Es probable, muy probable, que el monje austríaco Gregor Mendel no cayera en la cuenta de la importancia que tuvo en 1865 la presentación del artículo “Experimentos de hibridación de plantas”, leído ante la Sociedad de Historia Natural de Brno. El artículo trazaba los principios de lo que hoy conocemos como herencia genética y fue el fruto de largas horas de observación del monje agustiniano durante sus paseos por los jardines del monasterio donde tomaba cursos de teología. Las leyes de la transmisión de los rasgos hereditarios serían sólo otro “gran descubrimiento” de la ciencia, con sus repercusiones sociales, políticas y, por qué no, culturales, si no se tomara en cuenta que el trabajo de campo de Mendel daba a luz, sin mucha presunción, a una ciencia clave para determinar la identidad de las personas.

La genética se convirtió en la niña mimada de la ciencia de la segunda parte del siglo XX y, entre sus muchas funciones, devino en una formidable herramienta para recuperar la identidad de los niños apropiados por la última dictadura militar en la Argentina. En este sentido, Las Abuelas y la Genética. El aporte de la ciencia en la búsqueda de los chicos desaparecidos realiza un mapeo minucioso, estricto, somero sobre aquellos años. Pero también construye un puente que zanja la brecha entre las abuelas y los niños apropiados, y que articula los primeros pasos de esa búsqueda –camino plagado de trabas burocráticas y políticas– con la restitución de Laura Ruiz Dameri, la nieta 90 recuperada desde que todo comenzó, allá por la década del ’80.

El corpus del texto se armó con testimonios de abogados que participaron en las distintas causas; de científicos que formaron parte de las pericias; militantes de los derechos humanos; de las abuelas, eternas buscadoras de verdad y de los mismos jóvenes que recuperaron su identidad.

Como le pasó a Rodolfo Walsh mientras jugaba una partida de ajedrez en un bar de La Plata y dio con el testimonio de un parroquiano que aseguraba que “hay un fusilado que vive”, el camino de las Abuelas comenzó a desandarse en la ciudad platense, gracias a una noticia difundida en el diario El Día, que en 1979 informaba sobre “un hombre que negaba su paternidad, fue sometido a un examen de sangre comparativo al del presunto hijo y resultó ser el padre”. Esta noticia encendió la chispa de la esperanza en muchos familiares que buscaban a los niños robados de los brazos de sus padres, durante el capítulo más siniestro de la historia argentina.

El interés por encontrar una técnica de identificación que echara luz a tantos interrogantes llevó a las Abuelas a viajar, primero a Europa, donde se reunieron con especialistas en genética, pero fue en Nueva York donde encontraron el apoyo, tal vez decisivo, del genetista argentino Víctor Penchaszadeh. Sin olvidar los avatares que permitieron que se constituyera el primer equipo de filiación, grupo consolidado a partir de un trabajo multidisciplinar que cruzó, en bases de datos, información proveniente del equipo de informática de Abuelas con elementos aportados por la genética. Para calibrar lo complicado de esta tarea “entre las primeras bases que hicieron había una para almacenar las denuncias que llegaban y otra para las partidas de nacimiento. Las búsquedas o indexaciones en las computadoras eran kilométricas, se podía perder hasta media mañana para encontrar un dato”.

Así como la genética ayuda a “leer” las cadenas de ADN que posteriormente darán lugar al reconocimiento de la identidad, Las Abuelas y la Genética coloca los cimientos, las bases para que futuras generaciones conozcan la lucha por restituir las identidades de los niños que la dictadura militar apropió durante el terrorismo de Estado, el esfuerzo colectivo de las Abuelas y las Madres, probablemente los actores políticos más importantes de la historia argentina reciente.

El libro será presentado este miércoles, a las 18, en la Secretaría de Derechos Humanos, en 25 de Mayo 552.