ESPECTáCULOS › OPINION

La justicia laboral

Por Horacio Gonzalez *

La Biblioteca Nacional es una forma abreviada del Estado, una porción que irradia y resume el lado desesperante de la gestión pública y también de las lápidas nacionales. Más que lectores, allí hay creyentes. Tiene foguistas, custodias de agencia privada, bibliotecarios, funcionarios recién venidos, contadores, sindicalistas, curadores de muestras y técnicos de sonido. La trama es fabril, el clima es el de una urbe fragmentada, el público se define módicamente como “usuario”. El lector, su materia prima esencial, no es necesariamente mencionado.
En las inmediaciones hay una fuerte acción conmemorativa, los nombres y símbolos mayores de la historia nacional flotan nocturnales. Un imán oscuro los atrae. Perón, Evita, Borges, Mariano Moreno, Alfonso Reyes, Rubén Darío, además de cuadros de Xul Solar o Spilimbergo. No falta en el jardín un Papa estatuario y en sus inscripciones internas registra el nombre de Martínez Zuviría y su gran contradictor, el poeta César Tiempo. Por supuesto, están Marechal, Groussac y con Elvio Vitali le hemos agregado a este agobio –como si fuera poco– algunos nombres faltantes: Roberto Arlt, Juan L. Ortiz y Joâo Guimaraes Rosa, gesto hacia la literatura brasileña.
La Biblioteca es condecorativa, solemne, ofrendada. Sus símbolos son parte del conflicto histórico nacional, sumatorias infinitas que esperan delicados intérpretes. A veces sorprendo a Elvio Vitali meditando como en un tango evanescente: descubrimos que el tema de la Biblioteca es la justicia antes que la condecoración. Justicia laboral, lectura justa, críticas justicieras. Justo lo que no exige monumentos.
* Subdirector de la Biblioteca Nacional.

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