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De eso no se habla
Por Luis Bruschtein
Hace 50 años se podría haber dicho que la sexualidad es algo que practica todo el mundo pero de lo que nadie habla. Decir eso ahora parece anacrónico. Todo el mundo habla, en serio o en broma, del punto G, del clítoris y el Kama Sutra. Es más, podría decirse, incluso, que antes se practicaba más de lo que se hablaba. En estos días el sexo forma parte del diálogo normal de una familia, de una pareja o entre amigos, pero la Iglesia argentina pareciera empeñarse en quedar por fuera de ese diálogo lo cual contradice la función que busca en la sociedad.
No se puede negar también que hubo cambios sutiles en la Iglesia, pero lo cierto es que la sociedad cambió mucho más rápido, algo que suele suceder. Lo que pasa sucede más rápido que lo que se piensa. No es lo mismo practicar el sexo que pensarlo. Cuando uno piensa no hay embarazos, ni violaciones, ni abortos, ni enfermedades, ni miles de muertes de mujeres en abortos clandestinos.
La sociedad, donde la sexualidad cumple una función importante, necesita dar respuestas reales a problemas concretos. Lo mejor de todo es pensar las cosas antes de hacerlas. Por eso es bueno que la gente hable sobre la sexualidad y que los legisladores se preocupen por ella. El sexo no es más esa especie de tabú misterioso. Por las buenas o por las malas, nadie cree en eso. Si los padres no hablan con sus hijos, los médicos no lo explican en los hospitales o los maestros en los colegios, los chicos se enteran por la pornografía, por sus amigos, por la televisión, el cine o cualquier otro canal.
Cuando la Iglesia habla de la sexualidad como misterio, como tabú o como algo religioso lleno de prohibiciones, admoniciones y cosas tenebrosas, no entiende el mundo que la rodea y el mundo nunca la entenderá a ella. Todo el mundo sabe que la mayoría de los problemas sexuales proviene de pensar la sexualidad de esa manera tan poco transparente y represora.
La Ley de Salud Sexual y Procreación Responsable no es ninguna revolución satánica ni ataca la moral de nadie y hasta es demasiado concesiva con estas actitudes anacrónicas de la Iglesia. Más bien podría decirse que tardó demasiado en llegar. Porque lo único que hace es poner en la letra prácticas que ya son habituales en la inmensa mayoría de los ciudadanos católicos y no católicos que asumen con responsabilidad su sexualidad. Si un cura les habla así a esos católicos, lo más seguro es que pierda autoridad moral en ese territorio. Y con la Iglesia pasa lo mismo a nivel de la sociedad cada vez que interviene en este tema.