Viernes, 17 de agosto de 2007 | Hoy
Un resplandor violáceo en el cielo precedió a un apagón general en Ica y la gente se echó llorando a la calle. Aquí, el relato de un cronista que viajaba en un auto que de pronto perdió el control. Y los testimonios de los damnificados.
Por Carmelo Rivero *
Desde Ica
De pronto, Perú se ha enfrentado a una doble notoriedad de signo opuesto, el relanzamiento turístico de la ciudad inca del Machu Picchu, en Cuzco, que estrena su condición de nueva maravilla del mundo y, en las últimas horas, el devastador terremoto de Ica, al sur del país. Los cinco centenares de muertos, cuyo cómputo aumenta por momentos, y más de un millar de heridos cifran una tragedia calificada por el presidente peruano Alan García, como “una de las más graves en la historia del país”.
Al alba del jueves en Perú, la población sufrió un mazazo, que se sumaba al impacto de la noche anterior. “Mi casa quedó milagrosamente a salvo entre viviendas derruidas. Las de una calle perpendicular a la mía, la de Bolívar, desaparecieron casi todas, y la paralela, Lima, no se reconoce”, sentenció sin haber dormido durante toda la noche Lucía Lavado, odontóloga de Ica, contemplando el inmueble de tres plantas donde vive con su familia en la calle Camaná.
A pocos metros, una enorme viga se había cebado con la última planta del hotel Sol de Ica, cuyos turistas resultaron ilesos, pero no dudaron en abandonar el establecimiento a toda prisa. Pocos muros se mantenían en pie; los carteles luminosos que habían permanecido en el aire amenazaban con caerse en cualquier momento. Todo lo que colgaba de algún sitio constituía un serio peligro y la gente caminaba despavorida con los ojos en el cielo. Las mototaxis, medio de transporte más usual en la ciudad de Ica, no cesaban de pitar demandando clientela ante la avalancha de gente en la calle, pero los sobrevivientes no tenían intenciones de ir a ninguna parte, sólo pensaban en cómo localizar a sus parientes vivos o muertos.
Todos pasaron la noche en vela. Desde que a las 18.41 del miércoles, que no fue una tarde más, tembló la tierra de Ica, una región habitada por más de 300.000 personas, nadie pegó ojo. “Parecía un caballo loco que no paraba de saltar. La casa se estremeció. Algunas cosas volaron, los vidrios estallaron y las puertas repicaban”, contaba aún sobrecogida ante su vivienda Emilia Verde, natural de Villa Rica, a unos 600 kilómetros de su actual domicilio, al que se mudó junto al resto de su familia hace 16 años. Tenía en brazos a su nieta Ariana de tres años, a la que cubrió con su cuerpo sobre el sofá cuando parecía que el mundo se le caía encima. Su hija Lisset sostenía a su sobrino Leonardo y cuando intentó abandonar la casa, la puerta se le cerró, “por suerte, de lo contrario habríamos muerto o sufrido heridas porque enseguida llovieron casquetes del edificio de al lado”.
El sismo duró 70 segundos y tuvo múltiples réplicas posteriormente, incluso en el momento de redactar esta crónica. El Instituto Geofísico de Perú informó que “parecían dos terremotos, pero en realidad era uno solo, atípico”. Comenzó con virulencia, se atenuó después y, de inmediato, se reactivó con fuerza simulando un segundo temblor.
¿Qué es un movimiento telúrico? No se sabe hasta que no se vive. En nuestro caso, viajábamos en taxi, de regreso de Huacachina (una hermosa laguna legendaria flanqueada por dunas que invitan a los turistas a deslizarse en tablas) hacia Ica capital, y un resplandor violáceo en el cielo precedió a un apagón general; el taxista perdió enseguida el control del coche, que avanzaba haciendo zig zag, hasta que nos estacionamos entre escenas de desesperación de ancianos que se arrodillaban en medio de la calzada y adolescentes que lloraban sin saber qué hacer. El resto fue una larga noche fría del invierno peruano más oscura que de costumbre, durante la cual iba muriendo gente en viviendas de adobe y otras sufrían graves traumatismos. Uno de los fallecidos sufrió un paro cardíaco del susto, según testigos.
Pisco era una ciudad portuaria de pescadores, donde se encuentra la reserva marina de Paracas. Tras este terremoto, se daba prácticamente por desaparecida. Nadie acertaba a creer lo que había pasado. El 70 por ciento de las viviendas había sido derribado por el mismo barreno descomunal. Ayer, en la plaza de Armas, se procedía a identificar a los cadáveres. La gente se quedó sin casa y en muchos casos sin familiares. Una treintena del total de muertos se registró en esta ciudad que da nombre a un famoso aguardiente de uva oriundo de Perú, que históricamente era exportado a España desde este puerto.
Atrapados entre escombros permanecían cuerpos “que no son de personas con vida, sino, seguramente, ya de cadáveres”, indicaba entrecortado Fernando Barrios, presidente de Salud del hospital colapsado.
El puente que unía esta localidad con Ica se vino abajo y ambas ciudades quedaron incomunicadas. En Cañete (Lima) también afectó el sismo, pero el grueso del temblor se lo apropió para sí Ica en casi toda su extensión, si se exceptúan las provincias de Palpa y Nazca, apenas dañadas. Nazca ya recibió su parte en el célebre terremoto de noviembre de 1996, que no quiso repetir.
El terremoto del miércoles, el más grave del último medio siglo de este país, ya de por sí sísmico, dejó en Chincha, otra provincia de Ica, que fue el epicentro, sin apenas señas de identidad, sin luz, agua ni telefonía fija ni móvil, como casi toda la región en las primeras horas.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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