ESPECTáCULOS › “TRES PAJAROS”, DE CARLOS M. JAUREGUIALZO

Perdido entre rutas y minas

 Por Horacio Bernades

Típico exponente de cine colonizado, carente de espíritu y personalidad y sin saber nunca adónde va, Tres pájaros, ópera prima de Carlos María Jaureguialzo, intenta copiar un subgénero cuyas versiones originales son ya desechos. Se trata de esa combinación de thriller con comedia negra y película de caminos cuyo exponente más excelso sería Camino sin retorno, de Oliver Stone. En los ‘90, el peor cine independiente estadounidense las produjo a carradas. Aquí fueron a parar al cable o el video, y sus títulos y características se pierden en un agujero negro de la memoria cinéfila.
En sus versiones originales, esas películas lanzan uno o más bichos urbanos a una ruta polvorienta, ubicada en el desierto de Arizona o cerca de la frontera con México (Del crepúsculo al amanecer vampiriza este subgénero) y allí los hacen recorrer un camino de perdición entre mujeres seductoras, matones y narcos. Aquí el bicho es Gustavo, yuppie muy pagado de sí mismo (Daniel Kuzniecka), a quien el supercapo de un consorcio económico (Duilio Marzio, trabándose cada dos palabras) le encarga que viaje a Jujuy para cerrar una mina que está dando pérdida. Para “untar” a más de un dirigente, Gustavo se lleva cien mil dólares en un ataché. Nada de tarjeta Banelco, ni giro postal ni ningún otro sistema de seguridad: los billetes en la mano, por lo cual ya en el aeropuerto tres pibes de la calle están a punto de manotearle la valija y dejarlo en la vía. En contra de las costumbres de su especie, estos hombres de negocios no tienen ni la precaución más elemental. Es sólo una de las tantas chambonadas del film.
Apenas aterrizado en Jujuy, el bravucón de Gustavo se encontrará con que nadie fue a buscarlo, alquilará un auto pero no conseguirá nafta, los lugareños le indicarán mal los caminos para llegar a la mina y quedará varado en unos andurriales cerca de la frontera boliviana, sin combustible, teléfono ni nada. Como la gente del lugar no desborda amabilidad ni velocidad mental, está claro que la visión que los guionistas tienen de la gente del interior no es precisamente un dechado de buena onda. El purgatorio que le está destinado al yuppicito se completará con una rubia de amplio escote (Isabel Achával, la chica que hacía de francesa en “Fort Boyard”), el traficante con el que está liada (Manuel Vicente, de “Verdad Consecuencia” y hoy “Son amores”) y un matón más. Habrá polvo, polvos, tiros, merca y un pilón de incoherencias, inconsistencias y tiempos muertos. Al final, a la película le agarra un ataque de moraleja, y entonces hunde al yuppie y le da una posibilidad de redención, se supone que representada por el amor que, de buenas a primeras, la ex puta y el ex yuppie sienten de repente. En la banda de sonido se escucha un tema que estaría cantado por Diego Torres si la producción hubiera tenido plata para pagarle a él, y no a la voz que lo imita descarada y mediocremente.



Argentina, 2002.
Dirección: Carlos M. Jaureguialzo.
Guión: C. M. Jaureguialzo, M. Silva y Nasute y G. Varela.
Fotografía: Salvador Melita.
Intérpretes: Daniel Kuzniecka, Isabel Achával y otros.
Estreno de ayer en los cines Village Recoleta y Cjo. Tita Merello.

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