ESPECTáCULOS
La clase prestadora de servicios del imperio
En “Pan y rosas”, el combativo director inglés Ken Loach traslada la acción a Estados Unidos y expone la explotación a la que son sometidos los trabajadores inmigrantes de origen latinoamericano.
Por Luciano Monteagudo
Después de Tierra y libertad, que daba cuenta magníficamente de las razones de la derrota republicana en la Guerra Civil Española, y La canción de Carla, que exponía las dificultades de sostener la revolución en Nicaragua, se extrañaba un Ken Loach más cerca de sus propias raíces, más afín con el paisaje suburbano británico, donde nacieron sus mejores films de los años ‘90: Riff Raff, por supuesto, pero también Como caídos del cielo y la desgarradora Ladybird, Ladybird. Con My Name Is Joe (rebautizada para su estreno local como Mi nombre es todo lo que tengo), Loach volvió a esa pintura local que su cine ha hecho universal, la clase trabajadora de su país, con su secuela de desocupados y excluidos, que forman el rostro oscuro de la otra Inglaterra, esa que pareciera que no tiene otra voz que la que le prestan sus cineastas. Ahora en Pan y rosas, Loach cruza el Atlántico, se instala en el downtown de Los Angeles y descubre la explotación a la que son sometidos los trabajadores inmigrantes, los “ilegales” como llaman hipócritamente en Estados Unidos a todos aquellos que cruzan la frontera del Río Grande escapando del hambre y la miseria para engrosar la clase prestadora de servicios del imperio.
Aquello que Loach tiene aquí para decir lo dice a través de la historia de dos hermanas: Rosa (Elpidia Carrillo) y Maya (Pilar Padilla). Rosa es la mayor, la que hace ya tiempo está instalada en un suburbio de Los Angeles con su marido y sus hijos y que todos los días limpia los tachos de basura de un edificio torre del centro. Maya piensa que tiene un futuro allí donde está su hermana y deja atrás México –con todos los peligros que eso implica, tratada como si el tráfico de esclavos nunca se hubiera detenido– para encontrarse con Rosa. Primero está la posibilidad de trabajar en un bar por una paga miserable. Pero a Maya no le gusta que la estén manoseando toda la noche y le ruega a Rosa que la ubique en su trabajo, que le consiga lo que ella cree es un empleo digno. No tardará en darse cuenta de los abusos a que son sometidos quienes no tienen papeles ni la ley de su lado, pero que igualmente sirven para hacer el trabajo sucio que otros rechazan.
Como Mi nombre es Joe, Pan y rosas es también una película a pequeña escala, mucho más sencilla e intimista que Land and Freedom y Carla’s Song que, sin dejar de ser obras muy personales, que solamente podía haber hecho Loach, tenían sin embargo cierta dimensión épica no del todo resuelta. Pero si Joe se dejaba arrastrar por cierta tendencia nociva al melodrama, Pan y rosas e marca el regreso del director a su mejor forma, la más potente y austera. En el contexto de una sociedad hostil, en la que los sectores más débiles parecen librados a su suerte, a Rosa y Maya no les será fácil pelear por su dignidad, pero Loach sabe que no tiene por qué condescender a un final feliz para hacerse escuchar.
La solidaridad entre sus personajes ha sido una constante en el cine de Loach, aunque nunca a partir de un punto de vista simplista. Rosa y Maya y la gente que está a su alrededor –entre ellos un activista sindical (Adrian Brody) que se enfrenta también contra la burocracia de su cúpula–, todos en fin hacen lo que pueden los unos por los otros, perosiempre considerando el contexto, las circunstancias objetivas, que son muy destructivas. En el cine de Loach las relaciones entre los personajes hablan por sí solas del mundo en el que viven, son indicativas de lo que está sucediendo en estos días, pero siempre teniendo en cuenta que no puede utilizarSE un personaje para dar un discurso acerca de lo que el director tiene para decir. Ese respeto por sus personajes –y por el espectador– es el sello indeleble de su cine. Hay una verdad y una nobleza que le son muy propias y que en Pan y rosas vuelven a expresarse de manera contundente.