Martes, 28 de noviembre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Sandra Russo
El hecho en sí mismo, recortado, en este caso casi decapitado de su contexto, suena horrible, es revulsivo, no mueve a compasión. Pero recortar este hecho, decapitarlo de su contexto, equivaldría a una injusticia, y es bueno celebrar cuando la justicia es justa.
Una joven madre que mata a su bebé no puede sino enrarecer el aire a su alrededor. Pero el aire alrededor de esa chica, María Elizabeth Díaz, estuvo siempre enrarecido. Es posible, muy posible, que cada noche en la que de pequeña era abusada esa chica no haya tenido conciencia ni del abuso ni de la injusticia que se estaba cometiendo en su contra. Cuando se nace mercancía y no persona, se soporta ese destino. Conciencia de persona tienen los otros, no los que desde chicos habitan un mundo en el que hay fuertes que los aplastan cotidianamente bajo la mirada de tantos. Hay testigos, pero no parecen reaccionar como si se estuviera ante crimen alguno: en esos feudos, en esos nichos de poderosos de los que dependen familias enteras, ¿una mujer abusada reacciona? ¿Y una niña? ¿Cómo reacciona una niña que es esclavizada sexualmente y que crece junto con una clara noción del poder, la debilidad, la resignación, la imposibilidad de escapatoria?
No obstante, quién puede meterse en la cabeza de alguien con la historia de ella. Quién puede saber exactamente qué se siente cuando la propia panza va creciendo como resultado de la explotación, el dolor, la humillación. El padre pone la semilla con todo su amor en la panza de la madre. Todavía así se les explica a los niños cómo se gestan los bebés. María Elizabeth está fuera del canon. Ningún padre, ningún amor, ningún consentimiento. Violaciones sistemáticas y una panza que la invade y la presiona más allá de sus límites psíquicos. ¿Quién sabe cómo reaccionaría ante una situación así? Nadie. Y por eso es loable que el tribunal cordobés no haya juzgado a María Elizabeth con los parámetros secos de la ley, porque su caso chorrea odio, extravío y un tipo de padecimiento al que no llega ninguna palabra.
Que la Justicia haya tenido en cuenta el contexto en el que esa chica mató a su bebé implica una mirada que acaso la rescate, o al menos la consuele: las instituciones no sólo absolvieron a una joven violada y perturbada que actuó fuera de sí, sino que además le devolvieron a esa joven la certeza de que nació persona y tenía derechos.
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