ESPECTáCULOS › OCHO DIRECTORES Y SUS PROPUESTAS

Cómo pasar un verano sin Dotto ni Giordano

¿Cómo contarían su verano perfecto con imágenes propias? Ocho directores de cine y TV derriban el cliché catódico con otras voces y otros ámbitos posibles, en las antípodas del movilero y la vidriera de ricos y famosos.

 Por Julián Gorodischer

Ni ricos ni famosos posando en la vidriera de una revista de farándula, ni móviles en vivo desde algún parador esteño. La rebelión empieza por casa: ocho directores de cine y TV salieron a detectar imágenes nuevas para contar otra historia. Los suyos serán amores fugaces, esperas leves, viajes iniciáticos que al principio no prometen pero sorprenderán, o apenas la mueca de una carcajada al ver el reposo, el bronceado excesivo, la piel brillosa alejada del físico perfecto. El verano ideal de los cineastas consultados por Página/12 es sombrío o lúgubre, a veces encerrado, sin plata, en los márgenes. Como si el fracaso tuviera mejor gusto estético que el éxito, como si la noche le ganara en interés al sol rajante de enero.
¿Qué verano contarían, en 2005, para reemplazar el chorro de imágenes catódicas? Es una estación que transcurre en el garaje jugando a la paleta –imagina el cineasta Ezequiel Acuña–, uno al borde del río en reencuentro con el origen –desea la debutante Celina Murga–, otro como un recorrido cínico por las clases de gimnasia y los reptiles echados al sol –se burla Mariano Cohn– o suspendido en un tránsito perpetuo por la Ruta 2 –propone Mariano Llinás–. Todos ellos ya contaron el verano, a su modo, en el cine y en la TV, se hipnotizaron con la época del letargo y el sopor, se corrieron del cliché para afirmar que otro verano es posible.

Por la ruta

El cineasta Mariano Llinás (Balnearios, 2003) fue precursor en el género historias de playa y sorprendió con su documental apócrifo sobre usos y costumbres en la Costa. Se vieron: las clases masivas y sudorosas, los hoteles que alimentan algún misterio, exóticos lugareños que inventaron una viveza para sobrevivir, chicos en invasión a los videojuegos. El cineasta, que inauguró otra forma de exhibir óperas primas (en el Malba, a bajo precio) hizo un ejercicio de memoria para recordar cómo eran los lugares en que veraneaba cuando era chico, y admite que ése es el germen de toda su obra: mirar hacia atrás. ¿Qué opondría al verano mediático de las ninfas y los galanes? “Yo quiero mostrar una sensación de extrañamiento a partir de sucesivas visitas a ciudades costeras fuera de estación: me gusta el aire fantasmagórico que adquieren los balnearios en invierno. Y mucho más el contraste con la masividad y la metamorfosis que produce la aglomeración.”
–¿Qué historia de verano volvería a contar?
–La dualidad entre lo vacío y lo lleno, los rituales fatales que nadie deja de practicar. La lectura de los medios sobre las playas es enfática y superficial, acostumbra a ver el mundo como una fiesta cerca del mar. Si tuviera que seguir expresando algo, una segunda parte, me divertiría hacer un documental sobre la Ruta 2, al modo de aquellos libros del siglo XIX, con esa cultura que tiene la ruta: síntesis de la infancia, con escalas para enumerar de memoria. Es el opuesto a lo que muestra la TV: ni costumbrismo ni policial trágico. Una crónica de caminos, remontándome al recuerdo de cuando era chico.

Beavis and Butthead
El cínico retrató el verano desde el sarcasmo: Mariano Cohn, junto a Gastón Duprat, lo pintó con ese tono tan extraño que nació en el programa Televisión Abierta (América, 2001), cruza entre el homenaje y la parodia. Así desfilaron por el largometraje Enciclopedia y el todavía inédito La tierra de los justos, mujeres mayores en partido de canasta, chicos gritones más afines al infierno que a la imagen cándida, culos parlantes y cuerpos menos sexies que grotescos. Ahora, Mariano Cohn, ex director del canal Ciudad Abierta, redoblaría la apuesta para polemizar con el verano light. “La idea sería llevarlo al extremo: que todos los programas y los canales se trasladen a la playa para ver a Grondona discutiendo en la carpa, Rolando Graña con gorrita camuflada, Gerardo Rozín haciendo Lapregunta animal arriba de una balsa; Araujo y Macaya transmitiendo la final mundial de tejo, una noche con Gerardo (Sofovich) desde el casino, para el cierre de programación: el cura Farinello desde el arca de Noé. Y todos los noticieros desde sillitas playeras y esterillas.”
Lo de Ariel Winograd, que imaginó el verano más bizarro de la historia argentina reciente –como productor general de Televisión Abierta que se vio en MuchMusic– respetaría sus rasgos de estilo: encontrar belleza en la basura. Otra vez, la puesta en extremo de lo que muestra la TV se concibe como única respuesta para dar. “Culos, sólo culos –dice–, que el culo represente al verano, que se blanquee que es lo único que da rating y que se terminen los contenidos de adorno. Y después que se vote el mejor en un programa posible llamado El culo del mundo.”


