EL PAíS › UN ALUVIóN DE VOTOS PUSO A LULA AL FRENTE DE UN GIGANTE DONDE 33 MILLONES NO COMEN
Un pobre es presidente de un país de pobres
Luiz Inácio Lula da Silva, el líder del Partido de los Trabajadores fundado hace 22 años, quedó consagrado como próximo presidente al vencer a José Serra tras haber obtenido más del 60 por ciento de los votos. Su primer gesto fue un desafío a los Estados Unidos. Sus primeras recomendaciones se dirigieron a los políticos del continente: “La lucha continúa”. Y hasta llegó a enlazar al PT con la liberación de
los esclavos.
Por Martín Granovsky
“Es la primera vez en 502 años que será presidente un verdadero hijo de Brasil”, dice el hombre a los gritos. Casi llora. Es brasileño, no argentino: llora de alegría. Detrás, en la avenida Paulista, los parlantes del palco anuncian que está por llegar Luiz Inacio Lula da Silva, el verdadero hijo de Brasil votado por 50 millones de personas. El mismo que acaba de decir, con su seseo y su voz gruesa: “El mercado debe saber que los brasileños tienen que comer tres veces por día”.
Pantalón sport normal, camisa a cuadros, un mechón sobre la frente. Laerte Bete tiene 45 años. Es comerciante.
–¿Los presidentes anteriores no eran hijos de Brasil? –provoca Página/12.
–No. Eran brasileños, que no es lo mismo. Brasil es un país de pobres, y por primera vez un pobre será presidente de Brasil.
Lula consiguió más de 50 millones de votos. Laerte sabe eso, pero ignora que mientras él habla Lula habla el mismo lenguaje para la televisión, para los periodistas y para los amigos de todo el mundo. A este último grupo, integrado en su mayoría por latinoamericanos, les dijo:
–Es muy importante esta victoria, pero no solo por la presidencia: también por la enseñanza que deja a los más pobres de todo el continente. Señala que los más humildes también pueden, si creen en ellos y se organizan.
Lula habló a los extranjeros en el Hotel Intercontinental. Testigos argentinos dijeron a este diario que había unos 200 invitados esperando desde el mediodía ese momento. Entre los argentinos, el intendente rosarino Hermes Binner, los diputados Alfredo Bravo y Oscar González y el director del Instituto de Estudios Brasileños Alberto Ferrari Etcheberry y el jurista Osvaldo Acosta. El mensaje de Lula pareció construido para el centroizquierda argentino, que a veces plantea la política en términos de la gloria o Devoto, y todo ya mismo:
–Nos preparamos años para esta victoria –dijo Lula–. Vencimos muchas barreras. Cuando perdí la primera elección, me preguntaron si habría segunda. Cuando perdí la segunda, si habría tercera. Cuando perdí la tercera, si habría cuarta. Y aquí estamos. Llegamos. Espero que esto sirva de aliento para todos los que hacen política en América latina. Se lo dije al compañero (Leonel) Jospin cuando me dijo que desistiría: “La lucha continúa”.
El palco de la avenida Paulista, una Nueve de Julio mucho más angosta, está en la zona bancaria de San Pablo. Los carteles son los mismos que en la Argentina. Los mismos bancos españoles o de Hong Kong. El color no. Es rojo en los pañuelos que rematan cada cabeza. O es blanco en los miles de banderas de plástico que muestran a ese mismo tipo, el verdadero hijo de Brasil, sonriente encima de un slogan: “Agora é Lula”. Ahora es Lula. En la avenida ya circulan los chistes. Dicen que el lema cambiará para éste: “Lula, ¿e agora?”.
¿Cuántos cientos de miles caben en la Paulista? ¿Cuántos millones festejan ya la victoria que las bocas de urna de la Red Globo e Ibope colocaron a las cinco de la tarde en 63 por ciento contra un 37 por ciento de José Serra? ¿Cuántos millones bailarán en Pernambuco, el Estado de donde Lula huyó del hambre y la sequía, en la playa de Copacabana, en Porto Alegre?
Un vendedor de choclos está preocupado.
–Lula ganó, ya sé. Pero, ¿Genoino?
No, Genoino, el candidato a gobernador de San Pablo, perdió.
Otra sintonía fina. El choclero no sabe que Lula, igual que en la primera vuelta, le dedica un discurso cariñoso a Genoino. –No perdiste, dejaste de ganar. Así uno aprende. Igual, Genoino, te digo que si todos los brasileños tuvieran tu voluntad y tu humor este país sería rápidamente extraordinario.
