ESPECTáCULOS
Cuatro historias reales de la Argentina profunda
Los directores Juan Mascaró, Luciano Zito y Lucía Roux cuentan cómo hicieron, durante el 2001, el documental “4 puntos cardinales”.
Por Mariano Blejman
La imagen recurrente de un país rico que no puede enriquecer a sus propios ciudadanos, de una ciudad brillante opacada por la impotencia de dejar de serlo, o de la ausencia de alimento en una tierra donde abunda el trigo y la carne, se convierten en escenas cotidianas que quedan plasmadas en 4 puntos cardinales, el documental de Luciano Zito, Lucía Roux y Juan Mascaró, que puede verse los viernes de mayo a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). El documental llega tarde, es cierto. Pero en el aluvión de videos realizados sobre la crisis, los menos son los que fueron rodados antes de que se produjeran los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre de 2001. Este es uno de ellos: 4 puntos cardinales, realizado meses antes de la caída de Fernando de la Rúa. En él puede verse el germen de aquellas historias que ya implosionaban antes del derrumbe, cuando el país había perdido el norte. “Las historias de un desempleado, un jubilado, un inmigrante peruano y una profesional que vive del trueque son ejemplos de cómo los argentinos intentan, en un país gobernado por la corrupción, seguir viviendo como pueden”, dicen los documentalistas.
“¡Es un país que tiene todo!”, dirá Humberto, de 52 años, uno de los cuatro protagonistas. También está Julián, peruano, inmigrante que dejó su país después de la era Fujimori y comenzó a tocar la guitarra en los trenes. Julián espera irse “a otro lugar: Estados Unidos o Europa es lo máximo a lo que puedo llegar”. Susana, la tercera, había encontrado, allá a mediados de 2001, un lugar en el mundo del trueque, lugar que hoy parece debilitado por la corrupción que también llegó hasta allí. El cuarto “punto cardinal” es el del jubilado Agustín, de 74 años, que cobra $ 195 pesos por mes, después de una vida de trabajo. Agustín es uno de los que marcha los miércoles junto a sus compañeros. “Algunos se van enfermando, otros se van muriendo”, cuenta.
“A partir de lo particular, intentamos darle una mirada totalizadora y universal a la situación. Sin olvidarnos de que estas cuatro personas son solamente cuatro referentes de nuestra realidad del tercer mundo”, opinan los realizadores. Pero son cuatro puntos cardinales, cabe decir, que van hacia ninguna parte. Sólo transcurren con la desidia de permanecer sin esperanzas. Humberto es un cartonero temprano que salía “cuando había poca competencia” y tiene que juntar 100 kilos de papel para que le den cuatro pesos, además de luchar con la policía. Es sanjuanino y recuerda que “allá en San Juan hay montañas donde se puede sacar minerales”. Pero Humberto optó por venir a vivir a un barrio carenciado del grandísimo Buenos Aires. Julián, el peruano, está en una especie de limbo: “Acá había muchísimo más trabajo antes”, dirá el guitarrista que ya no es de ninguna parte. “Cuando vuelvo a Perú, a los 15 días ya me quiero volver para acá.” Y sueña con “irse al norte un tiempo y después volver al Perú”.
Las historias de Susana, diseñadora de ropa y desempleada, junto al jubilado Agustín, son tal vez menos consistentes, pero amplían el panorama de lo que vendría poquito después. Susana habla sobre su hija: “Se puso en su mesa, con unos discos que le dio el padre, unos muñecos usados y atendió, vendió, y con lo que sacó después compró azúcar”. Juguetes por azucar, es la ecuación del trueque. Agustín es el más radical (en el sentido originario de la palabra) y pide que “todos los chorros del gobierno” queden presos. Cuatro historias que adquirirán relevancia con el paso del tiempo, si es que un día la Argentina se acuerda del olvido.