Domingo, 2 de marzo de 2014 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
El miércoles las autoridades de la Nación y de la provincia de Buenos Aires se reunirán para analizar el retiro de los gendarmes del conurbano. El anuncio del jefe de gabinete es curioso, porque los más de 4000 efectivos de la Gendarmería ya volvieron a sus destinos en la frontera, lo cual molestó a varios intendentes. Si bien los gendarmes no tienen capacitación en tareas de policía urbana y se han especializado en la detección y represión de delitos como el comercio clandestino de sustancias estupefacientes o el contrabando, su presencia proveía una sensación de seguridad. El gobernador Daniel Scioli anunció que ese personal de Gendarmería será reemplazado por los 5000 nuevos egresados de las escuelas policiales puestas en funcionamiento de apuro y que durante el verano cubrieron el Operativo Sol en la costa. Pero junto con su ministro Alejandro Granados y su jefe de policía Hugo Matzkin insistirán el miércoles para que queden algunos gendarmes en el Gran Buenos Aires. El diario La Nación publicó una carta de su lector Daniel Pretz, quien fue asaltado en su casa de veraneo en Villa Gesell: “Varios llamados al 911 y una larga espera hasta que llegaron dos efectivos casi adolescentes, con cara de susto”. Cuando fue a la comisaría 1ª a realizar la denuncia debió esperar una hora y media “sin ser atendido, rodeado de policías sin experiencia y en un clima casi festivo”. Si estos muchachos recién salidos del horno son enviados a los lugares críticos del conurbano serán obvios blancos móviles. La ley de la dictadura disponía que los recién recibidos fueran asignaos a destinos poco conflictivos y, a medida que se foguearan, fueran transferidos a lugares más complicados, lo cual es de elemental sentido común. El gobierno provincial también ordenó que todos los policías del escalafón Comando pasen a realizar tareas de calle, una decisión que sólo en apariencia tiene alguna lógica. Un alto número de personal que ingresó hace décadas al escalafón Comando se especializó en balística, química, dibujo de rostro, fotografía, peritajes planimétricos, telefonía celular, informática o dactiloscopía. Por ejemplo, casi un tercio de los 300 miembros de Policía Científica, 80 revistan en el escalafón de Comando. Luego de muchos años lejos de las comisarías y de la calle, perdieron el conocimiento y el estado físico imprescindible. No portan armas desde hace años y tienen miedo. Una semana de reentrenamiento al año no basta para compensar este déficit. Al margen del escalafón que conste en el legajo, pertenecen a otras especialidades. Si uno llamaba a Policía Científica entre agosto y diciembre y pedía por alguno de ellos, le respondían: “No, hoy está caminando. Le toca volver pasado mañana”, fruto de la negociación que realizaron los jefes para compartir ese personal en turnos de dos días. El malestar se contuvo porque pensaban que esto duraría hasta el inicio del Operativo Sol. Su finalización hace prever nuevas dificultades, pero agravadas, porque serán trasladados directamente a las comisarías. Durante la gestión ministerial de Carlos Stornelli, 400 efectivos fueron enviados a José C. Paz y a Pilar. El 70 por ciento consiguió una carpeta médica para no ir a la calle, lo cual complicó a los respectivos jefes de sus nuevos destinos, ya que debían realizar el papeleo de cada agente (recibirlo, darle la planilla para Sanidad, comunicar la carpeta médica, etc.) pero no contaban con él. Stornelli lo resolvió ordenando que no se concedieran carpetas médicas, un disparate insostenible que se repite ahora. Resultado, según un jefe: “No arreglan el problema, lo joden a quien le sacan el efectivo y no le resuelven nada al que lo debería recibir”. La calidad del nuevo personal es pésima y la opción es reducir el número o las exigencias de capacitación.
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