ESPECTáCULOS › “UNA MODESTA PROPOSICION”, DE MIGUEL MATO
La caravana de pibes dignos
Este film documental, que se preestrenará el lunes, cuenta un increíble recorrido de chicos de la calle, de La Quiaca hasta Plaza de Mayo.
Por Mariano Blejman
“Soy Diego y cuando sea grande quiero ser panadero”; “Soy Andrea y cuando crezca quiero ser maestra jardinera”; “Me llamo Martín y cuando sea grande quiero trabajar”. Son las frases de un puñado de chicos de la calle que ponen un soplo de esperanza en el aire visual de Una modesta proposición, un documental del realizador Miguel Mato. Curiosamente, la ocasión para el estreno no podría ser más apropiada: el Indec acaba de publicar un informe sobre la pobreza donde dice que, en la Argentina, siete de cada diez chicos son pobres, y cuatro de ellos indigentes. Se terminó de filmar en noviembre del 2001, de allí que sus imágenes se han convertido ahora en una premonitoria mirada sobre lo que ocurriría en diciembre, con el fin del gobierno de Fernando de la Rúa y la posterior debacle del 1 a 1. Es la historia de 400 pibes, integrantes del Movimiento Nacional de Chicos del Pueblo, que marchó en mayo del año pasado desde La Quiaca hasta Buenos Aires (bajo el amparo de la CTA) para pedir simplemente que se cumplan sus derechos: los de ser niños.
“Nuestras barricadas no están hechas de piedras y palos sino de globos y títeres”, dirá más adelante Alberto Morlachetti, sociólogo y referente del movimiento que acompañó la marcha. El preestreno será este lunes a las 19.30 en el Teatro San Martín y el 5 se estrenará oficialmente en el cine Cosmos. El documental tuvo una presentación especial en el 23º Festival de La Habana, en diciembre del 2001. Además, participó en el Al-JANA Children Film Festival de Beirut, el XVII Festival de Cine de Trieste y el 42º Festival Internacional de Cine de Cartagena, entre otros.
La metáfora visual de cómo se hace el pan funciona para hilvanar el relato coral de comienzo a fin. Quien oficia de instructor es Marcelo, uno de los integrantes de Panipan, emprendimiento de la Obra Pelota de Trapo, de Avellaneda, que trabaja con chicos de la calle. Mientras tanto, los colectivos cargados de niños recorren un vasto mapa de ciudades y pueblos, algunos tan pequeños como sus propios participantes: desde La Quiaca pasaron por Humahuaca, Pumahuasi, Tilcara hasta Jujuy, Salta, Tucumán, para llegar hasta Frías, Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, y luego seguir por Clodomira, Córdoba, Río Cuarto, Rosario, Villa Constitución, San Nicolás, Tigre hasta llegar a la ciudad de Buenos Aires. Fueron 1900 kilómetros transitados a lo largo de 15 días, donde los pequeños deambulantes tuvieron hasta clases de matemática y lengua dictadas a bordo, junto a las asistencias locales de murgas, títeres, en el medio del frío y con unos cuantos mocos en los puños y las mangas de sus participantes.
Detrás de esas sombras petisas anduvo entonces Miguel Mato, registrando lo que ahora se puede ver en pantalla, efervescencias de ojos oscuros y rostros empañados de lágrimas sobre el polvo: “Es más que probable que el interés por este país en descomposición haya cambiado desde noviembre hasta ahora. En aquel momento la gente solía dar la espalda a los chicos de la calle. Ahora están más atentos: uno de estos chicos puede ser cualquiera de nuestros hijos”, dice Mato a Página/12, quien luego de recibir un aporte del Incaa y Unicef apostó tanto al proyecto que tuvo que hipotecar su casa para conseguir el crédito que le permitió terminar de filmar.
El otro referente es el cura Carlos Cajalde, de Avellaneda, quien también trabaja con chicos de la calle sobre la línea de la autogestión comunitaria más que de la acostumbrada dádiva. La Argentina desatendida aparece en el documental al compás de los cantos y aplausos que no hacen ruido: sus voces no pueden aturdir, pero ensordecen a cualquiera que pretenda ser indiferente. Eduardo, por ejemplo, es uno de los “grandes” que más habla en el film. Había sido contratado por los organizadores como camionero para viajar a La Quiaca a llevar el “trencito” que se utilizaba para andar dentro de cada ciudad, cuando la marcha se hacía efectiva. Pero se fue quedando con ellos y al final ya no pudo volver. Primero porque el trencito tuvo problemas mecánicos y después porque “me di cuenta de que yotambién quiero decir basta”. Marito es, en vivo y en directo, la esencia de la calle cuando cumple su mayoría de edad: “Un día yo venía de un supermercado y salí y vi una bicicleta y, como venía medio fumado y había tomado un par de pastillas, me subí porque quería andar en una bicicleta. Yo lo único que quería era andar en bicicleta. Pero llegué hasta la esquina y me bajó la policía y me metió preso”, dice Marito, que en el momento del documental estaba libre y ahora volvió a caer en la cárcel, sin bicicleta.
El mayor contratiempo de la marcha de los niños se produjo en Santiago del Estero, cuando una ordenanza del gobierno dispuso “prohibir” que las maestras y sus alumnos participaran. Por ello, los marchantes decidieron pasar directamente por las escuelas: las maestras aplaudieron desde la puerta mientras los niños lo hacían desde las ventanas. Mato prefirió dejar afuera del documental el entredicho. Sobre el fin del viaje, como en lejano camino hacia el presente, la caravana de “Los chicos de la calle” enfila hacia una plaza sin juegos donde unas 10 mil personas esperan: es Plaza de Mayo, donde –como dicen en el documental– están “los corazones más duros”. En la plaza, Marcelo terminará de contar cómo se hace el pan –o cómo se construye otra historia–, los niños volverán a aplaudir sin ruido, los globos volarán hasta perderse en el frío y los mocos, claro, seguirán estando a la orden del día. Mocosos, pero dignos.