ESPECTáCULOS › EL CASO DE LOS QUE HACEN GUARDIA PERMANENTE EN LA PUERTA DE LOS CANALES
En busca de la salvación o un autógrafo
La desesperación de la gente adopta diversas formas en las adyacencias de América, Crónica TV o Canal 9. Algunos sueñan con ganarse una camioneta, otros buscan trabajo y hay quienes se conforman con el saludo de un famoso. En todos los casos, dan cuenta del estado de las cosas.
Por Julián Gorodischer
El colado se mete, frontal o traicionero, por donde menos se lo imaginan, con un desplazamiento de la mano boba o un pellizcón para desconcentrar, y se sale con la suya. El resto espera: son dos mil personas, y llegaron desde temprano a la puerta del Canal 9, atraídos por el último grito masoquista, la variante más cruel de la desesperación: “El jueguito de la camioneta”. El canal propone tocarla durante varios días; el último que resiste se la queda. El juego importado, a tono con la Argentina en bancarrota, convoca a multitudes que amenazan con “bancarse” una semana entera sin dormir, sin sentarse, con tal de ganarse el premio. La multitud acude a la puerta del canal con historias de vida de la Argentina devastada: tiempo vacío, desempleo, miseria, desesperanza. De los dos mil, en casting rapidito y al paso, quedarán veinte, y desde hoy se los verá a toda hora, en flashes y especiales, para “conocer sus historias de vida” (reza la leyenda promocional) sin despegar la mano porque si no pierden.
“Si la gano la vendo y le doy todo a mis hijos, que no tienen trabajo -cuenta Susana Swartzman, de 71–. No me parece difícil: es cuestión de concentrarse, y yo hice mucho control mental.” La abuela espera cinco horas al pie del casting; está convencida de que la tele mejora la calidad de vida. “¿Cómo comprarse un auto de otro modo? –se pregunta– ¿Cómo ayudar a los hijos si una no tiene trabajo?” La tele tira el anzuelo, pero cobra impuesto: que el vecino se exhiba, que cuente su historia cotidiana (está de moda), pero que a cambio regale la proeza, cada vez más cercana al papelón. “Me importa poco que me vean ridículo –asume Juan Manuel Irízar, abogado desocupado–. Yo necesito la guita, díganme de qué otra forma la consigo.” La cola avanza, sinuosa, da una vuelta por Dorrego, y fomenta la pelea. “¡Pero si yo estaba primero!”, grita Dora, harta de las cuatro horas parada (ya no la sostiene ni el bastón). “Pase señora”, la aplacan un par de resignados que cuentan los minutos para que la tortura se termine.
Los “loquitos” de América son parte del elenco estable del canal de Fitz Roy y Honduras: cumplen horario diario de seis a ocho horas en la puerta, guardias que pretenden “una firma en la libreta, una dedicatoria”, siempre y cuando sea de un famoso. Los “loquitos” no tienen nombre propio, pero sí una historia de vida: pareja de enamorados, que espera de la mano, en la calle. Tienen 25 años, y muestran a quien quiera ver la libreta-tesoro con firmas varias, desde Guillermo Andino hasta Jorge Rial. Es suficiente con haber aparecido una sola vez para que los “loquitos” corran a pedir la firma. La productora Patricia Maldonado, de “Intrusos”, trató de explicarles: “No soy famosa”, y sólo recibió la réplica implacable: “Te vimos. Firmá”. Un móvil la había enfocado, una vez, de fondo.
“No molestan a nadie”, dirá el guardia que los saluda y no los espanta, diferente al que repite, en la puerta de Crónica TV: “Circulando”. La puerta del canal de Héctor Ricardo García se vigila con otra lógica: “Que no haya problemas”. Fue demasiado con el intento de suicidio de la polémica (un hombre amenazó durante horas con matarse en el hall, y el canal explotó “la primicia”) como para desatar un efecto en cadena. Entonces, a los buscadores de empleo y de personas se los ahuyenta como a moscas, pero igualmente están: en el bar de al lado, en la esquina... Esperan a un movilero, o mandan recados con el caminante, o insisten al guardia para dejar “el papelito”. “Hace dos años que no sé nada de mi marido –dice Gladys Urquiza, sacudiendo la hoja con los datos que quiere que lean al aire–. Esta es su descripción: morocho, 40 años, robusto, equipo de gimnasia azul y remera blanca...”, dice la leyenda que, está segura, logrará difundir. “Es mi última esperanza”, explica.
Ecosistema de buscadores de empleo y de fortuna rápida, la puerta del canal recibe también a los “cazafamosos”. Palermo es su circuito: empiezan cada mañana en el kiosco de Arévalo y Honduras, locación de “Son Amores”,y siguen el derrotero por América y Canal 9. Con suerte se llevarán el saludo, la mano en alto, de Valeria (Florencia Bertotti) en una pausa de la grabación; con mucha suerte, un piropo del lanzado de “Rebelde Way” (Marquitos) que el otro día gritó “Hermosas” a Marcela y a Melissa, de 15 y 17. Las colegialas pasan tres horas por día en la puerta del 9 y parten, después, al kiosco, así todo el tiempo, respetuosas de la ley del famoso que les exige “no molestar”. “Nosotras no somos de pedir autógrafos –dice Melissa, mientras el patovica la barre de la puerta del 9 con un lapidario “Correte piba”–. Es de chusmas, nomás.” Conocen de memoria el carácter de cada famoso: saben que “con Millie no se jode” y que con los secundarios siempre hay “más onda”. Todavía recuerdan, sobre todo en días como hoy, cuando “no pasa naranja”, el piropo de Marquitos, la mano en alto de Valeria “que es una divina”.
“Y por ahí pasa algo, una nunca sabe” –piensa en voz alta Paola Papier (nombre artístico) con su book de fotos bajo el brazo, allí mismo en el kiosco elegido por Pol-ka. Ella está de puro fan, pero la carpetita nunca vendría mal si la viera un productor, si de pronto necesitaran una rubia como ella. Nunca tomaría la iniciativa: quedaría muy mal. Pero se preocupa por una primera fila en el montón, un puesto visible entre los “cazafamosos”: hay que ayudar al azar. Por ahora, y hace casi un año que se la ve en la calle Arévalo todas las mañanas, no pasó nada, pero Paola no desiste: “Igualmente es divertido –justifica–. Ves las escenas del programa antes de que salgan en la tele”.