EL PAíS › OPINION

La ministra que nunca se fue

 Por Mario Wainfeld

En el vetusto edificio que albergó al Ministerio de Obras Públicas y ahora acoge a los de Desarrollo Social y de Salud nadie habrá cambiado de anteayer a hoy el vocativo para referirse a Alicia Kirchner. La senadora, ya en uso de licencia, fue llamada “la ministra” desde mayo de 2003 hasta nuestros días, sin solución de continuidad. Su tránsito por la Cámara alta siempre se descontó transitorio. La única duda era la fecha del regreso, que ya se conoce.

La ministra no deberá mudar sus petates (al menos, no todos sus petates) del Congreso a Desarrollo Social. Muchos de ellos siguen en el piso catorce del mentado edificio, en lo que fue su oficina en el interregno, contigua al de su sucesor-muleto Juan Carlos Nadalich.

Definir a Nadalich como un ministro de perfil bajo es quizá un exceso, en menoscabo del perfil bajo. Deben ser contados los ciudadanos que conocen su rostro o su apellido y seguramente muchos menos los que los asocien. La revista Barcelona se hizo un pic-nic bromeando acerca de la invisibilidad de Nadalich en su interinato, seguramente persistirá con el tema un par de números.

Nadalich tenía, empero, una misión básica que cumplió acabadamente: era conservar todo como estaba hasta que volviera la ministra. El funcionario conoce su especialidad, tiene experiencia de gestión, es cortés y su dedicación es enorme. Su opacidad fue deliberada, era el número uno de los mandatos de la ministra.

“Juan Carlos es un soldado de Kirchner. De Alicia, se entiende”, bromea o grafica un allegado presidencial muy estrecho. Y rememora una anécdota augural, contada alguna vez en este diario. Cuando Néstor Kirchner le ofreció el PAMI a Graciela Ocaña ésta le pidió que le recomendara un sanitarista de total confianza para que la secundara. “Ese es Nadalich –escogió el Presidente–, pero vos personalmente tenés que conseguir que Alicia te lo ceda.” Ocaña fue por el permiso, pero no lo obtuvo, en un primer momento y apeló entonces a José Graneros. Tiempo después, tras fuertes entredichos con Graneros, Ocaña pidió su relevo, volvió a la carga y ahí accedió al arduo visto bueno de la ministra. Le duró un tiempito, hasta que Alicia Kirchner desembarcó en el Senado y Nadalich fue comisionado a suplirla manteniendo el ministerio en orden. La comisión se extendió durante apenas nueves meses, lapso que basta para un embarazo normal pero muy escueto para una gestión de política social.

La ministra regresa, nadie puede dudarlo, pensando en un año de campaña en el que toda movida oficial debe ser capitalizada por Néstor Kirchner y por nadie más. La incondicionalidad de Alicia, su laboriosidad y (más vale) su apellido garantizan que nadie podrá aspirar a un diezmo del capital simbólico que produzca cualquier acción social del Gobierno.

Una pregunta pendiente de dilucidación es si el segundo tramo de la gestión de Alicia Kirchner conservará las características fundantes de su primera etapa: gran laboriosidad, una puntillosa dedicación caso por caso y un perfil asistencialista convencional sin pretensiones de novedad ni de salto cualitativo. Tales son el estilo y el criterio de Alicia Kirchner lo que justifica que ésa sea la hipótesis más consistente. La ministra suele recusar, como hace el Presidente, los reclamos de políticas sociales universales en materia de ingresos. Prefiere el camino que ha trasegado durante años, cara a cara, a puro casuismo, conservando la discrecionalidad y la iniciativa. Ni la innovación ni el avance institucional en políticas sociales han desvelado al Gobierno, por decirlo de modo eufemístico.

Sin embargo, la ministra no desentonaría ni objetaría nada si el Presidente advirtiera que su tozudez (que fue también la de Roberto Lavagna y es la de Alberto Fernández) no ha repercutido en una mejora específica de la distribución del ingreso y decidiera emprender un cambio importante. Al fin y al cabo Alicia Kirchner no está para discutir con el Presidente sino para cubrirle las espaldas. La ministra, valgámonos de un símil del día, es a Néstor Kirchner lo que Nadalich fue a Alicia Kirchner.

El tiempo dirá si el Gobierno mejora su rumbo y se hace cargo de lo que sería un paso enorme para mejorar la condición económica posibilitando que millones de argentinos den un paso en pos de la constitución de ciudadanía social. También el correr de los meses dilucidará si el regreso es una buena noticia para otro ministro del tronco kirchnerista. La lectura más lógica es que, si Alicia Kirchner sinceró su vuelta al que siempre fue su lugar, no lo dejará antes de las elecciones nacionales, de las que será pieza maestra. Así las cosas, Julio De Vido parece tener allanado el camino a la candidatura a gobernador de Santa Cruz en 2007. Pero, como en tantos otros tópicos, la última palabra no será la de ninguno de ellos.

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