ESPECTáCULOS › UNA RARA MUESTRA EN LA GALERIA RUTH BENZACAR
Los vicios de un falsificador
El artista Martín Sastre propone en su muestra “Planet Sastre” un recorrido por la historia del espectáculo, mezclando parodia y homenaje.
Por Julián Gorodischer
Martín Sastre es un gran falsificador: diseña sus apócrifos, sus copias, sus parodias, con la precisión de un mago. Nunca improvisa: para convertirse en el primer latinoamericano con un “E! True Hollywood Story” propio estudió la dicción y los tempos de la locutora y los aplicó a su propia vida de prodigio uruguayo, pornostar y famoso con fan propio. El dice que todo es cierto, aunque también sostendría esa verdad en referencia al protagónico excluyente que adquiere en toda su obra: desde un video en el que corre con un hisopo gigante a masturbar a Britney Spears hasta los afiches de promoción de decenas de remakes, ahora encabezadas por él mismo. Con “Planet Sastre”, la muestra que puede visitarse hasta el 31 de mayo en la galería Ruth Benzacar, el artista propone ese registro incierto entre la parodia y el homenaje, ese tono ramplón-sensible con el que recorre los mitos de una industria del espectáculo. Para el itinerario habrá que saber que, en este mundo paralelo, Hollywood se extinguió tapado por el discurso de la hiperrealidad (o ultrarrealidad): un bombardeo noticioso que acabó con la ficción en todos sus géneros y formatos.
Para revertir ese mundo de terror y caos, Sastre se autopromueve, desde el subsuelo de la galería, como protagonista de nuevas “Poltergeist” y “Dirty Dancing”, acompañado por Sor Kitty y en versión Videoarte. Y allí se ven a lo largo del muro los afiches promocionales: Martín como el Duro de matar o como el cabezón de El último emperador. El falsificador respeta siempre las mismas reglas: toma el original y se incluye allí adentro, en la promo de “E!...” o en la película, convertido en una estrella repentina que, por fin, reemplaza al sistema caído con un solo omnipresente y totalitario. Pregunta un criticón, en un costado: “¿Por qué no se presentó en un casting si quiere ser famoso?”. Es día de inauguración, y este visitante está indignado con la autorreferencia constante de “Planet Sastre”: Martín y su dibujo infantil que prefiguraba una vocación, Martín y la nota que le hicieron en Página/12 hace dos años, Martín y sus fotos con Juan Cruz Bordeu y Valeria Mazza. En ese frágil límite entre el deseo de fama y la crítica al “sistema de estrellas”, en esa zona de frontera entre la adhesión y la distancia irónica, se encuentra Martín Sastre. En “Masturbated Virgin”, las formas corresponden al film en serie: la voz del locutor en el anuncio, el clímax musical para presentar al héroe, la hazaña y la declaración grandilocuente pero aplicadas a una anécdota poco frecuente en salas. Martín corre con el hisopo a masturbar a Britney Spears. El mismo, estrella y autor, crítico y fan, retoma sus propios recuerdos, objetos, productos culturales fetichizados (Sor Kitty, Britney, Jackie Kennedy...) para revisar el fanatismo y, lejos de clavar la daga, ¡darse el gusto! Podría, en el fondo, leerse toda la producción de Sastre como una cuenta pendiente con su pasado como fan: ahora, en la galería, él asciende de categoría y hasta hay, entre el público, un fan apócrifo que llegó de Montevideo para perseguirlo. “¿Viste a mi fan?”, pregunta Martín en un pasillo.
Sastre se anticipó a un tiempo que ya no lee su extinción de Hollywood como ciencia ficción sino como alegoría. Dice Eva Grinstein, curadora de la muestra, que “el show de la realidad se adueña de nuestra necesidad de evasión. La célebre factoría de los sueños y sus obreros glamorosos afincados en Beverly Hills sucumben frente al avance de la non fiction”. Se refiere, claro, a la fantasía Sastre, pero por qué no pensarlo como un comentario de esta era, como una reseña exacta de la vida en directo para construir el reality show o la cobertura de una guerra de 24 horas en continuado.
Cuando festejó el cumpleaños de Natalia Oreiro en el Centro Cultural Recoleta (una de sus primeras hazañas junto con su grupo “Movimiento Sexy”) o cuando se saca una polaroid, en estos días, con Mirtha Legrand (¡pero también coloca un Viagra en el champán!), Sastre elige el tono que desconcierta, entre el teleterrorismo y el tributo, esa zona que disuelve los discursos premasticados y reformula las reglas del juego para hacerse estrella en un minuto y ver cómo caen, en paralelo, “los clásicos” del espectáculo. Claro que este es Planet Sastre, y cualquier semejanza con la realidad es apenas una coincidencia.