ESPECTáCULOS
textual
Lucio: –¿Qué debería ser la mujer para nosotros? ¡Un vaso que nos contenga exactamente!
Ambrosio: –(Se pone de pie, indignado.) ¡No, animal, no! Te aplaudí el lecho de rosas: es limpio y confortable. Pero no te acepto el vaso. ¡Infeliz! El vaso no es la mujer, ¡el vaso es el hombre!
Lucio: –(Lo mira tristemente.) Muchacho, no estoy para bromas.
Ambrosio: –(Vuelve a sentarse.) No es broma. ¡Lucio! ¡Animalito de Dios! El vaso es el hombre, y la mujer es el líquido. ¡Pobre albañil! Todo el arte se reduce a lograr que el líquido tome la forma del vaso.
Lucio: –(En una explosión de cólera.) Maldito sea. ¿No lo intenté mil veces?
Ambrosio: –Lo intentaste. ¿Y cómo? ¿Haciendo un ídolo falso de tu mujer? ¿Adorándola de rodillas? ¿Besando sus piececitos de oro, sus manos de plata, su cuello de níquel, sus hombros de latón, sus pechos de ágata, su vientre de antimonio? ¿Quemando incienso, mirra y cinamomo en su naricita? ¿Contratando al sol para sus días y a la luna para sus noches...? Porque, señores, la mujer no es un misterio sino el fantasma de un misterio.
Lucio: –Desde hace tres meses, para soñar que vuelve a mí, no hago más que inventarme destinos heroicos.
Ambrosio: –¡Animalito de Dios! ¿De qué te sirven si ella no los conoce...? El misterio es el hombre. Y la mujer es “la materia prima”: como no tiene misterio propio, anda siempre buscándose alguno de prestado. ¡Lucio, es necesario que seas un enigma para ella! Te hace falta un misterio, urgentemente.
Lucio: –¿Y de dónde saco yo un misterio?
Ambrosio: –A inventarlo, idiota. Imaginación no te falta. Si has de morir heroicamente que sea en el escenario y delante de tu mujer... Has de tenerla inquieta día y noche, con sus cinco sentidos pendientes de tu misterio. Que su vista, su oído, su olfato, su gusto y su tacto no se desvíen un solo instante de tu enigmática personalidad. Y que tu misterio se transforme a cada minuto para que tu mujer nunca llegue a conocerlo del todo.