Martes, 22 de julio de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Raúl Dellatorre
La mala gestión de las empresas públicas resultó un argumento convincente, durante los ’90, para justificar su privatización. Aunque esa mala gestión proviniera de años de conducciones que buscaran su vaciamiento o deliberada ineficacia en el cumplimiento de sus objetivos. Pero en el caso de Aerolíneas Argentinas, fue distinto. Fue preciso mentir, falsear los datos y la realidad de una empresa capaz de ganarles en eficiencia, prestigio y hasta en resultados a sus competidoras privadas. Se hizo un gran “esfuerzo” para tapar esa realidad, prometiendo incluso que con el capital privado llegaría una mayor comodidad, más frecuencias, tarifas más accesibles, se prometió que se acercarían los destinos y tantas otras cosas que acelerarían la entrada al Primer Mundo. La historia real, la que vino después con la privatización, es más conocida.
Lo que no resultaba tan evidente es que, con la transferencia de la aerolínea de bandera a la gestión privada (aunque de capital estatal, como era el caso de Iberia), se enterraba al mismo tiempo el sueño de integración regional, la posibilidad de sumar esfuerzos entre aerolíneas de bandera que cada país poseía entonces, un plan de rutas y conexiones que privilegiaran el interés común y no la competencia comercial, o que propiciaran el encadenamiento subregional de zonas y pueblos postergados en sus propios países antes que la explotación de las rutas más rentables. ¿No era más lógico, por ejemplo, conectar mediante puente aéreo el norte de Chile con el noroeste argentino, y éste con el sur de Bolivia y el oeste de Paraguay? Y montar, a su vez, esas rutas sobre un proyecto de desarrollo productivo y turístico desde el Pacífico a la selva paraguaya.
En cambio, bajo la lógica de Iberia, las únicas puertas de salida del país fueron las capitales nacionales. Desde allí, los vuelos partían mirando a Madrid. Con escalas sólo para reabastecer y sin desviarse de la ruta.
Un diputado nacional de aquellos años, viendo más allá del alcance normal de la vista, planteó entonces: “Acá la disyuntiva no es estatizar o privatizar, sino encontrar un proyecto político y económico para que el Estado sirva. En un país dependiente, un Estado que planifica, que fiscaliza y dirige deja al liberalismo fuera de contexto, porque entonces ya no puede desarrollar su viejo proceso de acumulación en base a la competencia despiadada, a la política monopólica”. Ese diputado, Germán Abdala, ya no está físicamente. Pero hoy, frente a quienes se resisten a volver a esa lógica de Estado en la operación de Aerolíneas, la batalla sigue siendo la misma.
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