ESPECTáCULOS

El regreso de un maldito

Nunca se puso de moda como Macedonio, tal vez por no ser ni cómico ni breve como aquél. Arduo y extenso, más hermético que amigable, “¡Difícil!”, dice Lorenzo Quinteros, para explicar el exilio de las mesas de saldos, la cartelera teatral, el análisis académico y la crítica literaria. No se lo encuentra ni en las librerías de viejo. Leopoldo Marechal nació en Buenos Aires en 1900 y murió en 1970, dejando una obra literaria que comprende poesía, novelas, teatro y ensayos. En la primera etapa de su vida literaria dominó la poesía, integrado al grupo de la revista Martín Fierro. En Días como flechas (1926) se definió como un representante de las metáforas y figuras del vanguardismo. En Odas para el hombre y la mujer intentó una poética apoyada en el equilibrio de las formas clásicas y en las preocupaciones filosóficas relativas al orden, la armonía y la medida. En el Heptamerón trazó la propia biografía de su alma en siete cantos donde se prefiguran los grandes temas de su obra poética: la patria, la estética, la alegría, la vida y la muerte. En El poema del robot confronta el mundo del espíritu y la belleza con el mundo demoníaco de la máquina, abordando desde fundamentos teológicos esa desalmada era industrial.
En 1948, Marechal publica su novela Adán Buenosayres, donde traza un itinerario simbólico y metafísico por distintas zonas de la ciudad, en las vísperas de una muerte, conviviendo con innumerables personajes del arrabal y de las tertulias literarias que despliegan diferentes teorías de un lenguaje jocoso o de pretensiones serias. En 1965 publicó El banquete de Severo Arcángelo. El escritor Pedro Orgambide, que escribió extensamente sobre Adán Buenosayres, aporta datos sobre la esquiva relación entre el escritor, el público, sus repositores. “La novela de Marechal –escribió– pasó inadvertida en aquel tiempo.” No sería ajena a esta circunstancia la posición política del autor, identificado con el peronismo. Por otra parte, la crítica pudo verse sorprendida por la aventura formal que proponía la novela, por los procedimientos narrativos y de lenguaje que hoy son lugar común en la novela latinoamericana. Sin embargo, el esquivo reconocimiento que nunca lo consagró como uno de los escritores centrales de la literatura argentina es, para Lorenzo Quinteros, la respuesta a “una escritura intrincada, difícil, extensa... que no llegó hasta el momento a ponerse de moda”.

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