Domingo, 28 de diciembre de 2014 | Hoy
Por Mario Wainfeld
La Selección Argentina de Fútbol obtuvo el subcampeonato del Mundo. La hinchada nacional soñó con más, temió desenlaces peores, supo disfrutar la fiesta y cantar durante su desarrollo. Hiló un relato sobre su equipo: transitó del sueño de los héroes individuales a la mística del equipo y del trabajo. Una conclusión compartida valiosa, no tan exitista, incentivada por el buen laburo de los jugadores.
Todo lo real es posible, explicó un filósofo muy inteligente. Pero la historia no está escrita de antemano. La Selección pudo volverse antes si no mediaban un rebote en el poste y un par de carambolas milagrosas contra Suiza. Un gol agónico podía llevar a una definición por penales, en un clima de abatimiento. Guau.
La salvada milagrosa de Javier Mascherano contra el holandés Robben en la semifinal evitó otra caída prematura. Esas dos contingencias fueron antídoto contra el derrotismo.
Las ocasiones de gol desaprovechadas por Higuaín, Messi y Palacio en la final, tal vez, nos inocularon contra un exitismo desmedido.
El saldo fue lógico, acomodado a los méritos y los esfuerzos. Ojo al piojo: pudieron producirse otros finales, más gratos o dolorosos. El fútbol enseña mucho sobre los contrafactuales, que también abundan en otros escenarios históricos, más difíciles de desentrañar.
Si Argentina ganaba, un periodismo complaciente hubiera definido al desparejo plantel como “los mejores del mundo”. Sería parcialmente cierto: una mirada a más largo plazo revela que en décadas los mejores han sido Brasil y Alemania.
Esta vez se enfrentaron, Alemania ganó siete a uno. Es un hecho irrefutable que no refleja la cabal diferencia entrambos. Un dato de la realidad, por sólido que sea, a veces no explica su vastedad, ni siquiera lo esencial.
Los brasileños tomaron su fracaso deportivo con su cultura proverbial. En Argentina el sentimiento colectivo hubiera sido más sombrío, supone este cronista.
Se desmintieron un mito clásico y uno acuñado este año. Empecemos por éste: Brasil no fue el caballo del comisario o no lo fue tanto. La FIFA no le pagó las obras faraónicas con una Copa. Las conspiraciones existen, las teorías conspirativas ora las detectan, ora son delirios.
El otro mito refutado son los efectos políticos lineales de los resultados deportivos. La selección vapuleada y frustrante no arrastró al gobierno popular en las elecciones. La presidenta Dilma Rousseff ganó igual, seguramente porque su pueblo tuvo una mirada más inteligente y abarcativa que la de un hincha dolido.
Un amante de los contra fácticos podría replicar que el PT hubiera perdido si el campeón hubiera sido Argentina. Imposible desmentirlo del todo, lo no sucedido siempre es hipotético.
Con quien sí pudo la sucesora del ex presidente Lula da Silva fue con sus adversarios políticos y mediáticos, sus operaciones de prensa y su bola de cristal (ver nota aparte). Eso es real y es posible, tanto como el poder del establishment. En la competencia, todo puede pasar si se juega con destreza y con hue..., con temple.
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