EL PAíS › ENTREVISTA A VICENTE BATTISTA

“Lo único real que tenemos es un cadáver”

Es uno de los escritores más destacados del género policial en la literatura argentina actual. Aquí analiza el caso García Belsunce en clave de novela. “Esta trama familiar aglutina el policial enigma inglés y el policial negro norteamericano”, dice.

 Por Cristian Alarcón

A medio camino entre la novela de misterio inglesa y el policial negro norteamericano, el novelón argentino tras el crimen de María Marta García Belsunce es visto por el escritor Vicente Battista a la luz mortecina de estos géneros literarios. “Lo único real que tenemos es un cadáver, y lo que tras tantos meses de juicio queda claro es que la impunidad es la misma de siempre: tiene que ver con el poder del dinero. Hubo un intento de ocultar el crimen creando el misterio y avanzando hacia el corrompido mundo del policial”, le dice a Página/12 en una entrevista a la hora del fallo judicial más esperado del año. Es autor entre otros libros de Sucesos Argentinos, ganadora del premio Planeta, y de El libro de todos los engaños.

–¿Cómo vio a los acusados durante el juicio?

–Aunque quieran disimularlo, juegan con ventaja, porque de por sí lo que hicieron con el acusado es bastante inusual. Alguien que está procesado por el supuesto asesinato de su esposa de manera alguna queda libre con una prisión atenuada. Eso indica que los García Belsunce logran un trato excepcional por su posición de clase.

–Cree que en este caso estamos ante una impunidad de otro tipo a la de los crímenes del Estado, por ejemplo?

–No creo que haya una nueva versión de la impunidad. Es siempre la misma. Acá tenemos como protagonista a una familia de buen nombre adquirido, en realidad con un apellido de poca monta. No son una familia patricia. No pelearon contra Rosas, ni creo que hayan participado de las campañas del desierto. No son Anchorena, ni Alvear, sino que son unos señores descendientes de un señor que llegó de España en calidad de inmigrante, un hombre que sabía mucho de leyes y se convirtió en un abogado de primera línea. Carrascosa, el marido, es la nueva burguesía, aquello que con tanta justeza contó Lampedusa en El gatopardo, quienes se imponen por sus propios medios económicos. Entre las familias patricias existió la impunidad del apellido, estos personajes tienen la impunidad de dinero.

–¿De qué tipo de prácticas habla?

–La impunidad es la misma siempre. Los jueces, los fiscales que agachan la cabeza ante este tipo de señores. Alguien con todos estos recursos puede decirle a un policía que haga tal o cual cosa. Si un villero le dice algo fuera de tono a un oficial se ligará un par de cachetazos. Aunque es probable que entre los villeros haya muchos más descendientes de Moreno o de Güemes que en un country de nuevos ricos. Creo que acá la impunidad se consagra por razones económicas. No me olvido de aquella señorita hija de un multimillonario norteamericano que se casó con un criador de caballos de polo argentino. Se fueron a vivir a Texas. Ella sintió que él la estaba engañando y le pegó un par de balazos en la cabeza. Estuvo tres meses y medio presa. Porque era la hija de un multimillonario. En este caso hay cierto tufillo de impunidad. No queda claro por qué a Carrascosa, si es procesado por sospechar que mató a su esposa, le dieron una pena morigerada.

–¿Qué cree que quedó claro para el que siguió las alternativas del juicio?

–El juicio demostró que hay demasiadas cosas oscuras. En principio hay un ocultamiento del hecho. De eso no queda la menor duda. Un personaje muy particular, un hombre que estuvo preso muchos años y que al salir escribió un libro, me pidió que se lo presentara. Conocedor de lo que es un disparo de un arma me dijo que hay una cosa que hay que tener en cuenta al evaluar la verosimilitud de la versión según la cual el marido no se dio cuenta de que la habían matado. Cuando uno hace explotar un cohete, por ejemplo, en un sitio cerrado hay un olor a polvora intenso. Si uno hace explotar cinco tiros en un baño húmedo, tiene que haber un olor a pólvora que se reconoce inmediatamente aunque no seas experto. Cualquier tirador o conocedor de armas te lo dice. Cómo Carrascosa desesperado por ver a su mujer moribunda no se pudo dar cuenta de esto. Cómo no olieron eso los otros que estuvieron allí. Esto, como un comentario al margen, porque en realidad hay muchos detalles subjetivos: horas que no coinciden, la visita de la célebre masajista que llegó según Carrascosa viente minutos antes de lo que realmente llegó a la escena del crimen.

–Usted ha señalado los elementos que acercan al caso a la novela de misterio inglesa. Es interesante cómo aparece el vecino sospechoso, Pachelo, en el lugar del mayordomo.

