ESPECTáCULOS › “LA FE DEL VOLCAN”, DE ANA POLIAK

La tortura de los recuerdos

Apoyándose en dos personajes bien diferentes, el film argentino gana altura con una rara gramática visual y una trabajada banda de sonido. “K-19”, de Kathryn Bigelow, no consigue llegar nunca a la superficie, un problema similar al que sufre “Tres pájaros”.

 Por Horacio Bernades

“Estoy en un piso muy alto, rodeada y llena de vacío. Tengo que saltar, lo sé. Pero, ¿hacia afuera o hacia adentro?” Intercalado tras la primera imagen de La fe del volcán, el cartel establece un diálogo directo con ésta, en tanto es la propia realizadora del film quien aparece allí, delante de una ventana que mira hacia abajo. Pero el diálogo es oblicuo, alusivo, nunca directo. Lo que es seguro es que el cartel alude a una circunstancia extrema, a un roce con la muerte (o con la idea de la muerte) que reaparecerá más tarde, de distintas formas, a lo largo del metraje de la segunda película de Ana Poliak después de la recordada Que vivan los crotos, estrenada hace más de diez años. En cuanto a si ese salto es hacia afuera o hacia adentro, la coexistencia, a lo largo de La fe del volcán, de un plano personal-autobiográfico con otro de ficción, autoriza a ver la película entera como la materialización de esa doble opción, siempre al borde del vacío.
De naturaleza escindida, el corte que separa en dos La fe del volcán parecería evocar el de un país pre y post-dictadura militar, en el que tal vez no haya nada más vivo que el recuerdo de los muertos. “¿Cómo se puede caminar entre cadáveres sin estallar en alaridos?”, se pregunta la realizadora en off, mientras las imágenes muestran el denso ajetreo callejero. Como buena parte de lo que se ve, se oye o se dice en La fe del volcán, esa reflexión podría parecer aislada, desconectada del resto, y sin embargo está estrechamente vinculada. Pero no es la línea recta sino el eco, la resonancia, la reverberancia, lo que pone en relación una cosa con otra en la película de Poliak, producida con aportes de la fundación holandesa Hubert Bals y ganadora de una mención del jurado de la crítica, en la edición 2001 del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.
De carácter casi brutalmente confesional, la primera parte de La fe del volcán (título relacionado con un estado de ebullición interna al que una línea de diálogo alude) presenta a la propia realizadora en medio de una encrucijada vital, sugerido por asociaciones y alusiones. Poliak visita la casa donde nació –ahora vacía y en refacción–, mantiene con su madre un diálogo en el que ésta recuerda cierto intento de suicidio ocurrido en la adolescencia y evoca finalmente a una profesora del secundario, secuestrada y torturada durante el Proceso. En ese punto, la película se parte en dos. A partir de entonces, La fe del volcán se concentrará sobre dos personajes: Mónica, una chica humilde que trabaja como aprendiz de peluquera, y Danilo, un afilador varias décadas mayor que ella, al que conoce casualmente y con quien traba una relación caracterizada por la misma ambigüedad que signa la película toda.
Poco se sabe de ambos. En el caso de Mónica, por demasiado callada. En el de Danilo, porque habla demasiado, fabula, inventa. Sin embargo, podría ser cierto que es hijo de un torturador (de ser así, ése sería el punto en el que ambas partes de la película se atan) así como se lo ve torturado por sus recuerdos, tal vez por un pasado de soplón. Antes que afirmar, Poliak prefiere sembrar datos y dejar que el espectador los asocie. La fedel volcán es una película abierta, casi en estado de construcción y marcada por violentos contrastes. Poliak confronta un relato en primera persona con otro en tercera, recorta a sus personajes sobre una Buenos Aires estrictamente documental, opone una no-actriz como la niña Mónica Donay con un actor de composición (Jorge Prado) e intercala sueños y subjetividades en medio de un registro aparentemente “objetivo”.
Antes que explicarse unas a otras, las imágenes de La fe del volcán se chocan entre sí. Otro tanto ocurre entre lo que se ve y lo que se oye: pocas películas recientes tienen una banda de sonido trabajada de modo tan independiente como ésta, llena de sonidos subjetivos, soliloquios y disyunciones. Llevando al límite una gramática visual que no le debe nada a lo que las convenciones, fijan como “narración cinematográfica”, y el resultado es una de esas películas que parecen resistir todo facilismo, invitando al espectador a dejarse arrastrar por un encadenamiento de ritmos, tiempos cinematográficos y brotes de sentido. Más que cerrarse sobre sí mismo, ese laberinto de sentidos siempre tiende a abrirse, como en un rompecabezas que tal vez sea el de un país entero.



Argentina, 2000/2001.
Dirección: Ana Poliak.
Guión: A. Poliak y Willy Behnisch.
Fotografía: W. Behnisch.
Efectos musicales: Carmelo Saitta.
Intérpretes: Mónica Donay, Jorge Prado y Ana Poliak.
Estreno de ayer en los cines Village Recoleta, Cjo. Tita Merello y Showcase Haedo.

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Jorge Prado y Mónica Dinay, raros personajes del film de Poliak.
 
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