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Hoy comienza otra historia
Por Alfredo Leuco
En nuestra bendita Argentina todavía hay inmensos sectores políticos que no han registrado la verdadera dimensión histórica que tiene la llegada de Lula a la presidencia de Brasil.
Estados Unidos sí se ha dado cuenta y por eso tiene muchísimos temores. Están convencidos –y no se equivocan— de que Lula presidente va a significar el mayor desafío al hegemonismo norteamericano en América latina desde la llegada al poder de Fidel Castro en Cuba.
La experiencia de Salvador Allende en Chile duró poco tiempo, no tuvo el apoyo masivo de los votos en las elecciones como sí tiene Lula y, además, Chile es un país muy pequeño y con poco peso específico en las ligas mayores del mundo. Por eso Estados Unidos mira con mucha preocupación el desarrollo de los acontecimientos. Lula llega al poder con más de 50 millones de votos, con más del 60 por ciento del electorado, y Brasil es la octava potencia económica del mundo, aunque algunos digan que es la novena. Estamos hablando de un país continente que con su tamaño y su fortaleza es capaz de arrastrar a todos sus vecinos para bien y para mal.
Los Estados Unidos no tienen una preocupación ideológica. No creen que Lula vaya a conducir un gobierno izquierdista anticapitalista ni mucho menos. Y también en eso tienen razón. Lula va a respetar los compromisos internacionales, va a ser muy cuidadoso de las cuentas y de hecho va a asumir el 1º de enero con el Presupuesto 2003 ya aprobado. Pero Lula va a poner el acento con mucha fuerza en dos banderas muy reclamadas por el pueblo de Brasil y por todos los que se consideran progresistas en el mundo. Me refiero a que va a recuperar con toda firmeza la autonomía nacional, la soberanía de sus decisiones, y va a poner en el centro de su acción la relación de hermandad con Argentina y con el Mercosur para negociar con el Alca o la Unión Europea desde una correlación de fuerzas más favorable para no tener que arrodillarse ni mantener relaciones carnales de ningún tipo. Ese es uno de los nudos centrales de su futuro gobierno. Y la otra revolución que va a producir es el combate a muerte contra la pobreza. El plan hambre cero que se va a poner en marcha de inmediato significa la distribución de vales de comida a los 50 millones de pobres que en Brasil ganan menos de un dólar por día. Esa guerra contra el hambre va a lograr que todo ciudadano brasileño por el solo hecho de haber nacido en esa tierra tenga su derecho a desayunar, almorzar y cenar. Eso solo va a reanimar toda la economía de Brasil y va a permitir que Argentina exporte sobre todo arroz, leche y trigo para cubrir tanta demanda.
Semejante potencia con más independencia y sin hambre es lo que coloca a Brasil en un lugar tan desafiante de los Estados Unidos. No porque Lula vaya a romper con el Fondo ni mucho menos. Ni porque vaya a liderar posturas antinorteamericanas, aunque tampoco va a ir de las narices a acompañar los delirios guerreristas de Bush en Irak ni va a permitir que el Alca sea estructurado como un proyecto de dominación.
Lula llevará adelante un gobierno con una gran revalorización de lo nacional, con todo lo que eso implica económica y políticamente. Con una gran sensibilidad para atender la desocupación y la marginalidad que multiplicaron tantos años de políticas neoliberales. Y aquí está el otro gran tema que preocupa a los teóricos de Washington. Como dijo Alain Touraine, uno de los más importantes intelectuales de Francia, la globalización terminó. Y el triunfo de Lula es una clara muestra de eso. Es el comienzo de una nueva era política que marca el fin de la globalización entendida como el consenso de Washington o como las políticas de Reagan, Thatcher y Menem, para ser más claro. Eso se agotó: Fernando Henrique Cardoso probó que el modelo neoliberal multiplicó la pobreza y concentró la riqueza. Y eso que no hubo grandes casos de corrupción y que Cardoso es uno de los académicos más prestigiosos del mundo. En síntesis: ocho años de Cardoso confirman —por si hacía faltauna confirmación– que la injusticia social está en el corazón del modelo y no en sus subproductos no queridos, como la corrupción o la ignorancia de algunos presidentes que tanto conocemos.
Por todo esto Lula presidente es un acontecimiento histórico. Tendrá miles de dificultades, le pondrán miles de obstáculos. Va a tener que domesticar a los mercados, que estuvieron conspirando todo el tiempo pero que ahora empiezan a digerir y procesar lo inevitable. Va a tener que persuadir al ala más izquierdista de su partido, que representa un tercio de los militantes, para que no sientan su gobierno como un abandono de las banderas históricas sino como el mejor de los caminos posibles. De hecho, el gobierno de Lula va a estar muchísimo más cerca del chileno Ricardo Lagos o de lo que fue Felipe González en España que del marxismo de Fidel Castro. Cuando le pedí a Lula que definiera su ideología y la de su partido me dijo: somos socialistas de extrema democracia. Y así va a ser su gobierno. Con reforma agraria pero sin confrontar con los mercados, con una lucha terminal contra el hambre pero sin anular las privatizaciones que hizo Cardoso, con políticas productivas y pro industriales pero sin cerrar sus fronteras a las importaciones y sin expulsar a los inversores extranjeros.
La gran pregunta es si lo logrará. Si lo dejarán. Si podrá llevar a la práctica con eficiencia estas ideas y estas pasiones. Eso se verá porque será parte del futuro que viene. Lo que sí es seguro es que hoy comienza otra historia mucho más cerca de los que menos tienen y de los que tienen su bolsillo, sus neuronas, sus familias y su corazón viviendo en Brasil.