Jueves, 25 de junio de 2009 | Hoy
PSICOLOGíA › UN GRUPO DE PACIENTES CON PROBLEMAS EN LA PROCREACIóN
Un equipo de psicólogas, que desde hace doce años impulsa un grupo de ayuda para mujeres en tratamientos de fertilización asistida, hace el balance de su experiencia.
Por Silvia Jadur, Constanza Duhalde y Viviana Wainstein *
La historia es la de un pequeño grupo de mujeres, actuales madres, que transitaron el camino de diversos tratamientos hasta lograr gestar el hijo deseado. En reuniones que se realizaban en el Congreso de la Nación, ante la factibilidad de que se aprobara una ley restrictiva que reglamentara las prácticas médicas, nos convocaron para pensar qué podían hacer desde su lugar como pacientes. Se propuso armar un grupo de ayuda como los que funcionaban en otras latitudes. Surge así, en 1996, Concebir, asociación civil sin fines de lucro, independiente de centros privados o públicos especializados en reproducción. Desde ese momento trabajamos ad honorem en la cocoordinación del grupo de apoyo a parejas con trastornos en la reproducción.
¿Por qué un grupo de pares? Cuando los problemas orgánicos convocan y hay sufrimiento psíquico, la comprensión en primera instancia puede devenir de la identificación con un semejante. Como suele expresarlo Isabel Rolando, presidenta de Concebir, se trata del “acompañamiento en el camino de aquel al que le pasa lo mismo”. Las parejas evitan así el autoaislamiento, la soledad, el desasosiego y la segregación. Esto es lo que sucede habitualmente, con grupos de pacientes con cáncer, VIH, esclerosis múltiple, afasia, diabetes, obesos, drogadependientes, alcohólicos. Es que, fuera de la pareja y de la relación con el médico o el equipo especializado, suele ser difícil abordar el problema. Las presiones familiares y de los amigos por la falta de un niño son una carga, cultural y afectiva, dura de soportar. En el transcurso de los estudios diagnósticos o de los diversos tratamientos, el esclarecimiento de las dudas y la contención son imprescindibles y no se pueden resolver tan sólo en la consulta médica. El espacio más pertinente es el psicoanalítico-psicoterapéutico, que permite tramitar las consecuencias del problema reproductivo en la subjetividad y minimizar la presencia perturbadora de síntomas en la vida cotidiana. Sin embargo, un grupo de pares puede ser un ámbito adecuadamente complementario, que no excluye el dispositivo analítico, como facilitador privilegiado de la tramitación intrasubjetiva.
La labor se centra en talleres de reflexión mensuales, abiertos y heterogéneos. Antes de concurrir por primera vez, los interesados se comunican telefónicamente con alguna de las pacientes cocoordinadoras, que les da información básica sobre el funcionamiento del grupo. Habitualmente hay asistentes estables con recambio periódico.
En el intercambio grupal se teje una trama de identificaciones que facilita la puesta en palabra de sentimientos, miedos, deseos. Los coordinadores psicoanalistas muestran, además, un estilo diferente de vincularse con los otros, escuchando, preguntando. Uno de los pilares de los talleres, y misión fundamental de Concebir, es la circulación de información, conocimiento y actualización de los avances científicos en reproducción humana. Adquirir manejo y comprensión de terminología médicotécnica, conocer los métodos diagnósticos y los procedimientos disminuyen la ansiedad y la inseguridad que provoca lo desconocido y contribuye a evaluar los caminos viables. Se invita a reproductólogos, biólogos o bioquímicos con el fin de aclarar dudas, escuchar alternativas novedosas y elegir cuándo, dónde y qué sugerencia médica suscribir.
Es importante desmitificar los fantasmas y equívocos que encierran los términos infertilidad-esterilidad, tanto para los propios pacientes como en la comunidad: cada participante se desempeña como agente modificador en el medio donde desenvuelve, rompiendo dogmatismos y generando una apertura de pensamiento.
