ESPECTáCULOS › PAGINA/12 OFRECE A SUS LECTORES UNA COLECCION FUNDAMENTAL DE TRES DISCOS DE ENRIQUE VILLEGAS
Un mono entre la música, el cine y el amor de las mujeres
Los discos que comienzan a aparecer mañana tienen un alto valor arqueológico, rescatando grabaciones inéditas. Una gran oportunidad para asomarse al jugoso universo de Villegas, un pianista excepcional, a veces más conocido como “personaje” que como músico.
Por Claudio Kleiman
Personaje entrañable de una Buenos Aires que ya no vuelve, Enrique “Mono” Villegas es una de las figuras legendarias de la música argentina, de cualquier género. Claro que en su caso el género es el jazz, del cual se convirtió en uno de los exponentes más completos. Pero si bien su trayectoria se extiende a lo largo de seis décadas, Villegas –y las variadas expresiones de su personalidad múltiple y cautivante– está indisolublemente ligado al Buenos Aires de los años ‘60 y la primera mitad de los ‘70, esa ciudad pujante y cosmopolita con un movimiento cultural vasto y en constante ebullición, que irradiaba su luz a los demás países de Latinoamérica.
Una Buenos Aires que –arrasada por la acción de sucesivos gobiernos que para la aplicación de sus planes económicos y políticos necesitaban como condición indispensable la destrucción de la ciencia, la educación, la cultura– ya no existe. Esa ciudad que contenía los “happenings” y las expresiones de vanguardia surgidas en el Instituto Di Tella y el Centro de Artes y Ciencias, los ciclos de cine que desde el Lorraine, el Cine Arte o el Teatro San Martín exponían retrospectivas completas de Bergman, Fellini, Pasolini, Losey, los bares de Corrientes que albergaban discusiones políticas, filosóficas y culturales hasta la madrugada, las librerías de viejo que permanecían abiertas toda la noche.
En lo musical, convivían el tango “nuevo” de Salgán, Piazzolla, Rovira, Cedrón, el incipiente movimiento de rock nacional encabezado por Los Gatos, Almendra y Manal, los aires renovadores que traían al folklore el Grupo Vocal Argentino y el Cuarteto Zupay, la crítica social que ejercían artistas de café concert como Nacha Guevara, Jorge Schusseim, el dúo Gasalla-Perciavalle, la lista es larga y podría seguir.
Desde el jazz, que se escuchaba principalmente en los boliches Jamaica y 676, músicos como Jorge Anders, Horacio Malvicino, Alberto Favero, Rodolfo Alchourrón, Jorge Navarro, Santiago Giacobbe, Alfredo Remus y muchos otros contribuían lo suyo a esta “melánge” cultural, estimulados por las visitas a la Argentina de gente como Joao Gilberto, Stan Getz, Duke Ellington y Cannonball Adderley.
Y claro, una personalidad única como la de Villegas se movía sus anchas en esa ciudad, disfrutando de su modesta notoriedad. Que no fue mayor quizás por su decisión de mantenerse inquebrantablemente fiel a los dictados de su musa, sin condescender jamás a propuestas que lo hubieran tornado “comercializable”. Pero el Mono, duende noctámbulo y bohemio, no necesitaba mucho. Sólo tener siempre un piano al alcance de sus manos. Es famosa su frase diciendo que para vivir le alcanzaba con tener 30 amigos, que lo invitaran a comer a sus casas una vez por mes. Claro que sus amistades excedían largamente esa cifra, y todos lo recuerdan con ternura y una inevitable sonrisa al rememorar sus ocurrencias. Pero la frase es una buena muestra del humor de Villegas, teñido de ironía pero a la vez de una mirada profundamente compasiva sobre la condición humana.
El Piano de Buenos Aires
Hombre de una cultura rica y variada que abrevaba tanto en los libros como en la calle, Villegas cultivó amistades como Jorge luis Borges, Macedonio Fernández, Xul Solar, Astor Piazzolla (quien le dedicó el tema “Villeguita”), y fue un seguidor de las enseñanzas de Krishnamurti, a quien también conoció personalmente. Nació el 3 de agosto de 1913 en Charcas y Agüero, en el seno de una familia aristocrática, pero su madre murió al poco tiempo y su padre lo dejó al cuidado de unas tías, que según él mismo “nunca me obligaron a nada que yo no quisiera. Por ello fui un pibe feliz que decidía por su cuenta lo que iba a realizar ese día de su vida”. Desde pequeño se sintió atraído por la música, que lo condujo de manera inevitable al piano que había en su casa. Fue un encuentro para toda la vida. “A los siete años agarré el piano y no lo largué”, contaba. “Será el destino de uno, como dice Peralta Ramos: ‘Serás lo que te toque ser, y dejate de joder’.”
