El acto celebrado ayer en el Episcopado sólo puede ser leído desde el lenguaje de los gestos. El Episcopado montó con meticulosidad un escenario que mostrara a la jerarquía en diálogo con un espectro plural de la sociedad, en lo político, en lo social y en lo religioso. Pero el gesto apuntó sobre todo a quitarle relevancia a los rumores que se venían construyendo en el último tiempo –en particular desde que el presidente Néstor Kirchner decidió desconocer a Antonio Baseotto como obispo castrense– respecto de un enfrentamiento entre la jerarquía católica y el Gobierno. El Episcopado construyó la oportunidad y desde la Casa Rosada no sólo se entendió el gesto, sino que se generaron hechos para ratificar la voluntad de diálogo. La presencia de Aníbal Fernández en el acto no puede leerse sino como una decisión adoptada por el propio Kirchner y no puede interpretarse sino como un mensaje hacia el Episcopado en general y hacia Bergoglio en particular. Lo mismo puede decirse acerca de la participación del secretario de Culto, Guillermo Oliveri, aunque por sus funciones a éste le correspondan las generales de la ley. En la sede episcopal de la calle Suipacha se respiraba aire de satisfacción después de terminado el acto. En reserva algún obispo admitió que “todo salió muy bien” y otro prefirió hablar de “tarea cumplida”. Si bien mantuvo su habitual sobriedad, el propio Bergoglio no pudo disimular ni la tensión que le producía el hecho mientras éste se concretaba ni la satisfacción que lo embargaba una vez que concluyó el mismo con los resultados ya señalados. Tanto en la Casa Rosada como en el Episcopado quedó la sensación de que por ambas partes se logró destrabar una situación que amenazaba con perjudicar la relación entre la Iglesia y el Gobierno “cuando no existen motivos para ello”, según se sostiene de ambas partes. Producido el deshielo habrá que esperar para dónde corren las aguas y ver cuáles son los próximos pasos. Sólo esto permitirá evaluar la verdadera dimensión de lo que aconteció ayer.