EL PAíS
Los directores cuentan qué quisieron filmar
Daniel Burman.
“Una tristeza invisible”
Volví a un lugar que sentía que conocía muy bien, pero descubrí algo diferente. Encontré que las secuelas del atentado están incrustadas en el barrio, de manera permanente. Tanto a nivel urbanístico como por lo que generó el post-atentado. En el Once hay una tristeza invisible que se encuentra mirando detenidamente. Más allá de los pilotes antiatentados en cada vereda hay un dinamisno en el horror. Filmé en calles aledañas, frente a la AMIA, con comerciantes del lugar y convertí una idea inicial que empezaba con un parto el día del atentado en algo coral. Son historias mínimas, parafraseando a Sorín, que se cristalizan de manera particular. Uno cree poder acercarse al dolor de otro, pero el dolor es intransmisible. Están los que pudieron seguir su vida cotidiana, también los que cerraron su negocio y no pudieron volver a ser los mismos. Es nuestro pequeño Holocausto. Automáticamente, cuando la gente pasa frente a los pilotes, tiende a cruzar de vereda. Es un mecanismo incorporado. El Once tiene un paisaje particular: cámaras de seguridad, guardianes, comerciantes que dicen que los gendarmes espantan clientes. Aún hoy, el barrio es sospechoso de sus propios actos. Y esto sucede cuando un hecho como éste no tiene justicia.
Lucia Cedron.
“Un espacio propio”
Intenté buscar un espacio propio. Conservé los personajes principales e hice un trabajo de adaptación sobre lo que me propuso la producción. La historia de Yaco y Maya, dos jubilados del Once, que se iban a ir de viaje a Israel el día del atentado. Creo que el pueblo judío y el argentino tienen puntos en común: uno es haber sido atravesados por olas de éxodos e inmigraciones. Para mí, el atentado funcionó como una forma recurrente de replanteo de decisiones. El film tiene una significación directa narrativa sobre el humo y el silencio del atentado, pero también es lo que quedó después de la AMIA: una cortina de humo. Y como todo discurso es político, el silencio adquiere vital importancia. Mis momentos más significativos fueron momentos de silencio: el silencio ensordecedor antes de que estalle una guerra, como antes de las tormentas. No paro de pensar cómo esto se resignifica en su sentido político. Porque también es de terror que hablemos sólo de la situación en Israel. De la misma manera que mi viejo pensaba que las cámaras eran fusiles, nuestras cámaras hacen una construcción política.
Adrian Caetano.
“Filmar lo pequeño”
Mi decisión fue filmar objetos pequeños, artículos personales, de gente, de usos cotidianos. Algunos se ven de cerca y otros de más lejos. Me parecía que estaba bueno contar el horror a partir de cosas pequeñas. Es medio raro, más allá de que se muestra algo terrible, hay una sensación de que se está viendo de una manera triste. No produce indignación, produce más bien tristeza. Hace una década, vi el derrumbe de la AMIA por televisión. En esa época trabajaba en un hotel de la provincia de Córdoba y todavía recuerdo la imagen de la televisión, con una realidad que me parecía demasiado lejana, demasiado inverosímil. Era raro. Es raro todavía, cada vez que volvemos a ver cómo se derrumba el edificio. Uno no se da cuenta de que en ese momento se está muriendo mucha gente. Por cuenta propia, jamás se me hubiese ocurrido hacer algo sobre la AMIA.
Alejandro Doria.
“Dan ganas de llorar”
Mi historia surgió cuando nos juntamos con Aída Bortnik: me entusiasmé con una idea de Aída y ella con una mía, optamos con una base mía y empezamos a elaborarla. Es la historia de una mujer que, cansada de 10 años de impunidad, decide presentarse a declarar lo que sabe. Y resuelve hacer una denuncia. Junté material abundante y escalofriante. Y aunque conocía el tema, no sabía que se había llegado a tal grado de ocultamiento de la verdad por parte del Estado. Cuando armamos el guión queríamos decirlo todo, pero no podíamos. Mi corto Vergüenza se centra en lo que sucedió desde la explosión y cómo se ocultó la información desde el gobierno. Cuando se junta la información sobre el atentado no se puede creer lo que sucedió. Me inclino a creer que el atentado fue una respuesta de países musulmanes a compromisos que había contraído el entonces presidente que no fueron cumplidos. Aunque no creo que haya sido un atentado antisemita. Pero cuando me pregunto por qué el gobierno consintió el silencio, me dan unas ganas de llorar espantosas.