ESPECTáCULOS › LA NUEVA CAMADA Y SU VERSION DE “LO FELIZ”

Diferentes tipos de calor

Por J. G.

El verano ideal de Mariano Llinás queda en un balneario del sur de la costa atlántica, allí donde el aerobista o el adicto a los jueguitos adquieren visos de raza, donde un hotel abandonado encierra un misterio y un hombre común asciende a la categoría de personaje. Es uno solo entre tantos ejemplos del antiverano: un mundo de sensaciones que no se parece en nada a la vidriera de farándula o el móvil del programa chimentero. La tele del verano cada vez se encierra más en estudios para hacerlos jugar o mentir o se restringe al retrato falsificado (en Ciudad Roja, en Vil metal) menos proclive a las tomas clásicas del Hermitage con Mirtha (en Mar del Plata) o de Mateyko en la Rambla con La movida. Mientras los movileros exprimen chismes, los directores entrevistados por Página/12 recuerdan lo hecho, el trabajo cumplido: más y más veranos para pálidos, ojerosos, amantes del encierro, agorafóbicos, timiduchos y resentidos.
- Verano sombrío. Más parecido a un otoño en Mar del Plata, en verdad. Así es el balneario que imaginó Ezequiel Acuña en Nadar solo (2003), su ópera prima. La costa desierta, el cielo nublado, el héroe en la diáspora: corrido de la ciudad para escapar. Si la revista y el chisme conciben a La Feliz como destino, Acuña la piensa como escala, una más y sólo sea para no estar en otro lado. El peregrinaje a lo Salinger de Nicolás Mateo resignifican el primer amor, no como el levante porque sí o el encuentro fugaz sino como el objetivo cumplido de una vida. Acuña concibe su verano iniciático, un lugar donde todavía pasan cosas importantes y ninguno posa en una era de playas desiertas, arenas cuasivolcánicas, espacio para caminar, sin paradores ni pasarelas. Un mundo irreal.
- Verano épico. Así es el que imaginaron Gastón Duprat y Mariano Cohn en la película La tierra de los justos, coguionada por el escritor Alberto Laiseca, y que cuenta rebeliones, confrontaciones y dominación en una tierra donde aparentemente no pasa nada. En esos labios hinchados de las señoras al pie de las carpas, en los culos de las veinteañeras, la dupla de Televisión Abierta observa nuevos héroes y demonios, villanos y mártires, siempre intensos, como reacción al ser lavado. Otra vez, humanizar el verano es la clave para correrse del cliché.
- Verano sarcástico. El cronista cómico retrata con precisión, mira con lupa y demuele cualquier mito consolidado. Eso es lo que ocurre en Balnearios (2002), de Mariano Llinás, que recorre lo habitual (clases de gimnasia playera, videojuegos, oficios de playa, familias ensambladas, hoteles costeros) como si fuera la primera vez. Universos tan extraños como una Tierra Media, o espacios ficcionales de otra dimensión. El secreto está en el buen guión, cree Llinás, excelente prosista que termina con las frases de rigor y los lugares comunes en esta crónica fundadora del género historias de playa.
- Verano obsesivo. Lo refleja la directora de cine y teatro Ana Katz en su obra Lucro cesante (2004), actuada por Violeta Urtizberea y Julieta Zilberberg. Es la historia de tres amigas que se van de vacaciones y reproducen todos los hábitos del buen vivir veraniego: impostar placer en el disconfort, emular el mito del triunfo playero, envidiar a la diosa del verano, rutinizar cada minuto en una faena de ocio productivo que termina agotando más que el trabajo. En la misma línea de El juego de la silla, Ana Katz se ríe de los infiernos familiares y amistosos, pone en extremo los rituales obsesivos para que quede bien explícito el artificio.
- Verano modernito. En un principio, Diego Kaplan se animó a contar una historia de verano bien paródica del cliché de las revistas, justito en el límite entre la nada y la sátira, allí donde no se termina de saber si Juan Cruz Bordeu es esta vez un comediante de sí mismo. En Sabés nadar, Kaplan salió también a recorrer Mar del Plata para narrar un éxodo porteño y un par de romances fugaces, con el fondo de gags y remates que funcionaron como crítica de una época, un lugar y muchos personajes.
- Verano melancólico. Es el tono que adquiere la estación bajo la mirada iluminada de Celina Murga en la inminente Ana y los otros, el viaje de unajoven estudiante a su pueblo en Entre Ríos, allí donde asiste a una fiesta de reencuentro de egresados y trata de rastrear a su primer amor. La aparición del sentimiento reconvierte al verano mediático, el de las imágenes plastificadas, en un viaje profundo, de pocas palabras, en las antípodas de la iniciación. Este es el “retorno” de Ana para saber que todo está igual a como ella lo dejó. Y por suerte ella no está más allí.

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