Miércoles, 23 de mayo de 2012 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Hernán Pajoni hace una invitación a sospechar sobre lo que vemos y escuchamos en los medios de comunicación pero, sobre todo, a desconfiar de las maneras de hacer periodismo que, más que alumbrar, impiden ver.
Por Hernán Pajoni *
Instalar un estado de sospecha sobre lo que vemos y escuchamos en los medios de comunicación es un punto de partida necesario y sano. Es también una técnica para pensar sobre lo que ha hecho de nosotros la tenaz y replicante reiteración durante 24 horas de noticias de unos acontecimientos transformados en la realidad, que ajena se nos impone y que luego incorporamos naturalmente a nuestra agenda de preocupaciones inminentes.
A sangre y fuego esos acontecimientos postulados como trascendentales se hacen carne en nosotros los públicos, a fuerza de repetición, como una gota de agua que golpea decenas de veces en la jornada. Con una programación nunca interrumpida de noticias, la realidad se queda corta, no le alcanza para abastecer un tiempo y un espacio desmedidos para contar la actualidad. Entonces, por ejemplo, la misma muerte violenta ocurre veinte veces al día, y razonablemente expuestos a la muerte, o a cualquier otro suceso repetido, es posible que sintamos que nos rodea, con su inminencia.
Roland Barthes, hace cuarenta años, nos previno sobre el lenguaje, pues en la denominación de las cosas pesan años de historia, prejuicios y categorías ideológicas que se nos presentan como naturales, rebosantes de inocencia. Bien, hay que sumarle entonces que la denominación que predomina es la de los que mandan, que concentran tanto los recursos económicos como simbólicos.
Hagamos cuentas: selección de lo que nos debe preocupar; reiteración exasperante de la selección anterior; y finalmente la forma de su designación, es decir, las palabras que le dan a esos acontecimientos un sistema explicativo.
Demasiada sospecha, cerca de la paranoia quizá. Pero hay algo más, cuántos monitores encendidos “vigilan” el acontecer y devuelven como espejos la sucesión de hechos insoslayables en bares, salas de espera, peluquerías, vidrieras y demás espacios de tránsito inevitable, con noticias y más (de las mismas) noticias. Ajenos a nuestra voluntad de ver, nos persiguen con su verdad, modificando los modos de consumo hogareño e imponiéndose, enajenando, anulando distancias críticas que nos permiten ver y luego pensar.
Aquí entonces vale la pregunta sobre el rol del periodismo en este contexto: ¿Habrá un manual? ¿Habrá disposiciones generales para asignarle una (des o sobre) calificación a hechos o personas en forma frecuente, sistemática quizá?
En periodismo hay algunos conceptos teóricos relacionados con la gimnasia, seriada, para producción de noticias o realidad. Pueden llamarse “rutinas productivas”, “condiciones institucionales de producción”, y más. Por ejemplo, se llama key events a los acontecimientos rutilantes de una misma magnitud e interés que dispara un protocolo de acción incorporado en la cultura organizacional de la empresa periodística o noticiero. ¿Y el mundo que nos rodea? ¿Y las prevenciones que debe tomar el discurso que se refiere a ese mundo? En la investigación científica se llama “vigilancia epistemológica”. Se trata de la necesaria distancia que debe tomar el investigador frente a su objeto y a la pertinencia de las herramientas de análisis que utiliza, como para que sus intereses o sospechas o prejuicios no oscurezcan por completo ese mundo del que pretende dar cuenta. Una especie de garantía de honestidad, si es que fuera posible, tal garantía y tal honestidad, pero algo es algo.
En el periodismo esa distancia no tiene nombre. La objetividad, la neutralidad, la imparcialidad, etc., son proclamas autocelebratorias, estrategias retóricas de inocencia. La producción de mensajes en esta profesión, por la propia organización de las verdades en sociedades de masas, suele imponer su dominio sobre los discursos públicos, y siempre se presenta un riesgo: el de la pretensión de imponer el propio interés o “encuadre” sobre los acontecimientos. Más aún: considerar que esa perspectiva es honesta e independiente. El periodismo independiente es un gran slogan primero, una trinchera después, y agregaría hoy: una trinchera autoincriminatoria.
En la profesión entiendo que se podría ir más allá y postular como principio atravesar los límites de la propia mirada, o del interés corporativo impuesto, y respetar las voces que componen un universo siempre más complejo; en honor a la verdad.
* Docente investigador y magíster en Comunicación.
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