El niño Villegas fue anotado en el Conservatorio al mismo tiempo que en el colegio primario, pero aprendió a descifrar una partitura antes que a leer. Su descubrimiento del jazz llegó poco después, a los nueve años, “y me fascinó porque yo tenía facilidad. Tenía mucha imaginación, que en el jazz es una materia prima imprescindible. Empecé a dejar los dedos sobre el teclado y el teclado me daba ideas. Es decir, que el piano me hizo a mí”.
Enrique tocaba el piano nueve horas diarias, y la persona que le brindó su primera instrucción musical fue el compositor Alberto Williams, que le permitió ejecutar todos los géneros. Esta formación inicial sería importante para su futuro, ya que sus años tempranos como músico lo encuentran incursionando en la música clásica, folklórica y en el tango, y aun cuando luego abrazara el jazz estas raíces nunca dejarían de hacerse presentes (es conocida su interpretación del tango “Caminito” a la manera de un blues).
Cuando tenía sólo 19 años, interpretó el Concierto para Piano y Orquesta de Ravel en el Teatro Odeón, y un par de años más tarde estrenó la versión original de Rhapsody In Blue, de George Gershwin. Por esa misma época descubrió a quien él reconoce como sus “maestros espirituales”: Art Tatum, Fats Waller, Duke Ellington y Louis Armstrong. Aunque luego incorporaría otras influencias (Thelonious Monk y Bill Evans, entre ellas), tanto su estilo como su repertorio quedarían marcados para siempre por la impronta de estos cuatro grandes.
Ya en 1941, dirigió la première de una obra de su autoría, Jazzeta, con el pianista Carlos García como solista y una selección de los mejores músicos de jazz del momento. Sus primeras agrupaciones de importancia fueron el Santa Anita Sextet y Los Punteros (en los años 1943 y 1944, respectivamente). En 1949 hizo su primera incursión en la música criolla como pianista del dúo Martínez–Ledesma, reemplazando nada menos que a Horacio Salgán, y luego grabó para el sello Music Hall, con los Hermanos Abalos, un repertorio netamente folklórico. A la vez, fue socio fundador del Bop Club Argentino, que nucleaba en sus reuniones quincenales los solistas más sobresalientes del jazz argentino, e impulsaba las tendencias modernistas frente a los tradicionalistas agrupados en torno del Hot Club de Buenos Aires. En 1952 grabó un disco “doble” (con 4 temas) para el sello Music Hall, el primero bajo su propio nombre, titulado Enrique Villegas + ritmo.
Very Villegas
A mediados de los ‘50, su reputación era tal, que Villegas se convirtió en uno de los primeros músicos de jazz argentinos de exportación, mucho antes que gente como Lalo Schiffrin o Leandro “Gato” Barbieri decidieran tomar ese camino. En ese momento fue contratado por la discográfica Columbia, y viajó a Nueva York con un contrato por cinco álbumes. El Mono llegaría a realizar sólo dos: Introducing Villegas (1955) y Very, Very Villegas (1956), con el acompañamiento de Milt Hinton y Cozy Cole, dos prestigiosos músicos de sesión que habían tocado con Cab Calloway y Louis Armstrong. Pero claro, a la compañía por ese entonces no le cerraba un jazzero argentino que destilaba swing y se mezclaba desprejuiciadamente con los músicos negros. Le propusieron entonces grabar temas del compositor cubano Ernesto Lecuona, y ése fue el fin de la relación Villegas-Columbia. “Nunca me arrepentí de no haber seguido en Columbia por haberme negado a tocar otra cosa que no fuera jazz”, diría. Sin embargo, Enrique permaneció en el exterior durante ocho años, acumulando experiencias de todo tipo. Desde tocar en el festival Pablo Casals, de la Universidad de Puerto Rico, y dar conciertos en Europa, hasta pasar privaciones en Nueva York, donde se dice que intentó suicidarse por un amor frustrado.
El Mono vuelve al pago
A su regreso recibió el apodo con el que pasaría a la posteridad. Quien lo bautizó como “el Mono” –supuestamente haciendo referencia a su aspecto físico– fue un crítico de la recordada revista Primera Plana, Rodolfo Arizaga. Enrique se burlaba de esta denominación diciendo que “será porque imito muy bien a los seres humanos”. También se lo conocía como “Quasimodo”, o simplemente “El Loco”. Cuando retornó a Buenos Aires, Villegas formó un trío con Jorge López Ruiz en contrabajo y Eduardo Casalla en batería; luego vendría una segunda formación, con Alfredo Remus y Néstor Astarita. El trío le permitía exponer a sus anchas todo el tremendo bagaje de su formación jazzística, y su pasión inagotable por la improvisación.