Laerte, el profeta de la calle, anuncia:
–Ahora cambia la historia –anuncia Laerte–. Somos los líderes de este cambio. Llegaron los descamisados a Brasil.
El discurso de Lula es el de los descamisados. Le preguntan por televisión de quién se acuerda. Nombra a su madre, que pudo criar ocho hijos. Pero no es el tango de la vieja sino un mensaje:
–Sus ocho hijos conquistaron la ciudadanía.
Ganar la ciudadanía es ser considerados parte de la sociedad. Es tener existencia.
Aparece Benedita da Silva, gobernadora del Estado de Río de Janeiro durante nueve meses por renuncia de Anthony Garotinho. Una matrona de ébano.
–Que Benedita haya sido gobernadora de Río, que una negra haya sido gobernadora, es el hecho más importante después de la libertad de los esclavos –dice Lula.
En la Paulista, un señor de pañuelo brasileño y remera brasileña sostiene un cartel verdeamarillo, los colores brasileños. No hay sol pero tiene anteojos oscuros. Parece un rapero. El cartel dice: “Jesús ilumine a Lula”. Muchos evangélicos, que en la primera vuelta votaron por el evangélico Garotinho, se inclinaron por Lula.
–¿Qué cambiará con Lula?
–Viene la dignidad –dice este Bob Marley petiso.
–¿Usted de qué iglesia evangélica es?
–De ninguna, señor. Esta es una producción individual.
De lejos viene caminando un personaje extrañisimo, crenchas, una especie de vestido con tajos y una leyenda en la camiseta. Traducida: “Suerte para vos, democracia querida, muchas felicidades, muchos años de vida”.
Una pareja se besa. Está autorizado molestar. Y si no, no importa.
–¿La vida personal de ustedes cambiará con Lula?
Se miran. Ella es una mulata hermosa. Él la observa embelesado. No tienen pinta de sufrir en la vida. Lo asumen:
–Eso no importa. No festejamos un cambio personal de vida sino la chance de un cambio colectivo.
Palabras que suenan a casettes. ¿Los habrá puesto el PT aquí?
–¿Desde cuándo son militantes del PT los dos?
–Nunca fuimos ni afiliados. Sólo los votamos –dicen Ronaldo, 42, profesor de Física, y Marcela, de 30, investigadora en cirugía dental. Y siguen besándose sin interrupciones periodísticas.
Vestida de blanco, porque sin arreglar entre sí los militantes del PT están de blanco o de rojo, los colores de la bandera del partido, María Alice sí pertenece a la estructura. Está en la fundación Perceu Abramo, encargada de reconstruir y guardar la memoria del Partido de los Trabajadores.
–Son 22 años –dice.
La cifra parece mágica. Todos hablan de los 22 años.
–Son 22 años trabajando, construyendo y esperando este momento –dice María Alice, y tampoco es tanguera pero deja brillar los ojos.
Durante toda la tarde el festejo es contenido, o todo lo contenido que puede ser en un país donde lo único bamboleanchi, dirían Les Luthiers, no son las caderas sino el estado de ánimo. Todo luce suave, alegre, sin vinagre, sin aspereza, sin bronca contenida. Musical. Lo único contenido, durante varias horas, es la fiesta. Todos parecen guardarse el estallido para después de que aparezca Lula. Y Lula espera que avance el escrutinio.
Es un liderazgo extraño para América latina, donde los dirigentes suelen ser caudillescos o personalistas, y cuando no son pesonalistas sondogmáticos o burócratas, o son simpáticos pero chantas, o si no son chantas son graves y sosos, y si son serios terminan como arrogantes, o ricos populistas, o nuevos ricos, y si son muy populares tienen una irrefrenable tendencia a sentirse mesías.
Lula nació en Guaranhuns hace exactamente 57 años y hace sindicalismo y política desde que llegó a San Pablo desde la aridez pernambucana.
Ayer un documental encontró una vuelta sorprendente a su vida. Presentó al carcelero que lo vigiló cuando los militares apresaron a Lula después de la gran huelga de 170 mil metalúrgicos que paralizó a San Pablo en 1980, en plena dictadura. El carcelero dice que tuvo que hospedarlo unos días, pero que lo trató bien, y que incluso lo dejó ir a ver a su madre en coma, y después al funeral.
“Hermano, te debo esta”, dice el carcelero que le dijo Lula.
“No me debés nada, porque yo hubiera hecho lo mismo”, cuenta el carcelero que le dijo él a Lula.