Desde su función como cocoordinadoras, las psicoanalistas no utilizan la interpretación. Un señalamiento, una palabra o una idea, incluso de cualquier miembro, son generadores de movimientos intrapsíquicos que aparecen en permutas vinculares, en la expresión verbalizada, en la transformación de conductas y actitudes. Además, es de destacar el peso de las transferencias múltiples en la comprensión de los fenómenos que se desencadenan.
Aunque en el grupo se exponen aspectos de la privacidad, los integrantes se sienten protegidos emocionalmente, en tanto el sostén profesional garantiza la circulación de sentimientos y el despliegue de fantasías. Apuntalamos también los aspectos yoicos de los sujetos, afianzando y fortaleciendo “lo posible” de las realidades puntuales. De esta manera, los integrantes del grupo se adueñan como sujetos de sus propias capacidades.
En cada taller se introduce un tema consensuado colectivamente en función de los emergentes surgidos en encuentros anteriores; se reflexiona sobre el acontecer dinámico, sobre las particularidades de las parejas y las de cada integrante. La dinámica grupal tiene resortes propios de regulación, siendo el analista quien interviene ante la tensión afectiva intensa; en momentos confusionales posibilita ciertas aclaraciones informativas y realiza una síntesis temática. Posicionarse analíticamente sin utilizar la interpretación, renunciando narcisísticamente a un lugar de supuesto saber, evitando discursos didácticos, es un trabajo de borde, de límite. Los participantes tienen en claro que no se trata de un grupo psicoterapéutico, construyen de este modo un “foro de discusión” al que recurren para asesorarse, buscar refugio y encontrar modos de defender sus derechos como sujetos-pacientes.
Se construye así, en conjunto, un espacio de juego con las palabras y las representaciones, en el que se crea una atmósfera transicional (Donald Winnicott, Realidad y juego) donde será posible la emergencia de la fantasía de un futuro niño que, tal vez, podrá desarrollarse en el interior de sus cuerpos. Si esto no se diera, el ejercicio de pensar vínculos con un niño, desde imagos maternas y paternas, abre caminos hacia otras resoluciones ligadas al deseo de hijo, como la adopción.
Por otra parte, se revisan las significaciones de ser padre o madre o tener un hijo, para nuestra cultura y para cada estructura familiar. ¿Cuál es el peso de las representaciones y exigencias familiares, sociales, que nos llevan a ser padres biológicos? Es preciso apropiarse del deseo de hijo como motor de la mater-paternidad, eligiendo los variados caminos que resultan asequibles. En este trabajo de elaboración, los integrantes del grupo se enfrentan asimismo con interrogantes singulares, en ocasiones con síntomas de larga data, a elucidar solamente en la intimidad del ámbito analítico. Los juegos dramáticos, las técnicas que provienen de otros marcos referenciales teóricos son empleadas como disparadores del acontecer del trabajo grupal.
Los síntomas emocionales y orgánicos, los vínculos con las familias y amigos, la sexualidad, la relación médico-paciente, el momento de interrumpir o concluir los tratamientos, la donación de gametas, lo que significa filiar un niño, la adopción son temas frecuentes en los talleres. Plantearemos algunos elementos fenomenológicos y posibles conceptualizaciones alrededor de éstos, pues estos temas son las preocupaciones que motorizan la tarea y sobre las que tratamos de conectar la reflexión y los sentimientos.
La sexualidad en las parejas sufre profundas modificaciones. El condicionamiento más duro de tolerar es el hecho de que una vivencia que se desenvuelve en la órbita estrictamente íntima de la pareja se convierte en pública, al comenzar a ser supervisada y condicionada por las indicaciones médicas. La sexualidad al servicio de un estudio o monitoreando el momento preciso de la ovulación funciona como amenaza de deserotización vincular, atenta contra el deseo de encuentro amoroso. El deseo sexual placentero muta en “obligación reproductiva”; hombre y mujer van perdiendo la posibilidad de disfrutar del juego de la seducción, la libertad erótica, la diversión. El cuerpo a cuerpo, la envoltura erótica que apacigua el malestar doloroso, se desvanece. Poder recuperar el vínculo erótico permite inscribir el deseo de hijo en otra dimensión. Los cambios en la disponibilidad de la libido y las disfunciones en la sexualidad corren riesgo de cronificarse como síntomas.