De este período provienen las grabaciones que ahora presenta Página/12, realizadas durante los años 1964 y 1965 en las antiguas instalaciones de Radio Municipal, ubicadas bajo el Teatro Colón, para un programa conducido por Julio Alvarez Vieyra, quien tuvo la feliz idea de registrar –con una tecnología de grabación modesta pero de incalculable valor documental– los distintos artistas que pasaban por su ciclo. Si bien no fueron grabaciones pensadas como disco, presentan a Villegas en todo su esplendor, realizando un verdadero paseo por la historia del jazz a través de sus compositores preferidos: Duke Ellington, George Gershwin, Cole Porter, Jerome Kern, Fats Waller, Hoagy Carmichael, Rodgers-Hart y muchos otros.
El Mono pertenece a una era donde lo que contaba no era tanto el virtuosismo sino la musicalidad, la capacidad de imprimir un estilo personal a la interpretación y reinventar melodías que han sido tocadas una y otra vez, utilizándolas como plataforma de lanzamiento para la exposición de las propias ideas y sentimientos. Todo el romanticismo, el humor, el refinamiento y la arrolladora personalidad de Villegas quedan de manifiesto en estos temas.
Remus recuerda que “la característica principal de tocar con Villegas era que nunca había nada premeditado, todo era absolutamente inesperado, pura improvisación. Con él no existían los ensayos, y aun cuando alguna vez nos juntamos a ensayar –como para esas actuaciones en Radio Municipal–, después en el momento de tocar salía con cualquier tema menos los que se habían ensayado. Inclusive por ahí atacaba con temas antiquísimos, que sólo los conocía él. Musicalmente, lo que realmente tocaba maravillosamente bien eran las baladas, ese era su fuerte. Era un gran baladista, yo lo recuerdo así, como que se suspendía en el aire y creaba un gran clima, tenía la posibilidad de manejar los silencios, que en la música es lo más difícil”.
Estas grabaciones poseen además un valor agregado por constituirse en testimonio de una etapa del artista que de otra manera hubiera quedado inédita. Villegas (un artista con una discografía de por sí escasa en relación a su talento) retornaría a los estudios recién en 1967 bajo los auspicios del sello Trova –que dirigía Alfredo Radoszynski–, donde registró una serie de álbumes como En cuerpo y alma, Tributo a Monk, Metamorfosis (con preludios de Chopin) y Porgy & Bess. También publicó Encuentro, que registra una sesión con Paul Gonsalves y Willie Cook –dos de los músicos de la orquesta de Duke Ellington–, Inspiración, un álbum grabado junto al saxofonista de Arco Iris Ara Tokatlian, y Tributo a Jerome Kern, con su último trío, integrado por Oscar Alem y Osvaldo López.
El filósofo
Como suele suceder con los mitos, en Villegas el personaje llegó a eclipsar al músico. Es mucha más la gente que lo conoce que la que realmente lo ha escuchado. Eso también sucedió porque Villegas –conversador ocurrente e incansable–, hizo un descubrimiento cuando regresó al país en los años ‘60. En los boliches de jazz, muchas veces el ruido de las copas y las conversaciones relegaba la música a un segundo plano. El Mono descubrió que la gente se quedaba en silencio cuando hablaba, y de esa manera prestaba luego atención a la música. Remus dice que “Enrique era muy loco, muy divertido. Yo conocí mucha gente que más que ir a escucharlo tocar lo iba a escuchar hablar. Y a veces era hasta agresivo con la gente: decía que en los boliches donde se tocaba jazz debía haber un cartel que dijera ‘estrictamente prohibida la entrada al público’. El era un niño grande, podía decir las cosas más terribles a cualquiera, sin que le pasara nada”.
En ese sentido, la colección que se publica a partir de mañana con Página/12 constituye un acercamiento al Villegas músico, permitiendo apreciar la verdadera dimensión de su talento. El Mono falleció el 10 de julio de 1986, mientras realizaba ejercicios de rehabilitación para recuperarse de una caída que le había producido un quiebre de cadera. Tuvo diversos amores, aunque casi siempre vivió solo, y era un fanático del cine y la literatura (Camus era una de sus lecturas preferidas), pero la música fue la gran pasión que lo guió a través de toda su existencia. “Mis pasiones son la música, el cine y el amor de una mujer”, decía. “La vida es lo más maravilloso que existe, pero lo frustrante del presente es que muy pronto se convierte en pasado. Y el futuro es siempre incierto. El único futuro es la muerte.”