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Ultima obra de Mario Diament, periodista y dramaturgo residente en Estados Unidos, Esquirlas aborda el tema de los efectos de la represión de la última dictadura militar, para lo cual plantea el reencuentro de tres sobrevivientes de la época. Ellos son dos amigos y la mujer que mantuvo una relación sentimental con ambos, simultáneamente. David Ravinovich (Tony Lestingi), periodista y dramaturgo, partió a Israel en 1976. Pocos meses antes del golpe militar dejó a Claudia (Alejandra Darín), una abogada comprometida con los derechos humanos, y a Hugo (Edgardo Nieva), un íntimo amigo que se ha dedicado al cine con cierto éxito. El trío se reúne una vez concluida la dictadura e intenta reconstruir lo que a cada uno le ha sucedido, con la inquietud de comprender qué grado de responsabilidad tuvo. El recuerdo de la detención de Claudia es el suceso que brutalmente confronta a los tres amigos con la impostergable tarea de asumir culpas. Ella estuvo 139 días en El Olimpo y aún no sabe cómo sobrellevar la angustia de haber develado al coronel que la torturó (Mario Alarcón) datos de algunos compañeros suyos. Obviando los detalles de la pieza que plantean cierta intriga, el personaje que lleva la peor parte es el cineasta que logra asegurar su futuro transando con los militares.
El padre de David (Isaac Haimovici, en el rol del actor de teatro en yidish sobreviviente de los campos de concentración) introduce en la obra el tema de la identidad y la necesidad de asegurar la continuidad de las tradiciones, además de ofrecer otra perspectiva acerca de la noción de persecución y exterminio. Desde los primeros años de la década del 80 y sobre un friso que evoca a los ‘70 -.hay copiosas alusiones a Resnais, Truffau y Bergman, a las libertades sexuales y los bares de Corrientes–, el texto recorrre con nostalgia tiempos mejores.
Esquirlas concluye sin que el personaje de Claudia se haya enterada de cómo ocurrió realmente su detención, lo que le impide desenmascarar al hombre que la ha entregado por propio beneficio. Desde la óptica del espectador (que conoce todas las circunstancias y es testigo de la ignorancia de Claudia) resulta difícil en la estampa final –los tres abrazados– pasar por alto el ocultamiento de los hechos y adherir al discurso esperanzador que ella lanza a la platea.