En las consultas médicas, habitualmente no se pregunta sobre el placer alcanzado o los esfuerzos psíquicos que conlleva ir a la búsqueda del momento oportuno que coincida con la fecha ovulatoria. En este contexto la sexualidad no es un aspecto valorado como central en la cotidianidad de la pareja. Por otra parte, algunas solicitudes de asistencia médica por la no fertilidad encubren disfunciones sexuales, “matrimonios no consumados”. Al analizar una encuesta realizada en el año 2004, con 180 concurrentes a los talleres y a nuestras jornadas anuales, no encontramos datos que indicaran que la sexualidad fuera considerada como problema para estos pacientes: en contraste, en los grupos de reflexión el tema surge en forma insistente. Tal vez, la vergüenza impida exponer la intimidad de las alteraciones en el deseo, la poca asiduidad de las relaciones, ocasionalmente la dispareunia, la eyaculación precoz o la impotencia. Sin embargo, en los talleres, el humor aparece como la vía regia que otorga un salvoconducto para despejar la angustia y reencontrarse con el placer sin el mandato reproductivo.
Los problemas psicosomáticos se presentan habitualmente, más en mujeres que en hombres, aun sin constituirse específicamente en enfermedades psicosomáticas. Y, como cualquier enfermedad orgánica, la no fertilidad tiene su correlato en el psiquismo. Hemos realizado una investigación sobre el tipo de sintomatología orgánica que presentan hombres y mujeres a partir del diagnóstico e inicio de los tratamientos de fertilización asistida: las mujeres presentaban valores significativamente más elevados. Mientras tan sólo un 16 por ciento de los varones había padecido síntomas orgánicos, un 86 por ciento de las mujeres los había presentado. Los datos que corresponden al aspecto emocional en las mujeres fueron también altos, como por ejemplo el desgano, con 81 por ciento. ¿Obedecerán estas diferencias a los modelos y mandatos culturales sobre lo que se espera de un hombre o una mujer?
Los pacientes se conectan con la existencia del cuerpo a partir de la falla, del cuerpo disfuncional. La tolerancia y manejo del dolor físico abren preguntas y quejas; hay estudios diagnósticos –como la histerosalpingografía, que se utiliza para conocer el estado de las trompas– que producen un dolor intenso. Sea el factor masculino o femenino la causa del trastorno en la reproducción, la mujer es la que en mayor medida “pone el cuerpo”.
En este proceso de duelar la fertilidad se da una pelea, tanto consciente como inconsciente, entre la pasión por el hijo deseado y la franca hostilidad al cuerpo que no responde, no se puede dominar. En las mujeres, cada menstruación reactiva los sentimientos de anclaje al cuerpo no pensado. Por lo demás, la no fertilidad discurre silenciosamente: sólo el deseo marca la presencia de una función dañada.
Es llamativo que, en el decir de las pacientes, la identidad se subsuma al diagnóstico. Es por esto que se presentan, en algunas situaciones, como infértiles o estériles, no como portadoras de un problema. En una reunión reciente, una mujer relataba que, cuando conoció a su esposo, ella se presentó: “Soy María”, a lo que él respondió casi sin preámbulo: “Hola, soy azoospérmico”. Los oyentes del relato respondieron con perplejidad y risas.
