ESPECTáCULOS
“Un grupo donde no hay piezas reemplazables”
Adrián Iaies estrena un trío con bandoneón y sin batería. Toca en La Plata, Buenos Aires, Rosario, Mar del Plata, Bahía Blanca y, en noviembre, Europa. También grabarán un CD y un DVD en vivo.
Por Diego Fischerman
Adrián Iaies toca piano y toca jazz. O hace tangos. Y el chiste inevitable sería decir que lo hace como ninguno. Es que, en efecto, lo que él hace pertenece a una rara especie conformada por un solo individuo. No tanto porque no pudiera habérsele ocurrido a otro, como por el hecho de que a él le sale bien. Es decir: esa extraña idea de hacer jazz tomando tangos como punto de partida –o de referencia–, en manos de Iaies suena fluida, natural, justificada y, sobre todo, absolutamente musical. Como para poner aún más en evidencia la excepcionalidad de su apuesta, el grupo con el que tocará este sábado 4 y el próximo 11 en La Trastienda, no sólo carece de batería sino que incluye un bandoneón.
“El grupo incluye a Horacio Fumero en contrabajo y Pablo Mainetti como bandoneonista y es el Tango Reflections Trío. Pero, más allá del nombre, lo que importa es que se trata efectivamente de un grupo. No es una historia mía, donde si un contrabajista no puede tocar lo hace otro. Aquí cada pieza es irreemplazable”, explica el pianista. “Y si eso significa que podemos tocar sólo una o dos veces al año, así será. Este es un grupo paralelo a los proyectos que cada uno de los tres tiene por su lado. Por ejemplo, Pablo tiene su quinteto, con el que está nominado a un Grammy, entre otras cosas. Y el repertorio es lo que cada uno de ellos han grabado en mis discos, Nocturna, Tango reflections y Round Midnight y otros tangos, pero en versiones ya muy distintas de aquéllas. En algunos casos, son diferentes porque hice nuevos arreglos pero, además, el grupo tiene ahora un tiempo conjunto muy importante. Ya no sonamos igual que cuando nos juntábamos al principio.”
Parte de las dificultades para mantener el trío en funcionamiento tienen que ver con que el contrabajista, uno de los nombres más importantes del jazz español –aunque haya nacido en Cañada Rosquín, donde integró la primera banda junto a León Gieco–, vive en Barcelona. “Nos juntamos cuando él viaja para acá o nosotros vamos a tocar para allá”, dice Iaies. “Ahora tocamos mañana en el Argentino de La Plata, los sábados 4 y 11 en Buenos Aires, el 5 estaremos en el Centro Cultural Parque de España, en Rosario, el miércoles 8 tocaremos en el Teatro Municipal de Bahía Blanca, el viernes 10 actuaremos en Mar del Plata y el 11 cerramos el ciclo, de nuevo en La Trastienda, donde grabaremos un disco y un DVD en vivo. En noviembre nos juntamos de nuevo, pero en Europa, y estaremos en un festival en Oslo, en varios lugares de España y, el 14 de ese mes, en Austria.”
–¿Qué clase de elección estética conlleva la ausencia de batería?
–Se ha hablado de la falta de piano, en los grupos de Gerry Mulligan o de Ornette Coleman. Ellos sentían que ese instrumento definía demasiado el campo armónico. Creo que con la batería pasa lo mismo en el terreno del ritmo. Cuando hay una batería, por más abierta que sea la manera en que está tocada, es imposible no sentir alguna clase de marcación regular. Sin batería, en cambio, el ritmo lo ponemos nosotros y la forma en que nos vamos escuchando. Eso permite, entre otras cosas, el silencio absoluto. Se juega con lo que no está y no con lo que está. Ultimamente, lo que más me ha interesado es, justamente, tocar sin batería. Toqué con Pablo, con Fumero, con Liliana Herrero, siempre en dúo. Los ejemplos son mejores, incluso, en el tango que en el jazz. El ritmo, en el tango, debe ser siempre flexible. Ni siquiera se trata de un rubato –de esos tiempos robados y luego recuperados– sino de algo esencial. El bandoneón es un instrumento que, naturalmente, toca rubato. Cuatro músicos de jazz, una vez que el baterista marca los cuatro tiempos en el aire, podrían, hipotéticamente, empezar a tocar sin escucharse entre ellos. Y todos estarían a tempo. En el tango, en cambio, es imposible mantener el tempo si no se está escuchando lo que tocan los otros.
–¿Cambiaron las maneras de concebir un solo, de frasear, de improvisar, a partir de tocar con un instrumento como el bandoneón?
–No en la manera de improvisar, por lo menos en el momento del solo. Sí, en cambio, cambia mucho la cuestión a la hora de acompañar. No se puede acompañar a un bandoneón igual que a un saxo o una trompeta. Y, además, tuve que acostumbrarme a escuchar otro sonido. Por otra parte, si el piano está en papel solista y el bandoneón interviene en el acompañamiento, eso abre posibilidades nuevas, como usar mi instrumento de una forma totalmente melódica, o tocar a dos voces, sin preocuparme por los acordes. Es como cuando Ellington decía que el saxofonista Paul Gonsalves era su sección de cuerdas. El bandoneón cumple, muchas veces, con esa función.
–En otras ocasiones ha señalado su preferencia por pianistas que jerarquizan el contrapunto, como John Lewis, Brad Mehldau o Keith Jarrett. Tocar con bandoneón permite, en todo caso, pensar el piano en esa línea. Más como un instrumento de contrapunto que como base rítmica o armónica.
–El papel rítmico es el que menos me interesa. Cuando hablamos con Pablo, lo que le pido es que no trabaje muy rítmicamente. Prefiero que el bandoneón sea más un color. Incluso, eso permite que el piano también cumpla una función colorística, más independizada de la armonía y el ritmo. Ayer, por ejemplo, estábamos pasando en dúo un arreglo nuevo que hice de Orgullo criollo. Toda la primera parte de mi solo empieza con un desarrollo del motivo melódico del tema, tocado por él. El va jugando y yo comienzo acompañándolo y, de a poco, voy jugando también sobre las variaciones suyas. Yo trabajo sobre lo que él modifica. En esta música es fundamental el diálogo. Es interesante esa obligación permanente de escuchar al tipo con el se está tocando.