–Has dado en la tecla. Pachelo sería el mayordomo. S.S. Van Dine, el creador de ese detective petulante, arrogante, llamado Philo Vance, que protagonizó doce novelas que fueron best sellers en la Nueva York de los veinte, escribió en el New Yorker algo así como las veinte verdades de la novela policial. Ahí decía “el mayordomo de ningún modo puede ser el asesino”. Escribía sobre crímenes en la clase alta de Manhattan, y esto decía de una manera muy despectiva. Creía que no se podía acusar ni al mayordomo ni a ningún personal de maestranza, porque un asesinato es una cosa seria, no puede haber protagonistas personajes de tercera categoría.

–Desde la literatura usted ha analizado este caso. ¿Sigue viéndolo igual tras el juicio oral?

–Esta trama familiar aglutina el policial enigma inglés y el policial negro norteamericano. El enigma porque tiene todos los elementos: el crimen sucede en un cuarto cerrado. En este caso no sólo cerrado porque era en la casa, sino porque era un country, un lugar cerrado, de privilegio. La víctima era una señora de la sociedad. El robo no es el móvil del crimen. En las novelas de enigma clásicas quedaba un poco mal que alguien matara para robar. O se mataba por una suma suculenta, o por venganza, o por un motivo pasional. En esas novelas no había jueces corruptos, ni abogados tránsfugas. Una vez que Sherlock Holmes –el personaje de Sir Arthur Conan Doyle– o Hércules Poirot –el detective de las novelas de Agatha Christie– decían “éste es el asesino”, no pasaba nada más. O sea, en esa escena antológica en el living de una casona, frente a una chimenea, el que era descubierto no se resistía para nada. Y la gente se quedaba tranquila porque se creía que los jueces eran gente proba, al menos en la literatura.

–Ese es el punto en el que en este caso se pasa de la trama de enigma a la de la novela negra.

–Con esto, apenas pasada la instancia del misterio no resuelto, se entra en un registro de novela negra. Como bien dijo Raymond Chandler, (Dashiel) Hammett saca el jarrón veneciano de la sala y lo mete al barro. Con estos autores tenemos un detective privado que no es corrupto, pero el resto del mundo está manchado por su propia sangre. La violencia del crimen de María Marta es parte de la novela negra, y el sitio cerrado en el que sucede es de la novela de enigma. Pero al fin y al cabo lo único real que tenemos es un cadáver, lo único que sabemos en realidad es que hubo un intento de ocultar el modo en que murió ese cadáver, de ocultar el crimen, en definitiva. Eso no me lo quita nadie de la cabeza. Esta gente, esta familia, no sólo Carrascosa, sino toda esta corporación familiar, estaban ocultando el crimen. La consigna es que como ya no se puede hacer nada mejor tapemos todo y que la vida siga.

–¿Qué motivaciones ve usted tras el asesinato de María Marta?

–Puede ser una advertencia mafiosa. Por lo que se ha podido ver y escuchar en el juicio, lo más probable es que el viudo no sea sentenciado por matar, sino por haber ocultado los motivos (N. de la R: la entrevista fue hecha antes de que se conociera el fallo). Porque todo eso sí se probó. Se probó la mentira, el ocultamiento.

–¿A esta familia que usted ve como una corporación, qué parientes le ve en la literatura argentina?

–La típica familia que pintaba tan bien Beatriz Guido con la idea de que si tenés un hijo idiota, entonces escondelo en el fondo. No queda bien. No queda bien llorar. No es de persona de cierto nivel manifestar emociones. Es curioso que todos muestren la misma actitud. Recuerdo la escena del hermano de María Marta, Horacio, en un programa de televisión, lloraba y se notaba que estaba actuando. O a lo mejor en realidad es así, el hombre llora como un mal actor.

–Es inevitable la comparación con el crimen de Nora Dalmasso.

–Hay un montón de puntos en común. El de Nora está muy cerca de ciertas actitudes políticas, económicas, financieras que dan para pensar que se está tapando algo. Claro que mientras la imagen que de María Marta proyectó el periodismo fue la de la mujer que se preocupaba por los chicos abandonados, la de Nora es la frívola que tenía amantes en las esquinas.

–A la familia también sospechada de Dalmasso se la ve sola. No así a los García Belsunce.

–Esto habla de esa especie de matriz corporativa que tiene esta familia y sus amigos. En algún momento, como lector de policiales, pensé que uno de estos dieciséis que ayer acompañaron en la lectura de la sentencia se iba a quebrar, que los investigadores los iban a asustar. Pero aparentemente eso no pasa entre señores.

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