Otra cuestión es la de la comunicación con las familias de origen y con los amigos. Los usuales comentarios acerca de la falta de descendencia, en parejas con cierto tiempo de convivencia, los alojan en una franja de respuestas formales, que no dan cuenta del dolor que los invade. Las parejas, sobre todo las mujeres, tienden a evitar eventos sociales donde la no maternidad provoca opresión y presión. Se sienten excluidas y se autoaíslan en la medida en que las obligaciones de crianza de los niños no forman parte de su mundo. ¿Será la vergüenza el sentimiento que conmueve al desnudar su castración ante la mirada del otro? Existe una normatización, culturalmente instaurada, que inscribe la sexualidad y la fecundidad, a partir de la cual la responsabilidad reproductiva recae sobre la mujer. Las diversas representaciones intrasubjetivas y sociales establecen aún una equiparación entre ser mujer y ser madre. Las figuras de la madre que circulan en el imaginario social reducen todos los deseos al deseo de hijo, dando poco espacio a posibles diferencias individuales con respecto a lo que se puede y quiere ser a este respecto. ¿Cómo mostrarse, entonces, desprovista de la capacidad reproductiva esperable?
Deseo de hijo/deseo de maternidad: esta oscilación aparece también en mujeres sin dificultades procreativas. La infertilidad entraña un deseo, pasional, en el orden de suturar a todo precio la reparación del narcisismo herido: no es solamente deseo de un niño, sino un deseo de maternidad que insiste para realizarse. El niño no es deseado por él mismo, sino que porta una cualidad fálica.
Repetidamente hemos registrado en estos grupos el preconcepto de que todo hijo concebido “naturalmente” es deseado. Situación rebatida a partir de sintomatología, incluso orgánica de riesgo, en bebés, en niños pequeños, que remiten a dificultades en la vincularidad, carencia de libidinización, a la falta de un espacio psíquico para un hijo. También existen embarazos inesperados, inoportunos, que pueden adquirir una significación deseante en el momento en que el niño es sostenido en los brazos por los padres y se entrecruzan las miradas.
La relación médico-paciente es un motivo de conflicto que insiste en las discusiones grupales. ¿Qué preguntar a los especialistas? ¿Cómo establecer un vínculo de confianza? ¿Con quién y dónde consultar siendo reconocidos como sujetos? ¿Cómo reconciliarse con un cuerpo que se torna desconocido? El no tener un diagnóstico y manejarse sólo con hipótesis o fantasías aumentan la ansiedad. El mayor acceso a información por medio de Internet, la participación en foros en la web, perfila pacientes más exigentes, con más conocimiento. Habiendo distintos estilos de médicos, los pacientes se van acomodando y eligiendo según sus propias expectativas, pero lo que remarcan como fundamental no es sólo la solvencia científica, sino sentirse reconocidos como personas que padecen, respetados en sus decisiones y orientados en las perspectivas reales. En esta especialidad, la depositación de necesidades y dependencia en la figura del médico es mayor que en otras, ya que, imaginariamente, en ese vínculo se apuesta a un futuro familiar.
En los juegos de inversión de roles, al dramatizarse las consultas, se actúan las escenas temidas de situaciones que evidencian la disimetría en la relación médico-paciente. No se puede eludir el lugar de poder del médico en el imaginario social que inhibe la pregunta y la crítica. La visión del biopoder médico desenmascarada, transforma el vínculo, colocando al médico y los pacientes en el mismo andarivel, donde es factible un encuentro de sujetos con funciones diferenciadas.
¿Cuándo descansar o abandonar los tratamientos? Los fracasos reiterados en los tratamientos traen incertidumbre y dudas sobre si continuar y, de hacerlo, en qué circunstancias. Las respuestas son individualísimas, pero tiene peso central la elaboración intrapsíquica del problema de la fertilidad: la autorización que se otorguen a sí mismos para interpelarse acerca de lo que pueden, más allá de los ofrecimientos médicos y de las presiones de los estereotipos normativos. Si consiguen correr el centro de atención, que en general sólo está puesto en el embarazo deseado y no logrado, podrán hallar los medios para elegir el tiempo oportuno; también tomarán en cuenta otras vías para ser padres y otros proyectos como pareja, incluso no tener hijos.
* Extractado del trabajo “Concebir la posición analítica en un grupo de pacientes con problemas en la procreación”, que obtuvo el Premio Comunidad y Cultura 2008 de la Federación Psicoanalítica de América latina.
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