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Todo va bien en el mejor de los mundos posibles”, afirmaba el volteriano Cándido. O, en versión más criolla: “Te amo y hoy todo es hermoso”, decía la Bestia en la fugaz revista Cuatro Patas de Carlos del Peral. No olvido la persistencia del hambre, la desocupación, la pobreza, el estado de la salud pública y la educación: sólo que serían tema de otras columnas. Para la actividad editorial el año que termina ha sido cuantitativamente excelente: se publicaron más novedades valiosas, creció el número de reediciones, las ventas en el país y afuera, las compras por instituciones estatales –Ministerio de Educación, Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, etc.– que tuvieron mayor transparencia, aparecieron nuevos sellos de calidad y se consolidaron otros en medio de la jungla de las transnacionales, más gente fue a la feria de abril y a la del Libro Infantil, etc. Se salió del tremendo bajón de 2002/3.
Por el lado de los valores, curiosamente los grandes premios literarios se otorgaron a obras de verdaderos escritores –también en 2003– y no a productos de la investigación de mercado: por una vez, la chatarra no desplazó a la literatura a la hora del palmarés. Y para mayor gloria de la Literatura, Tomás Eloy Martínez y Vlady Kociancich alcanzaron la consagración: aparecieron en la foto de tapa de Gente dedicada a los personajes del año. Eso sí, medio lejos de Silvina Luna. Se mantuvo tal vez la única consecuencia buena de la gran crisis: disminuyó el número de libros “inventados”, de esos títulos que son, como el departamento minúsculo del viejo chiste, para vender y no para leer.
La maxidevaluación limitó en alguna medida la invasión de libros editados en España, pero no al punto de cerrarles las fronteras: los de potencial interés local tuvieron ediciones impresas en el país para venderse a precios razonables. En cambio, los libros argentinos fueron más baratos en dólares y pudieron exportarse mejor.
No sería pesimista desear para 2005 más de lo mismo.
* Editor.