George Bernard Shaw dictaminó que a los cincuenta años cada persona tiene la cara que se merece. El suspendido gobernador Angel Eduardo Maza cumplió 52 en diciembre. Su rostro, a consecuencia de su experiencia vital y de operaciones estéticas ostensibles, es una máscara que disimula las que deben haber sido sus facciones. Es mucho más lo que oculta que lo que revela, botox mediante carece de expresividad: chapeau a Bernard Shaw.

Maza es geólogo de profesión, con grado universitario. De kirchnerista se recibió en cuestión de días, de puro autodidacto. Su súbita vocación afloró coincidiendo casualmente con el eclipse del ex presidente Menem.

Luis Beder Herrera participó de sucesivos gobiernos riojanos desde 1983, es la tercera vez que ocupa el sitio del gobernador merced al derrocamiento de su titular. Actualmente funge como vicegobernador con ejercicio de la Jefatura de Gabinete.

Ese engendro institucional, una repartija en rigor, es un noble legado de los tiempos hegemónicos de los Menem que instalaron la praxis de deslindar las competencias gubernamentales, los de Carlos en la gobernación, los de Eduardo con el serrucho por abajo.

La crisis de gobernabilidad estallada entre gentes del mismo palo político es a la vez un incordio para el gobierno nacional y un precio por la elección de aliados de baja estofa. Entre ambos, el Gobierno tiene empatía por Maza no porque no sea impresentable sino porque es su impresentable. El Frente para la Victoria fue un Jordán muy generoso, quien se internaba en él se blanqueaba. No para siempre, ahora se corrobora.

Beder y Maza son tan similares como dos astillas del mismo palo El Gobierno privilegia a Maza que es su pollo. Aun así, desde la semana pasada viene gambeteando sus quejumbrosos reclamos de intervención federal. “Intervenir es siempre indeseable –explicaba anteayer una primera espada del Gobierno en la Casa Rosada–, es imposible manejar todos los hilos de la política local. Y si te arman una movilización de mil personas, podés pagar costos siderales.” Cualquier presidente, máxime uno que viene del interior profundo como Néstor Kirchner, sabe cuán odioso es el “remedio federal” que pone en guardia a los demás gobernadores, congénitamente recelosos ante la expansión del poder central.

Al cierre de esta nota el gobernador y sus partidarios seguían resistiendo la suspensión impuesta por la Legislatura y haciendo lo imposible por forzar la intervención, incluso apelando a desmanes callejeros. La impresión en caliente es que, si Maza logra lo que se propone, su victoria tendrá ingredientes pírricos. Cuesta imaginar que el gobierno nacional le perdone haber quedado pegado a episodios chocantes. Y mucho menos le será gratis haberle torcido el brazo.

La apuesta del kirchnerismo, hasta la hora de cierre, era que primara cierto orden en la provincia. Tal vez la política doméstica le deje una hendija: Beder dice que llamará a elecciones en 120 días, los mazistas hablan de 90 días, la diferencia no parece tremenda. Para el oficialismo nacional habrá un módico perjuicio: tal vez le hubiera convenido más mantener la fecha original, unida a las nacionales, porque sus predicciones auguraban un arrastre fenomenal de la conjunción Kirchner-Maza. De todas maneras, es menor el gravamen que el de hacerse cargo de un desaguisado institucional de difícil reparación.

Jorge Yoma, a quien el gobierno comidió a la Embajada en México para evitarle competencia a Maza en una elección anterior, apronta sus petates porque quizá haya llegado su hora. En declaraciones periodísticas admitió la posibilidad de llegar a algún acuerdo con Beder Herrera, en tierras calientes todo es posible.

“La dirigencia política es como la pintura de la Casa Rosada –se pone metafórico un confidente gubernamental de Página/12–; en estos días lijamos una capa, encontramos otra. Rosada como la anterior, apenas diferenciada. Lijamos esa, hay una tercera. Y otra y otra. Ya llegamos a ocho, nunca a otro color. Son todas casi idénticas, nunca se terminan.”

Esta historia, más vale, continuará.