Domingo, 2 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
Al mediodía del lunes 20 de octubre, mientras regresaba del acto realizado en Barracas para recordar a Mariano Ferreyra, me llamó la atención un patrullero de la Policía Federal, que circulaba por la calle Salta en dirección a la Avenida de Mayo, a pocas cuadras del Departamento Central. Pese al tremendo solazo de ese día estival, no logré divisar el número de la chapa patente. Le pedí al amigo que conducía que se aproximara más y tomé esta fotografía: el número fue borroneado en forma deliberada para impedir su identificación, una práctica que fue común en las peores épocas de la Argentina, igual que la represión violenta a toda protesta social y que la consideración de las migraciones como una cuestión de seguridad nacional. Este es el correlato inevitable del discurso brutal que reitera, cada vez que se lo permiten, el Secretario de Seguridad Sergio Berni, cuya renuncia está en manos de la presidente CFK. Berni dice que se irá a su casa, pero mientras tanto presiona al jefe del Ejército, César Milani, y al ministro de Defensa, Agustín Rossi, para que lo asciendan a general, pese a que con once años de licencia ha excedido todos los límites reglamentarios.
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