Lunes, 3 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
El primer gobernador socialista de la historia llegó a serlo con recursos y modales inobjetables. Su trayectoria en la intendencia de Rosario le sirvió de trampolín. No le tocaron allí tiempos pródigos, atravesó la recesión de fines de los ’90 y la crisis económica más feroz del siglo pasado. Supo manejar la carencia, privilegiar las políticas sociales y sanitarias. Jerarquizó y socializó el espacio público, a niveles envidiables para cualquier otra metrópoli argentina. Las riberas y las playas del Paraná se abrieron a todos los rosarinos, sobre todo aquellos con pocas monedas en el bolsillo. Proyectado Binner a la escena provincial, en 2003, tuvo en Miguel Lifschitz un condigno sucesor. En una etapa de crecimiento económico la ciudad mitigó su empobrecimiento y su desempleo, se embelleció, anidó convocatorias culturales relevantes mientras perpetuaba su noviazgo con el río.
El 2003 la taimada ley de lemas le birló la gobernación. Binner protestó pero siguió construyendo. Sus maneras son chocantemente diferentes a la de la mayoría de los dirigentes nacionales: habla pausadamente, ahorra diatribas y exageraciones. Parece lo que es, un médico de provincia con formación política, descendiente de inmigrantes europeos que encontraron en la pampa gringa su casa, su pan y un sitio para vivir laburando.
Muchos referentes de la oposición tratarán desde hoy de capitalizar vicariamente una cuota de su triunfo. Algunos dirigentes kirchneristas dirán que el gobierno nacional tuvo buen trato con él y que al presidente no le perturba su éxito. Habrá parte de razón en esos argumentos, pero ocultan más que lo que revelan. La elección de ayer la ganaron el Frente Progresista y su líder a la cabeza, quienes en verdad vienen edificando ese éxito desde hace más de una década.
Dos y uno no es lo mismo que tres: Los gobiernos locales, provinciales o municipales, siguen primando en las urnas. Tres gobernaciones (Ciudad de Buenos Aires, Tierra del Fuego, Santa Fe) sobre doce disputadas han cambiado de dueño hasta ahora.
No es sencillo batir al que manda pero queda visto que tampoco es imposible. Lo consiguieron partidos que jamás estuvieron al frente de una provincia. Esos tres partidos no configuran un homogéneo espacio opositor al oficialismo nacional. Las diferencias entre ellos saltan a la vista. Binner y la gobernadora fueguina Fabiana Ríos son progresistas, modestos en su vida particular. Nada los emparienta con el presidente de Boca: ni sus historias de vida, ni la cuantía de su patrimonio ni sus valores, ni sus ideas. Otro lazos anecdóticos los ligan, militaron juntos en Santa Fe pues la mandataria patagónica del nació allí y dio sus primeros pasos políticos en el socialismo. Mauricio es Macri, Fabiana y Hermes son otra historia.
Toro en su rodeo: La distancia entre Binner y Rafael Bielsa en Rosario fue sideral, una paliza. Seguramente eso no se explica a través de una sola variable pero es llamativo el plebiscito en la gran ciudad que Binner y su partido gestionaron durante más de una década. Una revalidación el duro terreno de los hechos no le cabe a cualquiera. Menos en un centro urbano plural, con picos altos en materia de educación y cultura popular.
La talla de la frutilla: Cargando con el desgaste de 24 años de dominar la provincia, con muchos dirigentes desacreditados y Carlos Reutemann en el ocaso, el peronismo provincial apeló a Bielsa para encabezar su lista. “Frutilla” se apoda en jerga al candidato que se pone encima de un postre para embellecerlo sin alterar su esencia. Esa ecuación, un dirigente sin raigambre local, rodeado de otros que acumulaban demasiada, fue rechazada en tropel por el pueblo santafesino. Bielsa cumplió con decoro su rol y tuvo el buen gusto de agradecer a quienes lo ayudaron, exaltando en especial al diputado Agustín Rossi su vencido en la interna, que fue tuvo luego una actitud inusualmente constructiva y solidaria en la campaña. Bielsa razonó que todos sus aliados lo ayudaron y concluyó: “No di la talla”. Se cargó sobre sus hombros una responsabilidad que pesaba sobre varios. El desafío era muy arduo, seguramente excedía sus fuerzas. Pero es cabal que Bielsa suma dos fracasos electorales en dos años, en dos distritos distintos, sí que ariscos.
Partidos son partidos: El ARI y Pro son partidos flamantes, del siglo XXI. El socialismo es centenario, su logro de ayer (el mayor de su historia) parece controvertir la sonada crisis de los partidos políticos. Pero no es tan así o, cuanto menos, no es “tan así”. Binner es un socialista de ley pero no es el taita de su partido, dominado por otros referentes, fuertes en la interna pero muy débiles en las competencias electorales. La legitimidad social va por un lado, la lógica partidaria por otro. Otra faceta de la mentada crisis que también padece el radicalismo “no K”.
Presidenciales: Nadie cree ni por asomo que los guarismos de ayer marquen una tendencia que se repetirá en las elecciones presidenciales. Binner sabe mejor que nadie que muchos de sus votantes apoyarán a Cristina Fernández de Kirchner. Varios de sus compañeros de partido (ver su radiografía en el párrafo anterior) le pedirán que él mismo avale la candidatura de Elisa Carrió para transfundirle su potencia. Esa transmisión no es posible y tiene sus riesgos. Se consignó ya que Binner es bien distinto a Macri pero, ante el limbo de la transición, afrontan cuitas parecidas. Ponerse de punta con el Frente para la victoria puede significarle una caída antes de asumir. Y no colaborar con su partido puede desdibujarlo ante el núcleo duro de sus adherentes. Deberá pensarlo bien, en medio de atronadores cantos de variadas serenas.
Proyecciones: La alternancia, máxime si la encarnan dirigentes de probada calidad, mejora el sistema político. El traspié de un peronismo anquilosado, también. Para quien ejerza la próxima presidencia, Binner será el prospecto de un gobernador constructivo, un opositor leal o un aliado no obsecuente (ambas especies exóticas en la fauna autóctona). Néstor Kirchner lo tuvo en agenda para sumarlo a la transversalidad, traspapeló esa ambición o no supo plasmarla. Haber prevalecido sin su apoyo pero sin caer en una oposición gritona, sorda e intransigente fue otra virtud del amplio vencedor de ayer.
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