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El diputado Darío Giustozzi está haciendo un curso acelerado de peronismo explícito. Ya debería estar graduado pero en estos días tuvo reacciones de principiante. La bolilla uno enseña que los pactos con pago diferido son de dudoso cumplimiento. No es exclusividad del justicialismo, más vale, aunque los compañeros son masters Ph en esas materias.

Giustozzi contaba con ser el candidato a gobernador bonaerense del Frente Renovador (FR) en 2015, por ahí el diputado Sergio Massa se lo prometió aunque sin firmar acta notarial. Pero la realidad es líquida, Giustozzi no es lo más taquillero en plaza. No debería ofenderse, al menos por dos motivos. El primero es que él haría lo mismo que “Sergio” si estuviera en su lugar. El segundo es que “el que se calienta pierde”.

Entre cumpas, siempre hay tiempo para recapacitar y reengancharse como en el chinchón. En el ínterin, Giustozzi compite en desventaja con el radical Gustavo Posse y el diputado Felipe Solá, que acaba de inscribirse y lanzarse. La lista no se ha cerrado ni hay razón para que eso ocurra.

El debate es entre personalidades, por ahora.

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Sería exceso de pretensión exigir, en una larga precampaña, planes de gobierno o definiciones ideológicas. Las “instalaciones” no le complacen a “la gente” pero forman parte del minué. Incurriría en exceso de purismo o de desconocimiento quien las descalificara. Eso asumido, impresiona la falta de definiciones valorativas dentro del espectro opositor. Ser antikirchnerista es un piso compartido, casi todos calculan que un pasaporte a la segunda vuelta. Podría ser pero también les cabe diferenciarse entre sí y convencer a los ciudadanos de que tienen una propuesta viable.

Con buena voluntad, lo más parecido a una discusión ideológica es lo referido a la eventual coalición entre el Frente Amplio-Unen y el partido del jefe de Gobierno Mauricio Macri. La posición acuerdista parece ser la más tentadora para muchos “progresistas” que lo serán por el prefijo “PRO”, posiblemente.

Por lo pronto, la verían con agrado los dos radicales con mayor potencial electoral, el diputado Julio Cobos y el senador Ernesto Sanz.

Los adversarios del rejunte, empezando por el senador Fernando “Pino” Solanas, tienen menos gravitación interna, por decirlo con ternura.

Las operaciones son tan abundantes como provisorias, todo indica que nada terminará de tejerse hasta el verano. La carestía discursiva impresiona, aun con los poco exigentes standards existentes.

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El diputado Leonardo Grosso cuestiona la represión contra los trabajadores de la empresa Lear y los proyectos de ley oficiales para regular la protesta social. Grosso milita en el Movimiento Evita y representa al Frente para la Victoria. El secretario de Seguridad, Sergio Berni, le responde con acritud y lo desafía: es él quien cuenta con el aval presidencial. Berni conjuga con el sentido común dominante, que el kirchnerismo supo desafiar en muchos aspectos. El oficialismo conserva ese carril heterodoxo, en variados terrenos. El de la protesta social es uno de los más ríspidos, ya que aparece a diario y suscita reacciones de la opinión pública. Sostener la identidad aunque sea eventualmente piantavotos es todo un reto: vale la pena sostener los principios.

Este cronista, queda dicho, concuerda con el joven Grosso, quien ya tiene una coherente trayectoria de años contra la violencia institucional.

Más allá de lo que se piense sobre el particular, en algún sentido se agradece la polémica interna sobre políticas públicas. Es que los alineamientos oficialistas u opositores son necesarios pero, en las inminencias de un cambio de gobierno, suena necesario no discurrir sólo sobre esas diferencias o sobre lo que ya pasó sino también sobre lo que debería hacerse de 2015 en adelante. Por ponerlo en términos tonantes: no un “juicio de residencia” o un dictamen sobre si se ganó la década sino una propuesta de gobierno para los años por venir. Al cierre de esta nota, la oferta es escasa.