Lunes, 3 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Washington Uranga
Los discursos políticos de la mayoría de los dirigentes latinoamericanos incluyen referencias a la integración. Se habla con insistencia sobre el tema y, en algunos casos, se sobreabunda en los gestos. Por eso, como suele ocurrir en tantos otros rubros, la integración comienza a ser un slogan y un fin en sí mismo, se vacía de sentido y se agota en lo discursivo. Mientras tanto, el proceso de integración regional, salvo en algunas cuestiones muy puntuales, sigue limitado a las fotografías que muestran a los mandatarios o a los cancilleres saludándose y sonriendo. A tal punto las fotografías son los únicos testimonios que dan cuenta de la presunta integración, que se lee conflicto y tensión cuando tales fotos no aparecen. Aunque no sea el único elemento, para comprobar lo anterior basta señalar la ausencia de testimonios gráficos que registren gestos cordiales entre argentinos y uruguayos y, en particular, entre Tabaré Vázquez y Néstor Kirchner.
El conflicto por la instalación de plantas de producción de pasta de celulosa en Fray Bentos está en el trasfondo de las diferencias. Pero la falta de avances en la integración es previa al diferendo y hasta podría ubicarse entre las causas de lo que ahora se vive sobre este aspecto en particular. Con más integración seguramente hoy habría un diálogo más sensato sobre papeleras y un papel más claro de otros actores no gubernamentales para encontrar una solución negociada al diferendo. La integración no es apenas un acuerdo entre gobiernos. Es un proceso que involucra a multiplicidad de actores. No es sólo una integración de mercados. Siendo éste un aspecto importante parece ser el único que mueve hasta el momento la preocupación de la dirigencia política latinoamericana.
Dado ese sentido restrictivo que se le da a la integración todo parece limitarse a los acuerdos multilaterales que apuntan a reducir las fronteras arancelarias y a generar determinadas instancias de complementariedad económica. Por esa razón sólo determinados representantes de la industria y el comercio, empresarios y financistas, se suman de manera restringida a las deliberaciones sobre los procesos de integración.
El resto de los actores de la sociedad civil no son convocados al debate y a la concertación sobre la integración. Sencillamente porque sus preocupaciones y sus centros de interés no están en la mesa de negociaciones. La integración necesita de organizaciones sociales, de las instituciones y de todos aquellos que representan legítimamente intereses ciudadanos en todos los países de la región.
Seguramente esta participación calificaría el mismo proceso de integración. Pero para que esto acontezca es necesario ampliar la agenda integradora: salir de la mirada exclusiva sobre los mercados para entrar también en todos aquellos asuntos que competen a la calidad de vida de las personas y a sus derechos sociales y ciudadanos. Y entonces será preciso generar espacios para debatir una mirada integral sobre el desarrollo, una perspectiva en materia de servicios públicos, sobre el intercambio de conocimientos y saberes, de investigación, de cuidado del medio ambiente y sustentabilidad de los procesos productivos, sobre los bienes culturales y las opciones tecnológicas que afectan el intercambio entre los países. Y hasta sobre la calidad misma de las experiencias ciudadanas y de los procesos de participación, cuestiones sobre las que también se puede intercambiar, aprendiendo los unos de los otros.
Si la integración mira más allá de los mercados, resultará en un seguro aporte a la política y, como consecuencia, a la mejor calidad de vida de los pueblos de la región. De lo contrario podrá decirse que la integración puede convertirse en un tema contaminado apenas reducido a una cuestión de papeles.
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