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Para un cuento de Soriano

 Por Martín Granovsky

La discusión venía fuerte, pero Néstor Kirchner estaba dispuesto a saldarla. Era la noche del 10 de marzo de 2006. Los presidentes sudamericanos estaban en Santiago, Chile, porque al día siguiente asumiría Michelle Bachelet en Valparaíso. Cuando iban a saludar al saliente, Ricardo Lagos, Kirchner cambió su lugar en la fila, le hizo un guiño al fotógrafo presidencial argentino Víctor Buggé y abrazó por sorpresa a Tabaré Vázquez frente a la cámara. El símbolo público ya estaba.

–Mañana nos juntamos en el desayuno y arreglamos lo de las pasteras –le susurró el argentino al uruguayo.

La reunión del 11 de marzo fracasó y Kirchner quedó mal. En realidad su disgusto con Tabaré comenzó porque, según solía decir a sus ministros, el kirchnerismo lo había ayudado mucho con la campaña electoral de 2004 y sentía que Vázquez le era desleal. Buena parte de la logística de los uruguayos residentes que viajaron a votar a Montevideo, y resultaron claves para que el Frente Amplio ganara en primera vuelta, fue Made in Argentina. Y el propio Kirchner, que ya era un presidente popular, recibió una tarde en la Casa Rosada a Tabaré Vázquez para garantizarle una foto que le sirviera, como en 2003 habían hecho con él los presidentes Lagos y Luiz Inácio Lula da Silva.

El otro frente de conflicto que preocupaba a Kirchner era Entre Ríos. Varias veces le pidió al entonces gobernador, Jorge Busti, que bajase los decibeles por las pasteras. “No infles ese quilombo”, era su frase. Más allá de los motivos esgrimidos por los ambientalistas, fuesen o no razonables, percibía que el litigio no sería bueno.

Todavía no hay una reconstrucción completa de por qué, al final, el conflicto escaló primero con la tolerancia y después con la bendición oficial, cuando el entonces presidente, quizás en la peor decisión de su gobierno, realizó un acto con los gobernadores en Gualeguaychú y nacionalizó el diferendo. Fue la negociación política con España y no el corte lo que garantizó la relocalización de una de las pasteras, la española. Quedó la de capitales finlandeses. No sólo generó una tensión contraproducente entre Uruguay y la Argentina. Una hipótesis a explorar es que haya servido como un ejercicio de polarización extremada. Un molde que luego se repetiría en otro conflicto, el de la crisis con sectores agrarios en 2008.

La rispidez también retrasó la asunción de Kirchner como secretario ejecutivo de Unasur. Vázquez le ponía bolilla negra.

Ya no hay ninguna duda de que la cuestión ambiental podía resolverse sin escalada y con decisión política. Lo probaron Cristina Fernández de Kirchner y José Mujica mediante gestos permanentes de amistad política y personal, aceptación del fallo de la Corte de La Haya, más rigor oficial argentino con los ambientalistas duros y mayor paciencia del gobierno uruguayo, acuerdos de dragado y gas, trabajo meticuloso de los cancilleres Héctor Timerman y Luis Almagro, negociaciones discretas del asesor Rafael Follonier y, sobre todo, al demostrar que el modo de desactivar un conflicto focalizado es agregando temas concretos y articulando intereses y negocios en una agenda común.

La nube en el horizonte es que, aunque no esté oficializado, Tabaré es hoy el candidato más probable a ser el postulante del Frente Amplio para las elecciones de 2014. Hasta ahora acostumbra decir que tiene que ganarle a la biología (nació en 1940 y tendrá 74 en 2014, la misma edad de Mujica cuando asumió) porque su popularidad sigue intacta.

Si esto fuese cierto, un escenario posible es que el Frente Amplio toque el tema de las revelaciones de Tabaré ahora y las enfríe luego. En cuanto a las relaciones con la Argentina, el antecedente sería horrible, claro, pero también podría cicatrizar. Sobre todo porque no son los ciudadanos de un país los que eligen a los presidentes de otro y entonces el realismo termina por imponerse.

A favor de lo último juega un hecho de gran peso. En 2006 recién comenzaba la consolidación de la nueva relación entre Brasil y la Argentina, con el trabajo conjunto en la cumbre de Mar de Plata de noviembre de 2005 para no integrar un Area de Libre Comercio de las Américas. También hubo sincronía, en diciembre de ese año, en la decisión de ambos de desendeudarse del Fondo Monetario Internacional. Hoy esa consolidación está en desarrollo por decisión bilateral, por la continuidad política del Partido de los Trabajadores en el gobierno brasileño y del kirchnerismo en la Argentina y por el espesor de Brasil en el tablero mundial.

Si estos factores, más la necesidad de amucharse en medio de la crisis mundial, tiñeron el vuelco realista de un régimen como el colombiano luego de la asunción de Juan Manuel Santos, también deberían ser irreversibles en el tipo de relaciones con Uruguay. Y, más aún, en las opciones mismas de Uruguay. No sólo la Unasur está en desarrollo. También el Consejo Sudamericano de Defensa. Mientras tanto, Brasil y la Argentina avanzan en proyectos nucleares y satelitales de contenido pacífico.

El tramo más impactante de las afirmaciones de Tabaré Vázquez no es la revelación de que Uruguay pensó que la Argentina podía emprender un ataque militar. Como no hubo ni una bala, esa parte queda para el grotesco. Lástima que el gordo Soriano esté muerto. ¡El cuento que hubiera escrito con los preparativos de la guerra entre argentinos y orientales! Protagonistas, entre otros, Diego Forlán y Zaira Nara, Ricardo Mollo y Natalia Oreiro, dos modelos distintos de final, y las murgas de ambas orillas planificando retiradas.

Lo más impactante es que haya confundido intransigencia con fascismo, cuando ni el gobierno argentino ni la sociedad cayeron en xenofobia antiuruguaya, y recurrido a George Bush como forma de disuasión ante su hipótesis de un ataque argentino.

Pero lo más interesante es que en la Sudamérica de hoy un pedido de auxilio como aquél no sería sólo una marcha a contramano sino, también, una locura inviable.

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