ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A GUSTAVO FONTAN, DIRECTOR DE “EL PAISAJE INVISIBLE”

“Hoy lo poético es revolucionario”

El documentalista cuenta por qué filmó esta película en la que el poeta jujeño Jorge Calvetti evoca, poco antes de morir, los recuerdos más fuertes de su vida. La obra se verá hoy en una función especial en el Malba.

Por Angel Berlanga

Al poeta Jorge Calvetti, jujeño, 85 años, muerto en noviembre del año pasado, acaban de pedirle que evoque su mejor recuerdo y él, con voz pausada, dice que “el hombre está hecho de derrotas, de triunfos, de excelencias, de miserias, no cabe duda, pero no puede elegir su mejor recuerdo”. Y entonces, en el primer plano de su rostro grave y calmo, marcado por certidumbres de la vida y de la muerte, sus ojos se agrandan, brillan y anticipan por un instante que su memoria recogió algo para pronunciar desde el alma: “Podría ser la mirada final de mi madre”, dice, y se oye que un río fluye por sobre un lecho de piedras. “Podría ser cuando mi padre me llamó desde Jujuy, y yo fui. Lo encontré en un sanatorio. Les voy a contar”, dice este hombre nacido en 1916 en Maimará. Y empieza a contar.
Las escenas pertenecen a la película documental El paisaje invisible, dirigida y producida por Gustavo Fontán, cuyo estreno será hoy a las 21 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415), con la presencia del poeta Antonio Requeni y de Teresa Parodi, que musicalizó versos de Calvetti. Allí, el protagonista, autor de una docena de libros de poesía, cuentos y ensayos (Poemas conjeturales, Memoria terrestre, entre otros), cuenta con justeza y contundencia acerca de su tierra y su infancia, de los nacimientos y de las muertes. El paisaje infinito toma como principio rector los rasgos del poeta y su modo de hablar, los potencia estéticamente y consigue un resultado estremecedor que viene a demostrar hasta qué punto anda sobrando vértigo, palabra sin sentido, estridencia, espectacularidad. Fontán ya había dirigido otros tres documentales sobre escritores: Leopoldo Marechal, Macedonio Fernández y Jacobo Fijman. “Poco antes de su muerte lo filmamos aquí, en Buenos Aires. Estaba casi ciego y desesperado porque no podía escribir”, dice Fontán en la entrevista con Página/12. “El sabía que tenía una enfermedad terminal y que le quedaba poco de vida.”
–¿En qué centró la mirada para esta película?
–Me parecía muy interesante saber qué siente esta persona concreta, Calvetti, poeta, jujeño y, además, en el momento cercano a la muerte. Qué cosas recupera. Dentro de esas cosas hay una instancia casi mítica que es el regreso a la casa natal, a un momento de su vida y a una forma de pensar la realidad. Fue amigo de Borges y Xul Solar, por ejemplo, y no le interesaba hablar de eso: quería volver a ese sitio en la memoria, porque al estar enfermo ya no podía hacerlo físicamente. Por eso casi nos mandó a Jujuy: ir fue inevitable para mí. No para filmar de manera documental, sino para filmar Jujuy según lo que yo creía que podían ser sus recuerdos. Por otra parte, a mí me parece que en estas épocas tan mercantilistas decir que la realidad reposa en el misterio es revolucionario. Lo poético es revolucionario.
–¿Qué descubrió haciendo esta película?
–Varias cosas. En principio, y espero que esto lo descubra también el espectador, la serenidad ante la muerte: cómo se relativiza todo, cómo las urgencias quedan de lado. Y cómo es el desafío de pensar la realidad de una manera más compleja, más amplia, menos literal: una mirada poética de verdad. En Maimará, por otro lado, redescubrí el cielo y el silencio, que es abrumador. Es tremendo. Pensé mucho en cómo el espacio condiciona una forma de pensar el mundo. Es muy difícil entender cosas. En Maimará la mitad de la población vio duendes, y la otra mitad sabe quién los vio. Esto lo cuentan como verdad absoluta. Allí se entiende que el equivocado es uno, que si rompe un poco la propia estructura soberbia descubre que hay muchas formas de mirar las cosas. Correrse un poquito al lugar del otro amplifica y completa.
–En El paisaje invisible hay una deliberada cercanía entre los nacimientos y las muertes.
–Sí. En sus propios relatos, nacer y morir van juntos. Desde un pensamiento natural, si se quiere, aunque parecen opuestos tienen una dimensión que se completa: no se puede pensar la vida sin la muerte, y tampoco la muerte sin la vida. En esta cosa occidental que nos toca, ciudadana, queremos escindir esa visión de la muerte. El rescata esto, y a mí me impactó mucho. Y, además, esta posibilidad de renacer constantemente. El cuenta que se iba a morir pero no, en ese poemita que dice “le voy a entregar mi cuerpo, pero voy a seguir viviendo”.
“Les voy a contar cómo fue”, dice Calvetti en El paisaje invisible. “Mi padre me vio, me miró, y me dijo: ‘Estaba esperándote’. Acá estoy, papá. Nada más. Estábamos por entrar a conversar y viene una caterva de siete u ocho médicos. Uno empieza a explicar y dice: ‘Inmediatamente a terapia intensiva’. Mi padre lo miró, con esa autoridad invencible que tenía, y dijo: ‘Bajo mi autoridad, nadie me toca. Dejenmé tranquilo aquí. Ha llegado mi hijo’. Mi hermano y mi hermana se quedaron mudos. ‘Ah, bueno, muy bien, señor.’ Se fueron todos los médicos. Al rato mi hermano dijo ‘yo me voy a cenar, después vuelvo’. Mi hermana dijo lo mismo, y fue por su rumbo. Yo me quedé con mi padre. Entonces me acerqué: estaba sentado en su cama, puso su mano entre mis manos, y se alejó de este mundo.” Los ojos de Calvetti brillan otra vez, y vuelve a sonar el río que fluye por sobre un lecho de piedras.

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Fontán y Calvetti, durante una filmación en la que el poeta veía venir la muerte con serenidad.
 
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