Domingo, 2 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
“Tu Cristo es judío, tu auto es japonés, tu pizza es italiana, tu democracia es griega, tu café es brasileño, tus números son árabes, tu alfabeto es latino. ¿Sólo tu vecino es extranjero?”, escribió la periodista italiana Nadia Angelucci, coautora con Giani Tarquini de una excelente biografía del presidente uruguayo José Mujica. “Buen momento para recordar esto en la Argentina. Y para recordar algunas cosas más: tu empleada es paraguaya, tu niñera es peruana, la camarera de tu café es colombiana, tu modista es rusa, tu verdulero es boliviano, el dueño del súper es chino. ¿Y tus padres, dónde nacieron?”, fue una de las primeras observaciones que recibió. Otro tanto ocurre en Estados Unidos. La novedad es que también el gobierno argentino se haya contaminado con esa plaga universal contra la que permanecía inmunizado, con la ley de migraciones más amplia y generosa del mundo, en línea con la Constitución Nacional que hace un siglo y medio propuso “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad”, tanto para los nacidos en el país como para “todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
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