Domingo, 2 de agosto de 2009 | Hoy
Por Mario Wainfeld
- El obispo Héctor Aguer exhuma la parla procesista e inquisitorial para cuestionar un documento sobre educación sexual. Esas invectivas de la jerarquía eclesiástica suelen esconder algún cuchillo bajo el poncho (o la sotana), por ejemplo pedidos de mayores subsidios para la educación privada. Pero el abandono feroz de la corrección política, sustituida por arcaísmos intolerantes sobre ateísmo y marxismo, pinta un aire de época.
- La Unión Industrial Argentina (UIA) clama por la sanción urgente de una ley de accidentes de trabajo. Hace varios años la Corte Suprema, en su actual composición, consideró inconstitucional la que, herida en su legalidad, sigue vigente. Ese régimen, el de las ART, fue establecido en los ‘90 con los plácemes de la UIA y los del sector financiero. El oficialismo redactó una nueva ley y tuvo cien escollos para consensuarla. En el ínterin, creció la litigiosidad, que preocupa a las patronales. Pero su proyecto no está a la altura de las exigencias del tema. Reincide en la inconstitucionalidad fulminada por la Corte, pues pretende impedir que el trabajador pueda optar por la llamada “acción civil”, que tiene más exigencias para obtener sentencia favorable, contra la perspectiva de una indemnización más satisfactoria.
La propuesta de la UIA aspira a excluir de la protección legal los accidentes sufridos yendo o viniendo del trabajo (in itinere, en jerga). La jurisprudencia nacional los incorporó a la tutela al trabajador desde hace décadas. En tanto, la tasa de siniestralidad es altísima. Sin apego a la ley, ni sumisión a los mandatos de una Corte respetable, los empresarios piden lo imposible. Eso sí, rápido.
- A Hugo Biolcati no se le cayó la palabra “patria” de la boca en su alocución de ayer, reseñada en detalle en otras páginas de esta edición. El campo es la patria, siempre lo fue. Su oratoria evoca las tradicionales arengas castrenses, que sindicaban al Ejército como anterior a la patria misma. La patria, empero, no es patrimonio de un sector o de una organización. El cronista, por ejemplo, nació en 1948 con la patria empezada y el peronismo en sus albores. El peronismo tampoco nació con la patria, vino en combo con el estado providencia y la movilización proletaria. El padre del cronista nació en 1918, ya había patria y gobernaba Hipólito Yrigoyen. El radicalismo es ulterior a la patria, como el socialismo y hasta Unión-PRO. El sindicalismo, ni qué hablar. La autodefinición de un sector como expresión exclusiva de toda una comunidad es la negación de la democracia, tanto como una constante en la lógica de la derecha nativa. Esa derecha vive y colea, según prueban los vítores a Biolcati en el predio currado al patrimonio público por malos funcionarios y astutos dirigentes ruralistas.
- Distintas expresiones de la derecha real advierten que las elecciones les abrieron una brecha de oportunidad. ¿Votó eso “la gente”? No hay una respuesta irrefutable a esa pregunta. El cronista supone que, en una democracia instalada, se vota sobre todo a favor o en contra del gobierno y que los eventuales adversarios son instrumentos de esa opción, máxime en comicios parlamentarios. Pero la traducción real del voto no es un ejercicio intelectual sino político. Y en el corto plazo son los poderes fácticos los más vivaces a la hora de querer capitalizar el resultado del 28 de junio. Todo un detalle.
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