En la película un Lula joven, de barba, más flaco. Mirando la película un Lula más viejo, de barba, más gordo. Presidente electo. De preso a presidente en 22 años. Una vida política entera en la que además negoció con los empresarios más poderosos de América latina, soportó la muerte de su primera mujer, fue diputado, fundó el que es hoy el partido de izquierda más grande del mundo donde hay elecciones democráticas y abiertas, peleó contra la dictadura, soportó que los empresarios de San Pablo dijeran en 1989 que si él ganaba 800 mil propietarios se irían del país, gana ahora con un gran empresario como compañero de fórmula, es amigo de Fidel Castro pero no se jacta de una retórica de izquierda tradicional, y es un obsesivo de la construcción política.
José Dirceu, el presidente del partido, que será ministro de Justicia (equivalente al Ministerio de Interior argentino) o jefe de la Casa Civil (secretaría general de la presidencia), el gran negociador político del PT, es un ex guerrillero que, como otros, vivió clandestino a principios de los ‘70. El estereotipo repite que Dirceu es el que le hace el coco a Lula.
“Es al revés”, replica Dirceu. “Lula es el que le hizo el coco a toda mi generación. Nosotros dejamos la lucha armada e hicimos una autocrítica, pero la mayor autocrítica concreta es la construcción del Partido de los Trabajadores con Lula.”
Cuando el PT tiene que explicar por qué es un partido distinto, original, rico y variado, apela a una historia. En una de las primeras reuniones, Mario Pedrosa, un gran intelectual de origen trotskista pidió a todos los fundadores que venían de distintas ramas de izquierda:
–Por favor, que todos dejen las biblias afuera.
Los militantes recuerdan esa frase cuando, de a ratos, se escapan de la alegría y conceden algún minuto a las preocupaciones. Tácticamente todo bien: la alianza con Alencar, el acercamiento a la Bolsa de Valores de San Pablo, la articulación práctica con los caudillos regionales para ganar en la segunda vuelta. Pero, ¿hay estrategia? O mejor: esta táctica, ¿se articula con una estrategia para cambiar en serio a Brasil? “Olé, olé, olá, Lulá, Lulá”, es el canto que va y viene, va y viene en todo San Pablo, y tal vez en todo Brasil.
Lula actúa de presidente desde el primer momento. En el encuentro con las delegaciones extranjeras su acto inicial es recibir una carta del jefe del gobierno alemán Gerhard Schroeder y otra del presidente francés Jacques Chirac. Alemania y Francia son el eje de la Unión Europea. Las cartas son cariñosas. Hablan de la integración entre la Unión Europea y el Mercosur. Los europeos llegaron antes que los Estados Unidos, y Lula los recibió primero sin complejos. Es un desafío: no hay retórica antinorteamericana pero está claro que una fuerte relación con Europa ayudará a Brasil en su proyecto de encabezar las negociaciones sobre elArea de Libre Comercio de las Américas en condiciones de mayor dureza que ahora.
Un mexicano que trata de hacerse un lugar en la Paulista dice:
–Esto es impresionante. Hasta ahora estábamos siempre en una escalera angosta. Todo lo que podíamos era tratar de no bajar algún escalón más mientras intentábamos no caernos por el desfiladero. Después del triunfo de Lula el tablero es más abierto.
Más abierto quizás signifique que un país de 175 millones de habitantes, que exporta desde soja a aviones y representa en tamaño la décima economía del mundo será gobernado por un presidente de izquierda con el proyecto de dar ciudadanía a millones de personas. Es, además, el mayor triunfo electoral de un candidato que viene combatiendo las políticas neoliberales y proponiendo la reindustrialización con más justicia social.
Lula es cariñoso con su vicepresidente electo, el poderoso empresario José Alencar. Necesitará a los empresarios para su proyecto nacional, y Alencar, 300 millones de dólares de facturación anual, es el símbolo.
–No vas a ser solo mi vicepresidente, vamos a ser compañeros en las buenas y en las malas. Y vos sabés lo que significa para mí la palabra compañero –dice Lula.
No hay un discurso para cada uno. Hay distintos fragmentos de un mismo plan que se basa en una percepción fina de la relación de fuerzas y las dificultades económicas pero viene de lejos.
–Este triunfo –dice Lula a los extranjeros, que lo ovacionan de pie-es el resultado de una lucha que comenzó mucho antes del PT. Una lucha que mucha gente encaró en este continente. Por eso es que ustedes se dan cuenta de qué importante son, para nuestra querida América latina, estas elecciones de Brasil.
Después, con Lula en la Paulista, comenzó el carnaval. Ya era hora: ahí estaba el Brasil de los 502 años.