Adolescencia

Para Santiago Mitre, que codirigió El amor, primera parte, y contó los desencuentros en las cuatro estaciones, su verano ideal sería “el despertar hormonal de los adolescentes en la playa, una crónica de los primeros amores, con chicas con poca ropa, bajo la mirada del pibe descubriendo e investigando el sexo opuesto”. Para el cineasta joven, la adolescencia recupera cierta espontaneidad que neutraliza el tono pasteurizado del parador, el chimento arreglado y el desnudo forzado. Las imágenes que lo invaden son de tensión entre sexos, histeriqueo playero en el extremo opuesto del desfile de Giordano, las tendencias de la revista Gente... “Las vacaciones de los famosos no le interesarían a nadie que quiera hacer una película”, dice. El verano ideal de Ezequiel Acuña (Nadar solo, 2003) recupera ese mismo sueño melancólico que contó en el debut, pero ubicado esta vez en el lugar menos pensado.
–¿Qué contaría?
–Filmaría a alguien jugando a la paleta en una cochera de departamento, o haciendo gimnasia con una campera deportiva. Mi viejo hace flexiones en la bañera, y para transpirar más lo hace con polera. Lo que se me ocurre tiene que ver con la descarga en las antípodas del verano playero.


Sueño melancólico

“Ni la playa ni bikini sino otros veranos posibles en el pasado: haría un documental sobre la historia del veraneo, de cómo ha sido la evolución de la idea de descanso”, dice la cineasta Julia Solomonoff, que dirigió la inédita Hermanas. Le llama la atención que las primeras playas españolas hayan sido las más frías, que en ese entonces la gente no se bañara y siempre está a la caza de lugares menos convencionales que la costa marítima. “Ubicaría mi historia en los lagos, en la Patagonia, o en el delta entrerriano para navegar en río. En ese marco, contaría cuentos cortos en la línea de la narrativa del verano: se me ocurren El Rayo Verde y La coleccionista, de Eric Rohmer; La ciénaga, de Lucrecia Martel; L’aventura, de Antonioni; Body Heat, de Kasdam; Bitter Moon, de Roman Polanski. Y sobre los que se quedan en la ciudad: Caro Diario, de Nanni Moretti o La ventana indiscreta, de Hitchcock.
Eduardo Capilla, que filmó el romance playero entre Gustavo Ceratti y Ruth Infarinato en +Bien, sueña en términos nostálgicos, imaginando un verano a pleno sol con chicos jugando en la orilla del mar. ¿Una escena perdida? “Yo me crié en el mar, en Mar del Plata –recuerda–, en una ciudad más salvaje, sin este sol cambiado: me gustaría documentar cómo el sol nos fue dañando. ¿Qué hicimos con la capa de ozono? La imagen circular se hizo rodar por el piso (autos, industria), y le faltamos el respeto al sol. Lo ametrallamos con hidrocarburos. Por eso mi retrato sería anacrónico: niños abajo del sol, lo que yo viví y mis hijos no.”
El final queda a cargo de Celina Murga, autora de un opus nostálgico llamado Ana y los otros, que se estrenará a mediados de 2005. En su película cuenta una historia de retorno al paraíso perdido de la infancia, en verano, claro..., allí donde no faltan los hits de pleno enero: el romance fugaz, la fiesta al aire libre, la tarde echada en la playa, la morosidad del día sin nada para hacer. Ella, amante de las historias abiertas y los borradores, resume su verano perfecto en una lista: “El sonido de las chicharras/ las calles vacías/ la sombra ausente y deseada/ el sonido de las pequeñas olas que forman las lanchas al pasar/ una gorra de plástico para el pelo/ los camalotes que imagino lleno de bichos peligrosos/ ir corriendo de la sombra de los árboles al agua porque la arena quema y mucho/ perros, muchos perros/ ir corriendo las boyas que delimitan la zona permitida cada vez un poco más sin que el cuidador nos vea/ el banco de arena que aparece y desaparece según la creciente del río/...¿estará este año?”

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Balnearios, de Mariano Llinás.
 
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