de intervención. Sus argumentaciones son creíbles, sería un disparate una intervención sin crisis alguna y nada sugiere que Kirchner haya dejado de lado su obsesión en pro de la gobernabilidad. Pero sería del caso añadir que algunos de los rumores que causan urticaria en el primer piso de la Casa de Gobierno fueron propalados desde otras oficinas del mismo edificio. Quizá primó lo que en el mundillo político suele llamarse “el síndrome de Gregorio Ríos”, esto es, el gesto de un lugarteniente que sobreinterpreta los rezongos de su jefe.
Lo cabal es que todo el Gobierno se galvanizó con la reacción callejera por la liberación de Chabán. Kirchner produjo un gesto llamativo que fue criticar la política educacional de la ciudad, en presencia de Daniel Filmus, a la sazón ministro del ramo de su gobierno y con antelación responsable de la susodicha área en Capital. Seguramente la intención era poner distancia respecto de Ibarra, temiendo contagiarse de su mal momento. Pero Kirchner es un peso pesado de la política; su palabra tiene pegada. Un empellón a un aliado debilitado tal vez con la mera intención de sacarlo del foco de la foto lo eyectó bastante lejos y lo hizo tremolar.
El Gobierno no la tiene todas consigo a la hora de comunicar. El Presidente transmite bien sus ideas fuerza, sabe conmover y se hace entender respecto de a dónde va y a quién quiere boxear. Es un capital no menor. Pero en el día a día el actual oficialismo tropieza con varias piedras o quizá siempre con la misma. Muchos de sus emisores se empacan en ignorar una verdad básica de la comunicación en una sociedad pluralista y democrática. Es la que propone que el sentido de un mensaje no lo impone el que lo lanza, sino la decodificación que hacen “los otros”. Muchos resignifican el mensaje a la luz de sus saberes, sus creencias, sus intereses, hasta sus prejuicios. El desdichado anuncio oficial sobre el Día del Periodista es un buen ejemplo de cómo emitir sin reparar en la ecuación del receptor. Burlarse de un interlocutor, en vez de halagarlo en un día que lo enaltece, testimonia un microclima poco dado a pensar en el otro.
Volviendo al nodo. La victoria drástica que busca Kirchner no es imposible pero sí complicada para operar. Las realidades territoriales se muestran bichocas (lo que no quiere decir irreductibles) a traducir en votos la primacía de la imagen presidencial. La provincia de Buenos Aires no se cierra. Santa Fe pinta mal. Córdoba no tiene un armado preciso. La Capital sigue siendo un potro difícil de domar. Nada está dicho del todo, pues esto recién empieza. Pero nada será sencillo para el oficialismo, que lleva las de ganar. Inmerso en esas dificultades, Bielsa se juega una parada peleadísima que puede llevarlo al bronce o al oro. El oro aparearía un premio extra, que sería la pole position para ser candidato oficial a jefe de Gobierno en 2007. La Reina del Plata es escurridiza, pero adopta a sus elegidos y les da una aureola difícil de ignorar en competencias futuras.
Entre tanto, se dice que Bielsa seguirá como ministro hasta que asuma. Algo similar a lo que promete, con otro conchabo, Luis Brandoni. Se diga lo que se diga, suena difícil que tamaña campaña pueda compartirse con una Cancillería itinerante, que incluye en su calendario una Cumbre de las Américas en Mar del Plata. Obsesionado con la sorpresa y el manejo de los tiempos, Kirchner no quiere largar prenda. Pero si a usted le gusta apostar, lector, juegue unas fichas a que, antes de que termine el otoño en este sur, habrá nuevo canciller en la Argentina.