Domingo, 16 de abril de 2006 | Hoy
Por Mario Wainfeld
Dos buenas noticias produjo la semana en el conflicto con Uruguay, según lee el Gobierno. La más importante, en su criterio, es que se desbarató un crédito para la empresa finlandesa Botnia. Un banco holandés, el ING, renegó de seguir promoviendo un consorcio de financistas. En Cancillería se juzga que la empresa tiene como rehén al gobierno uruguayo y que ese traspié la debilita mucho, pues testimonia su pérdida de credibilidad. Aunque de eso no se habla, hay funcionarios argentinos imaginando acciones políticas contra Botnia, a la que se ve como el principal escollo para reanudar seriamente las negociaciones. “Es hora de moverles el piso en Finlandia”, susurran en la Rosada, de momento sin explicar cómo ni a través de quién. Quizá esos mini misterios se develen en las próximas semanas.
La segunda buena noticia para el oficialismo es que, hasta ahora, el conflicto sigue siendo bilateral. Uruguay pugna por involucrar a otros países de la región que, hasta ahora, acuerdan de facto con la postura argentina. Brasil y Chile se mantienen neutrales, corroborando por ahora la tesitura de Cancillería y la Rosada. Sin mayor estrépito, Argentina (que ejerce la presidencia del Consejo del Mercado Común) retacea su convocatoria, pedida por Uruguay, para trabar la existencia de un ámbito que pueda multilateralizar el entuerto.
El diálogo entre gobiernos está muy truncado, aunque Alberto Fernández y Gonzalo Fernández siguen hablándose por teléfono. “Kirchner está de nuevo furioso con Tabaré y nosotros nos pintamos la cara”, describe estados de ánimo tangentes quien fuera, hasta hace pocos días, un esforzado negociador argentino.
La ex vicecanciller Susana Ruiz Cerruti prepara a todo lo que da la presentación para los tribunales de La Haya. “Será un planteo técnico de primer nivel. Y no tardará tanto. En dos semanas estaremos allá”, se entusiasman en el Palacio San Martín, mostrándose optimistas también en lo que a hace a eventuales resultados. Varios especialistas en derecho internacional, incluidos algunos consultados oficiosamente por el Gobierno, proponen mayor cautela. El Tribunal es enormemente lento, suele prorrogar sus plazos (de por sí vaticanos) una y otra vez, no hay precedentes que permitan suponer que se admita una medida cautelar para frenar la construcción de las plantas. Hay una suerte de paradoja que reconocen aún los funcionarios más belicosos. La falta de información por parte de Uruguay y de Botnia podría ayudar para una victoria a largo plazo. Pero la falta de certezas sobre lo que puede pasar (que no se puede adivinar porque no está sucediendo) disminuye la perspectiva de frenar el emprendimiento. Los tribunales no suelen admitir medidas de no innovar en prevención de riesgos virtuales, los exigen inminentes o ya en ejecución.
El Gobierno cree que su posición relativa se ha robustecido por la contumacia de Botnia para dar información, que frena la elaboración conjunta del anexo técnico necesario para realizar el informe de impacto ambiental.Y añade que la malicia de Botnia, consentida (al menos no impedida) por el gobierno oriental corrobora que Uruguay pone el carro delante del caballo: “El problema primero es el incumplimiento del tratado del Río Uruguay, el riesgo ambiental creado en un territorio común. Los cortes de ruta son ulteriores, temporal y conceptualmente”, explican los hombres del canciller. A su favor, cabe añadir que los mismos especialistas que cavilan acerca de las chances argentinas en La Haya le otorgan muy pocas perspectivas a un reclamo uruguayo contra los vecinos de Gualeguaychú, esto es, contra acciones de ciudadanos argentinos. El sentido común y el olfato político, inducen a pensar que cuentan con la anuencia del gobierno nacional, pero el sentido común y el olfato no equivalen a pruebas legales.
Desde esta orilla, se ve a funcionarios muy enconados dispuestos a tener su día (o sus años) en el Tribunal. Más allá de cómo les vaya, es claro que definir el contencioso por esa vía, de suma cero, será una derrota histórica para ambos países. Pero la solución política, la única deseable, parece en estas horas de fronda mucho más remota que La Haya.
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