Lunes, 3 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por J. M. Pasquini Durán
Con relativa autonomía de las pujas nacionales, aunque sin renegar de ninguna influencia, la mayoría de ciudadanos empadronados en Santa Fe (2.325.136) y en Córdoba (2.366.000) eligió autoridades ejecutivas y legislativas de sus respectivas provincias en busca de cambios. Los santafesinos, como se preveía, eligieron gobernador al socialista Hermes Binner, después de 24 años de gobernadores peronistas pero sin Ley de Lemas por primera vez, mientras que en Córdoba la candidatura del intendente de esa capital, Luis Juez (quien al cierre de esta edición seguía reclamando la victoria), le dio por lo menos un buen susto al peronismo oficial que promovía al actual vicegobernador Juan Schiaretti, en tanto que el radical Mario Negri, pese al apoyo concurrente de Lavagna–Carrió-López Murphy, fue centrifugado por la polarización de los otros dos. Como sucede en todos los distritos del país, incluida la Ciudad de Buenos Aires, los votantes definieron sus preferencias por los efectos directos en sus ámbitos particulares antes que por las opciones más generales. “Y ya lo ve, y ya lo ve, somos gobiernos en Santa Fe”, coreaban con entusiasmo los jóvenes socialistas que celebraban una victoria contundente en las principales ciudades de la provincia, incluida la capital provincial que fue tradicional bastión del peronismo. La fiesta santafesina contrastaba con la ausencia popular frente a la Casa de Gobierno cordobesa, después que Schiaretti se proclamó ganador por una estrecha diferencia.
En cuanto a las consecuencias sobre el Gobierno nacional, en especial sobre la candidatura de la senadora Cristina, los resultados en Santa Fe y Córdoba (en esta provincia todavía tienen que ser ratificados por el escrutinio oficial), mostraron ciertas tendencias que desde hace tiempo provocan preocupaciones en el oficialismo y sus aliados. La primera evidencia comprueba que los Kirchner siguen conservando la intención de voto, pese a las diferentes tendencias de ganadores y perdedores provinciales, aunque no tienen fuerza propia en los principales distritos. A la vez, los votantes mostraron preferencia por romper la continuidad y elegir opciones nuevas, mientras que el Ejecutivo nacional quedó enredado en absurdas lealtades con el peronismo convencional de Juan Manuel de la Sota, en Córdoba, y de Jorge Obeid y Reutemann, en Santa Fe. Hasta el candidato santafesino, el diputado porteño Rafael Bielsa, fue nominado por el apellido, de fuerte resonancia en las tradiciones locales. Miembros prominentes del Gobierno nacional, empezando por el Presidente y su esposa, pusieron el cuerpo para apoyar esa candidatura y desafiar al Frente Progresista Cívico y Social, con los socialistas que han probado en la intendencia de Rosario que pueden combinar con éxito honradez y eficiencia administrativas.
En cada provincia, las nuevas tendencias predominaron en los mayores centros urbanos, tal vez porque en estas ciudades suelen concentrarse los problemas típicos de este tiempo, empezando por la inseguridad callejera y la proliferación de las barriadas humildes sin que los políticos tradicionales hayan ofrecido respuestas eficaces para mejorar la calidad de vida de las poblaciones. En esta oportunidad, la fuerza del Frente Cívico y Social (Juez) en la capital de Córdoba, y el Frente Progresista Cívico y Social (Binner) en Rosario, obtuvieron triunfos tan contundentes que fueron decisivos para los resultados provinciales. En las zonas semiurbanas o rurales, con poblaciones medianas y chicas, los votantes fueron más rutinarios o con menos vocación de fractura de los aparatos políticos establecidos. En Córdoba hubo elecciones simultáneas en 251 poblaciones (138 municipios y 114 comunas) en las que se elegían representantes vecinales en listas comunes con los candidatos a las gobernaciones. Una fuerza nueva necesita una década de construcción, por lo menos, para acumular los recursos indispensables para competir en igualdad de condiciones con los aparatos tradicionales, excepto que la energía del gobierno nacional acuda en auxilio de la novedad, como había reclamado Juez para Córdoba, en lugar de apostar por la rutina.
En ambas provincias, el electorado estaba impaciente por votar, ya que a las tres de la tarde había votado el 50 por ciento del padrón, y según los porcentajes atribuidos a los principales candidatos, un observador desprevenido podía suponer que no había otras candidaturas. Sin embargo, en Santa Fe había diez fórmulas y nueve en Córdoba, la mayoría de partidos de izquierda que se resisten a acompañar a los políticos del “sistema”, pero tampoco han sido capaces de organizar sus propios frentes para ofrecer alternativas de gobierno que puedan atraer la atención de los votantes. En los comicios cordobeses, para citar algunas referencias, había candidatos separados del Frente de Izquierda y los Trabajadores, del Movimiento Socialista de los Trabajadores, del Partido de los Trabajadores Socialistas y del Partido Humanista (aliado del PCA en el orden nacional), entre otros. ¿Qué tipo de legado estarán custodiando con tanto celo que les impide compartir ni siquiera una candidatura o un programa?
La manipulación en Córdoba del escrutinio dio lugar a las peores sospechas, porque en este tiempo de computadoras y celulares no se justifica que una provincia como esa no tenga resultados ni de los barrios vecinos al centro de cómputos hasta cuatro o cinco horas después de cerrados los centros de votación, mientras en Santa Fe terminaban de anunciar los resultados totales de más de seis mil mesas de votación. Schiaretti y Juez demandaban la victoria, pero cualquiera que sea la definición última, un velo de sospechas ha caído sobre la elección cordobesa, en una época en que la transparencia de los actos públicos es una condición mínima de gobernabilidad.
Al mismo tiempo que ocurrían las elecciones en estos distritos tan importante, los asambleístas de Gualeguaychú, por centenares, cruzaron el río Uruguay para protestar en territorio de Fray Bentos, en medio de medidas de seguridad extraordinarias ordenadas por el gobierno del Frente Amplio que, de acuerdo con el presidente Tabaré Vásquez, se convirtió en el alabardero del capital finlandés. Los entrerrianos, por suerte, soportaron con buen ánimo la premeditada lentitud administrativa de los agentes de migraciones y aduana de Uruguay y manifestaron en paz, sin un acto de violencia, con el agregado solidario de un centenar de uruguayos que leyeron una proclama reivindicando lo que alguna vez fue el programa de todo el Frente Amplio. Fue un acto cívico y de integración verdaderos, lo mismo que el entusiasmo de los votantes santafesinos y cordobeses. Más allá de los resultados, siempre temporales y hasta pasajeros, las conductas cívicas de paz y fraternidad son los que importan de verdad.
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